¿Es por lo tanto esta impaciencia, este deseo de inmediatez resultadista el retrato de nuestro carácter? Mientras que en el Bernabéu hay un ambiente generalizado de exigencia al jugador y reconocimiento a la calidad y el esfuerzo, también se penaliza la falta de entrega o brillo en el juego si éste es constante. El público madridista exige la superioridad ante rivales ‘a priori’ inferiores, al igual que se conforma con obtener un resultado favorable ante rivales donde se juega más que tres puntos (entiéndase Barcelona) y ensalza el buen juego ante contrincantes de categoría.
Por su parte, el Atlético de Madrid es un equipo que siempre se ha caracterizado por su pasión y carácter temperamental. Con Simeone alcanzó su clímax y puso de moda un discurso enérgico y aguerrido que le llevó al éxito. Sin embargo, su juego nunca resultó brillante ni vistoso, más bien le ponía más ganas y corazón que ninguno, algo que enamoraba a una afición ya de por si entregada. Pero como todos los movimientos revolucionarios, llega un periodo de estabilización, donde se calma la fogosidad y se consolida la filosofía construida. Pues bien, ahora el Atlético del Cholo sigue caracterizándose por el esfuerzo y la entrega, pero también por su carácter resultadista que en momentos podría tildarse de conformista. Ya no hace falta que el Calderón arda fruto del vínculo pasional e inspirador de equipo y afición y afición y equipo. Ahora marca, aguantan y superan. Lo malo es que a veces arriesgan con un margen tan pequeño puede acabar en drama y lo que es peor, a que el mismo menú siempre acaba aburriendo hasta a aquel que sólo come ese plato al día. Ya se han oído algunos pitidos contra su más ferviente profeta, Diego Simeone, que ha devuelto y consolidado al Atlético entre los grandes del fútbol español. Puede que en este logro esté su propio pecado. Ahora la gente no pedirá sólo que se gane, sino que poco a poco querrá más, que se golee, que dominen, que encandilen con su juego.
Es evidente que cada acto humano guarda el sello de su circunstancia, de su formación cultural. Simplemente hay que poner un poquito de atención para observar el vínculo literario entre la descripción de una cultura y su representación. Les aconsejo que vean la Champions League o competiciones internacionales, aunque no sean amantes del fútbol, sólo fíjense en la forma de animar. Verán la organización alemana, con espectaculares tifos, un colorido sesgado y bajo la batuta de un director de fiesta al mando del micrófono. Descubrirán la pasión turca y el infierno que puede ser enfrentarse a ellos, donde su fuerza económica (reflejo de su plantilla) será lo de menos. Echen un vistazo a la educación inglesa (salvo excepciones como en todo) de sus aficionados. Fieles portadores de sus camisetas y bufandas, orgullosos miembros de su club y buena prueba de ello es su compenetración expresiva, tanto para sus cánticos como para sus lamentos, súplicas y celebraciones (con un representativo ‘yes’ en vez del ordinario ‘goal’). Si se atreven a viajar hasta Argentina (con su mando es suficiente) serán testigos de campos convertidos en calderas, repletas de papelinas brillantes que caen del cielo y rollos de papel higiénico que dibujan miles de parábolas desde la grada al césped cual simbólica metáfora.
El fútbol es circo y el circo es la construcción en vivo de una historia cuyo final siempre es (o debe ser) desconocido, dónde el carácter competitivo de su objetivo y la incertidumbre de lo que aún no ha acontecido atrae la atención del público despertando su empatía e invitándole a participar empujado por sus sentimientos. Vayan al circo, disfruten del espectáculo y, sobre todo, de sí mismos y su capacidad sentimental.