Resulta algo parecido a un sacrilegio criticar a Diego Pablo Simeone cuando eres seguidor del Atlético de Madrid. En el momento en el que señales algo que, a juicio personal, el ‘Cholo’ haya hecho mal, el buen aficionado rojiblanco que se precie se te echará encima con una rapidez y una ferocidad inusitadas. Los atléticos ven con desconfianza a aquellos que no comparten el catecismo del entrenador argentino porque enseguida les vienen a la cabeza aquellas largas temporadas de mediocridad antes de la llegada del mesías del banquillo.
Y no les falta razón. Es de justicia inapelable reconocer que Simeone ha hecho del Atleti un equipo de hombres: les ha enseñado a competir y a creer en sus posibilidades, a no venirse abajo en ningún momento, a pelear sin descanso cada balón dividido, a no menospreciar a los rivales a priori inferiores y a mirar a la cara a los grandes transatlánticos futbolísticos, tanto a nivel nacional como europeo.
El trabajo en el ámbito psicológico ha dado unos resultados inmejorables. La reconversión paulatina y constante hacia un equipo grande ha llegado tanto desde el trabajo en la parcela anímica de cada uno de los jugadores como en el fortalecimiento como grupo. Simeone logró que cada integrante de la plantilla, salvo contadas excepciones como Cerci, desarrollara un sentimiento de pertenencia indeleble hacia el club. Que el entrenador sea un impetuoso hincha de su equipo ayuda a transmitir este mensaje de solidaridad, entrega y orgullo que ha ido calando en los jugadores.
Pero no solo desde la parte emotiva y mental se transforma un equipo dubitativo y con complejos en uno de los más fiables y temibles de Europa. La idea clara de juego es la otra clave. Durante mucho tiempo, como les pasa a muchos equipos y muy importantes, por cierto, el Atleti no sabía a qué jugaba, no tenía claro el plan a desarrollar sobre el campo y no identificaba prioridades concretas. El técnico bonaerense se caracteriza por una perspicacia nada sofisticada. Es decir, aplica su inteligencia a un pragmatismo que a algunos les puede llegar a parecer burdo, pero lo hace a la perfección. Desde que hace cuatro años aterrizó en el Calderón (su primer partido fue el 7 de enero de 2012 en Málaga) se marcó un objetivo a medio plazo, por mucho que públicamente predique el ultracorto con el manido “partido a partido”. Tal meta era volver a situar a su Atleti entre los grandes. Mirando lo que tenía alrededor comprendió que no podía competir contra Real Madrid y Barcelona, así como ocurría con los demás titanes de Europa, aplicando la misma estética. El análisis realista de la situación propició sentar las bases del juego rojiblanco a partir de ese momento. La prioridad sería no permitir crear peligro a sus rivales, defender a muerte fuera quien fuese el contrincante y aspirar a ganar los partidos dejando la portería a cero. Así, poco a poco logró conquistar la segunda Europa League (una ya la había ganado con Quique Sánchez Flores), y batir en la Supercopa de Europa al vencedor de la Champions: Chelsea (el técnico madrileño hizo lo propio ante el Inter). Además de conquistar el viejo continente, aunque fuera en escenario de segunda línea, el equipo se fue afianzando en el campeonato nacional. La consolidación como club ganador se materializó con la Copa del Rey ganada al Real Madrid en el Bernabéu en 2013 y, sobre todo, con el título de Liga arrebatado al Barcelona en el Camp Nou en la temporada siguiente. No pudieron ser más significativos los trofeos conseguidos como visitantes en los estadios de los dos equipos que parecían gozar de un oligopolio eterno e inquebrantable hasta el surgimiento del nuevo Atleti del 'Cholo'. Cabe recordar que solo un remate a escasos segundos del final, y la ausencia por lesión de sus dos mejores futbolistas ofensivos, privó a los colchoneros de alzarse con el título de Campeón de Europa por primera vez, algo inimaginable hasta para las mentes más soñadoras.
Para alcanzar estas cotas de éxito se fue perfeccionando el signo identificativo de este Atleti. Se convirtió en el equipo al que más difícil era jugar. Todos los rivales parecían malos cuando tenían enfrente a los de Simeone. Su presión asfixiante, su orden táctico y su calidad y concentración defensivas suponían un auténtico calvario para los que se encontraban en el terreno de juego con los ‘guerreros indios’. La temporada en que llegó Simeone, con la mitad de las jornadas transcurridas, se acabó con 46 goles encajados. En las tres siguientes tan solo se recibieron 31, 26 y 29 respectivamente. El cambio de paradigma quedaba claro: lo importante era no encajar goles. Muchos equipos campeones se construyen desde la defensa y este Atleti era el mejor ejemplo de ello. Además, es destacable que durante la temporada en la que se obtuvo la décima Liga los tantos a favor fueron 77. Un total de 24 dianas más que en la campaña en la que el 'Cholo' desembarcó en la Ribera del Manzanares.
Es difícil recordar una situación en la que el técnico de un club tuviera tanta influencia en el devenir de este. Gracias al vuelco que propició el argentino, el Atlético de Madrid completó la mejor temporada de su existencia y acabó con la tendencia de la última década en el fútbol español cuando más desequilibrado parecía. Haber logrado una liga y haber estado muy cerca de ganar una Champions con la plantilla que tenía el Atlético otorgan un mérito incuestionable casi comparable a un milagro, teniendo en cuenta los medios de que disponen Real Madrid, Barcelona, Chelsea, Manchester City, Manchester United o Bayern de Munich. Por todo ello Simeone se ha convertido en un símbolo intocable, una deidad a la que se venera cada fin de semana en el Vicente Calderón. Y de forma merecida. Pero eso no quiere decir que haya que taparse los ojos o mirar para otro lado cuando el míster, como todos hacemos, se equivoca. La marcha de jugadores importantes cada año obligan a la readaptación. Cuando se perdió a Diego Costa el equipo se quedó sin su referencia en ataque y el automatismo de robar y buscar ipso-facto el balón al espacio para la carrera del hispano-brasileño perdió sentido. Llegaron Mandzukic y Griezmann y, aunque costó, se tuvo que modificar el juego para llegar a la portería del rival. Pese a que el francés es veloz, no puede compararse en potencia al actual jugador del Chelsea. Además tardó media temporada en alcanzar su mejor forma. Griezmann y Mandzukic son jugadores con mucho gol y, sobre todo el croata, se desenvuelven mejor en el remate directo que en galopadas y conducciones. Perder a Diego Costa fue un golpe que a la mayoría de los equipos les hubiera hundido, pero este Atleti se mantuvo por su regularidad en defensa. Ahí no cambiaba nada. Pero a la hora de marcar goles se tuvo que buscar otro camino con más centros desde las bandas y una excelente sobreexplotación de las jugadas a balón parado. A estas alturas, con 20 jornadas ligueras disputadas, 22 de los 40 goles de los rojiblancos llegaron tras una jugada a balón parado. Este año de momento solo se han conseguido dos de esta manera de los 30 que se han conseguido en liga (sumados a dos en Copa y otros dos en Champions). En la temporada actual Simeone tiene que soportar el hecho de no poder contar con jugadores tan importantes como Miranda, Arda Turan o Raúl García. Las ausencias del brasileño y el navarro, aunadas a la marcha de Mandzukic han deparado este acusado descenso de efectividad en las situaciones de estrategia. Ahora los que tienen que defender un córner o una falta botada por Koke o Gabi tienen que ocuparse de la posición de Godín casi de manera exclusiva. Tiago y Saúl también son buenos cabeceadores, pero el equipo ha perdido a tres de sus mejores valores para estas artes y se ha notado en demasía.
Ahora que el balón directo al área, tanto a balón parado como con él en juego, ya no proporciona los frutos de antaño, Simeone vuelve a buscar una manera de crear peligro en la portería contraria, mientras que la salvaguardia de la propia sigue férreamente asegurada con 8 goles recibidos en 20 encuentros. La inclusión en la plantilla de jugadores como Ferreira Carrasco, Correa, Vietto, Jackson y la vuelta de Óliver ofrecen al técnico una panoplia de actores atacantes con gusto por llevar el balón a ras de suelo como nunca antes había tenido. Sobre el papel, la llegada del colombiano Jackson Martínez venía a suplir el hueco que dejaban las bajas especialistas en el remate aéreo. Por el momento, no ha mostrado ni una cuarta parte del nivel ofrecido en el Oporto y, además, responde a un perfil distinto al de Costa y Mandzukic. Con mayor técnica que ambos, menos veloz que el brasileño y de menos lucha que los dos últimos nueves rojiblancos, Jackson todavía no ha tomado la medida a lo que sus compañeros y entrenador quieren de él. Por lo tanto, el equipo sigue buscando su manera predilecta de llegar a la portería contraria. Con este escenario Simeone atisbó la posibilidad de jugar un poco más al ataque intentando dar protagonismo a Óliver Torres y pensando en el mejor camino para presentar balones a Jackson. Asimismo, las opciones ofensivas que encontraba en el banquillo con Carrasco, Correa y Vietto invitaban a tratar de construir un fútbol más combinatorio y a renunciar al habitual balón aéreo y juego directo al área, tan propio del ‘Cholo’. La bajísima forma de Jackson y Vietto, pero también de futbolistas clave como Koke, y la irregularidad de Óliver Torres contribuyeron a que el experimento de reinvención fracasara. Simenone no lo veía nada claro y decidió volver a la base que tantos éxitos le ha dado: garantizar el cero en su portería y no arriesgar en absoluto en ataque para evitar posibles vulnerabilidades atrás.
Este error de cálculo puedo ser solventado a tiempo y no ha afectado a los resultados. No en vano, el equipo se sitúa líder con un partido más que el Barcelona, al que aventaja en dos puntos. Pero existen errores de concepto que se repiten.