Una de las barreras mayores para el progreso de la humanidad es el nacionalismo y el concepto estrecho de nación. El mundo viaja hacia una integración supranacional y las leyes, los derechos civiles y la convergencia económica y política son siempre más amplios.
Muchos de los problemas que afronta la humanidad, como el ambiente, el clima, el calentamiento global, la migración o la pobreza solo pueden ser afrontando por instancias supranacionales y detrás de todas las aberraciones de estos últimos decenios y siglos encontramos siempre la barrera mental del estado nacional.
En este sentido, Latinoamérica aún tiene mucho que recorrer y, a pesar de la unidad lingüística y cultural, la política local se piensa sistemáticamente a nivel nacional, oponiéndose a un progreso mayor y a una mejor calidad de vida para todos los habitantes del continente.
Los motivos detrás de esta falta de integración son los oportunismos políticos, la ignorancia y una retórica sin futuro ni perspectiva. La gran deficiencia del continente a nivel de administración es la falta de pragmatismo político y una derecha retrograda, subdesarrollada culturalmente, que no ve más allá de su nariz y de su bolsillo, junto con una izquierda ciega e hiper-ideologizada.
La distrofia política en el continente latinoamericano, que se manifiesta en un egoísmo crónico y una falta de visión, es la causa mayor del déficit económico, social y cultural, que se traduce en hambre, falta de salud y de educación, es decir en una vida sin futuro.
En termines generalizados, podemos afirmar que el continente no es más que un extractor de recursos naturales, explotados con contratos de concesiones, donde los beneficiados, en vez de ser la población local, son los concesionarios extranjeros. Y esta situación, entre otras, ha impedido una modernización en la región, que representa un atraso mental difícilmente superable.
Esta situación y actitud han relegado el continente a un tercer plano y el fracaso a nivel administrativo y político se paga cotidianamente con miles de vidas y tragedias humanas fácilmente evitables. La incapacidad política implica un costo intolerable que se expresa en una calidad de vida y bienestar social muy inferior al posible, que reduce el 80% de la población a una miseria superable.