Tiempo, identidad y memoria se ven afectados por nociones como: avatar, selfie, hashtag, seguidores, likes, repost… y pare usted de contar. Términos que incluso ya aparecen en el diccionario. Es así como nuestra vida se sumerge en pantallas cada vez más pequeñas. Ya no es el mago de la cara de vidrio sino el de la pantalla LCD multitáctil quien nos gobierna.
Los usuarios comienzan a hacer uso del alcance instantáneo y masivo de publicar, prácticamente, un post por segundo. Comparten momentos incluso antes de vivir realmente la experiencia. En este sentido, muchos fotógrafos catedráticos pensarían que la fotografía digital está a punto de irse al mismísimo infierno. Razones no les faltan: personas haciendo uso indiscriminado de filtros que descargan sin cuidado, gente publicando cualquier cosa. Absolutamente cualquier cosa. Yo no afirmaría que la fotografía se va al demonio, pero no debe ignorarse que existen aplicaciones que están llevando a la imagen a un terreno distinto y lejano a lo purista. La fotografía no es lo que era. ¿Es esto bueno, o es malo?
Yo no quiero que mi almuerzo en McDonald´s gane algún galardón (digno). A menos, claro, que mi almuerzo en McDonald´s demuestre algo que llame a ser visto, algo que me haga querer ver esa foto por algún tiempo. El mensaje es entonces lo que hace a una foto memorable o no. Mientras uno se pasea por una exposición y se detiene en una foto en particular, hay decenas que pasan desapercibidas. No me detendré a explicar por qué pasa esto. La cuestión es que hay fotos que dicen y hay fotos que no dan razones para detenernos a observar. En este sentido no importa el medio, ni quien sea el autor. Importa la foto. Y sí. Importa la foto en tanto demuestre una visión, un punto de vista que la haga merecedora de ser vista.
En la actualidad, la fotografía es tan cotidiana, urgente, masiva y poco reflexiva que su detonante debe ser potente si quiere sobrevivir a la memoria. Yendo más allá, si nuestro deseo es hacer fotos imperecederas, debemos preguntarnos qué hará que la gente se detenga a escudriñar una imagen en un mundo abarrotado de ellas.
Puede que los más puristas de la imagen estén un poco absortos ante el camino que ha tomado el soporte digital. Quienes se iniciaron en el mundo de la enigmática fotografía analógica, (revelador, baño de paro, fijador, lavado y secado) en el que la magia residía en la espera y el secreto, en el que no había imagen sin revelado, quizá les resulte incómodo que la imagen hoy viva más en la pantalla y en la instantaneidad.
Cabe preguntarse cuál es la diferencia más significativa entre la fotografía analógica y la digital. Una de las divergencias reposa en el soporte: ya la imagen no se revela a partir de plata metálica, sino a partir de píxeles. El grano químico dio paso a los bits. Esto en un sentido meramente práctico.
Claro que no solo ha cambiado el soporte, sino nuestro estilo de mirar las cosas. Nos hemos graduado como observadores. Dejamos pasar muy pocos detalles. Somos cautos. Pero, al mismo tiempo, ocurre un fenómeno curioso: como advierte Serge Daney, “hemos quedado ciegos ante la hipervisibilidad del mundo”. Y es que, tras ver centenares de fotos en un día, dejamos de observar y nos detenemos solo en aquello que nos llame a gritos.
Propósito, intención y visión son imprescindibles si el autor quiere salir del caparazón amateur. Si saltamos al terreno musical, por ejemplo, Beck lanzó al mercado un disco titulado Song Reader, con una novedad: no tiene música grabada, solo partituras con notas y letras de canciones. Su intención es atentar contra el cómodo oyente que descarga los discos sin piedad (y sin dar un centavo) mientras reposa el culo sobre el sofá. Beck les dice que se la tienen que currar. ¿No es fantástico?
Retornando a nuestra esfera inicial, allí tenemos a Cristina Mora, quien descargó fotos de Google Earth y armó su propia serie con solo unos cuántos clicks. Presionar el obturador se ha vuelto algo eminentemente anecdótico. No importa quién o cómo capture la imagen. Lo que sobrevive es el concepto, la idea que subyace en cierta cabecita. Si el concepto de la imagen es mío, yo soy la hacedora. La fotografía sin cámara pisa cada vez más fuerte.
El autor intelectual manda y hace lo que le da la gana. Puede darse el caché de tomar fotos a través de una cámara satelital que evidentemente no le pertenece. Ser autor material de la foto no es imperativo. Volvemos a lo esencial: no importa el medio o el formato de la imagen, sino la idea subyacente y cómo la mostramos.
Me permito cerrar con aires nostálgicos. La fotografía química llegó a un punto alto en su evolución. No sabemos si volverá a levantarse. Por lo pronto está cediéndole el paso a un tipo de fotografía más inmediata y masiva, responsable de cierto spam visual.