María vino a España con 18 años. Una familia la adoptó. No hablaba español. Cuando cuenta su historia hay fuerza y orgullo en su voz, pero intuyo que su llegada no debió de ser fácil. Su nombre es ficticio, su tragedia no. Adela huía de una guerra. Cursó sus estudios como cualquier español, en un instituto cualquiera, sin ningún tipo de facilidades, ni programa de inmersión lingüística, como los que hay hoy en día. Sacó su carrera, su máster, y a día de hoy sigue trabajando duro en su puesto laboral.
Laura, por ponerle otro nombre que preserve su identidad, también vino a España con 18 años, a otra ciudad. También cursó sus estudios sin ningún tipo de programa de ayuda, ni de apoyo, que tantos alumnos nacionales y no nacionales desprecian, porque con 15 años “estudiar no sirve para nada” si no has vivido una guerra. Hoy tiene su negocio, uno que va bien, en el que también trabaja duro, con esa fuerza y ese orgullo en su hacer que les ha imprimido a estas supervivientes anónimas la vida.
María y Laura huían de Bosnia-Herzegovina, de aquel conflicto que hoy regresa a nuestras memorias resucitado en la piel de otros nombres, de otros países. Formaron parte de la historia, a su pesar, conformando el mayor flujo de refugiados tras la Segunda Guerra Mundial en aquel momento.
Entre 1992 y 1994 España acogió a unas 2.500 almas anónimas, con un paro interno de un 25% aproximadamente y sin fotos de cadáveres infantiles de por medio.
A día de hoy, cuando ya quedan lejos los ecos de las bombas y la metralla, Bosnia respira tímidamente, habiéndose convertido en uno de los países más pobres de Europa. Un 44% de la población en paro y un sueldo medio neto de 431 euros dan fe de ello. Toda una suerte para un país que en 1972 tenía un PIB equivalente al de Japón y contaba con dos empresas de entre las 100 más importantes, según comentaba en abril el ministro consejero de la embajada de Bosnia Zlatan Burzic.
Unos veinte años después, 350.000 personas que huyen de Siria quieren desbancar a Bosnia conformando el nuevo mayor flujo de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. Número de personas similar al que puebla una ciudad como Bilbao. Unos 2.500 han muerto. Número similar al que posee alguno de los municipios de Aragón, con tendencia a la despoblación. Comparaciones que nos ayudan a hacernos una imagen mental del alcance de la tragedia, porque parece que lo necesitamos.
Solo son cifras y letras, datos, pues muchos países no tienen posibilidad de acogerlos, dicen. Ha hecho falta la imagen del niño sirio muerto en una playa de Bodrum para aumentar conciencias (o conciencia de votos), ciegas a las palabras pero no a las imágenes (o a las papeletas).
El antes de esta foto contaba con la suma de 40 000 refugiados que la Comisión Europea estaba dispuesta admitir. El después, ha multiplicado la cifra hasta 120 000 personas más. Aún así, la ONU advierte de la necesidad de prepararse para acoger al menos a 200 000 personas. Número similar al que posee una ciudad como Pamplona.
A algunos se les olvida que que allá por 1948, las Naciones Unidas firmaron un manifiesto que decía que "En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo y a disfrutar de él en cualquier país”.
A pesar de las reticencias gubernamentales, la solidaridad de muchas personas en diferentes países trata de acogerlos, ofreciendo sus familias, sus donaciones anónimas. Las propias familias de los afectados, lejos del conflicto, tratan de ayudarles. La tragedia corre en su sangre.
Una tía del Aylan Kurdi, nombre y apellidos del protagonista de la imagen que ha dado la vuelta al mundo, residente en Vancouver, envió en una carta al Gobierno canadiense solicitando ayuda para que su familia pudiese llegar en calidad de refugiada a Canadá. Desgraciadamente en esa carta solo había palabras. Tuvo que ser la foto de su sobrino la que aumentara la cifra que hasta entonces Harper situaba en 10 000 refugiados y la que hizo que Cameron, primer ministro británico, haya aceptado ahora acoger a esa “plaga” de refugiados.
Hungría tiene otra foto, una que muestra un gran muro de contención. Porque una imagen vale más que mil palabras. La primera piedra de este muro se puso metafóricamente en 2010, cuando estalló la cruenta guerra civil que asola la región en contra de la dictadura de la familia al-Asad, en contra de unas facciones contra otras que luchan en contra de la dictadura de al-Asad.
Este trabalenguas se pronuncia rápidamente en forma de más de dos millones de refugiados desde hace más de dos años. Literalmente.
Muchos no saben que la migración de estos sirios que invaden las fronteras europeas es un lujo para ellos; tan solo unas decenas de miles entre los 23 millones de sirios pueden afrontar los entre 2.500 y 4.500 euros que supone el billete ilegal hacia la libertad a Europa.
Quizá un par de fotos más abran las fronteras y las mentes a la llegada de estos refugiados hasta que tengan la suerte de volver a un país que, a diferencia de Bosnia, ya era uno de los más pobres. O quizá tengan la suerte de no volver. Adela y María no volvieron, tuvieron esa oportunidad, y hoy, como ciudadanas españolas de pleno derecho, viven una vida, ya no mejor, sino digna.
Miles de españoles huyen de nuestras fronteras a Inglaterra, Escocia, Alemania y un largo etcétera. Buscan el trabajo que su país no les ofrece. Desesperados. Mientras, miles de refugiados huyen de sus fronteras a España, Inglaterra, Alemania, y un largo etcétera. Buscan preservar la vida que en su país se les amenaza. Esperanzados.