Algo secundario entre los destinos populares marcados en Europa, Bélgica puede resultar un lugar vacacional tremendamente interesante. Especialmente para quienes disfruten de viajes que combinen el gusto por visitar lugares históricos y monumentos tradicionales con el interés por la gastronomía o el ocio. No hablamos de un país especialmente divertido o con una vida nocturna al estilo mediterráneo, pero sí de una zona que resulta famosa básicamente por dos elementos comestibles y bebestibles: el chocolate y la cerveza.
Hablando concretamente de la tradicional bebida alcohólica, podríamos decir que Bélgica es una de las cunas mundiales de la cerveza por variedad tanto de tipos como de marcas. La historia de la cerveza belga se remonta a la Edad Media. Las distintas abadías religiosas la utilizaban como medida de financiación y, con el paso de la historia, la cerveza se convirtió en uno de los símbolos de esta parte del viejo continente. De hecho, en sus inicios, a la producción de forma más o menos industrial de esta bebida se añadía el hecho de que en la cultura se creía que el consumo de cervezas de baja graduación era más saludable incluso que el agua, probablemente también debido a la escasa calidad e higiene del agua de la época. Se estima que hacia el año 1900 un belga consumía por año unos 200 litros de cerveza, lo que supone más de medio litro de media por día.
Pero lejos de repasar a fondo la historia o los métodos de elaboración, lo práctico es dar unas pinceladas para que todo aquel que alguna vez quiera darse una vuelta por Bélgica y disfrutar de unas buenas cervezas distintas de las que consume en su país pueda hacerlo sin perderse por el camino. La tipología, la fuerza, la graduación y el sabor dependen fundamentalmente del tipo de fermentación, siendo cuatro las principales que se realizan en el país: baja, alta, rspontánea y mixta.
La más producida, consumida y parecida a la que se puede tomar en lugares de Europa más cálidos como España, Italia o Portugal es la cerveza de fermentación baja. Se trata de cervezas de poca graduación y cuya finalidad tradicional era acompañar las comidas. Antiguamente incluso se les daba a los niños en las escuelas. Son suaves y de color tradicionalmente vivo y amarillo, siendo por ejemplo Stella Artois una de las marcas más famosas y reconocidas.
Son las cervezas de fermentación alta las que despliegan multitud de variedades y sabores distintos y las que comercialmente atraen más al turista poco acostumbrado a consumirlas. Evidentemente, son mucho más fuertes tanto en sabor como en graduación alcohólica (las hay hasta de 12 o 13 grados e incluso más) y tienen su origen en las Abadías y Monasterios trapenses de la Edad Media. Se fermentan a temperaturas más altas que de costumbre y dentro de esta variedad encontramos cervezas de fermentación ‘doble’, ‘triple’, o variedades curiosas como las cervezas ‘blancas’, cuyo color es debido al uso de trigo en su elaboración. Marcas conocidas son Leffe o Chimay (esta última también elabora quesos con sabor a cerveza, por cierto). Dependiendo del gusto de cada uno, será conveniente consumir valiéndonos mucho de la elección de los dueños de las cervecerías del país que, acostumbrados a las preguntas de los turistas extranjeros, siempre o casi siempre saben encontrar una marca óptima con las respuestas adecuadas. Para un no experto en la materia resulta fundamental dejarse llevar por la opinión de los nativos, ya que es muy curioso encontrar marcas de cerveza cuya textura, color y olor puede parecer tremendamente contundente pero después ser de gusto suave o viceversa. Así que, dependiendo de si os gustan las cervezas fuertes o las suaves, o si buscáis bebidas más o menos alcohólicas, siempre ayuda visitar las cervecerías belgas con un pequeño cuaderno y un boli con el que ir apuntando nuestras ‘catas’.
En cuanto a las fermentaciones de tipo espontáneo y mixto, hay que decir que son dos variedades típicamente (no exclusivamente, pero casi) belgas, lo cual las convierte en probatura casi obligada si se visita el país. Dentro de la fermentación espontánea encontramos la tipo Lambic, que se elabora en una zona concreta del Sudoeste de Bélgica dejando que la fermentación se haga al aire libre. En el proceso, el mosto con lúpulo inocula levaduras silvestres presentes en el ambiente que solo existen en esa zona. Son especialmente secas y agrias y mejoran con el paso del tiempo después de embotelladas, en un comportamiento parecido al del vino. De hecho, hay cervezas consideradas jóvenes y otras más maduras. Muy típicas dentro de esta variedad son las cervezas afrutadas y con regustos dulces e incluso variedades que recuerdan a otro tipo de bebidas, como el champán.
La variedad es casi infinita y existen todo tipo de inventos de lo más inverosímil: desde cervezas de frambuesa hasta cervezas de chocolate, cereza o caramelo. Además, los belgas se esfuerzan por darle un tono de exclusividad a todas y cada una de ellas. Existen unos 1.500 tipos de variedades diferentes y cada una suele ir con un diseño distinto de embotellamiento y, por supuesto, servida en su copa específica diseñada por la marca. Encontramos copas altas, bajas, anchas o estrechas, incluso de tipo cáliz o simulando una probeta con soporte de madera, como en la marca Kwak. Se dice que si no se bebe cada cerveza en su propia copa específica no se disfruta igual ni sabe de la misma forma, ya que cada una está pensada en función de la forma en la que caen las burbujas a lo largo de la misma.
En definitiva, podemos decir que ir de viaje a Bélgica es una experiencia turística que incluye, a su vez, otro ‘viaje’ intrínseco. Como lugares especialmente reseñables a la hora de tomarnos una buena cerveza belga encontramos el Delirium Café de Bruselas, con más de treinta cervezas distintas servidas en grifo y otras tantas de botella, y un descubrimiento personal: El Gollem café, en la ciudad de Amberes. Eso sí, mejor disfrutar de la cata que intentar memorizar cada marca y cada sabor.