Barcelona, verano del año 1992. Nos trasladamos a los Juegos Olímpicos y en concreto al momento en el que las 60.000 personas que abarrotan las gradas del Estadio Olímpico de Monjuït se levantan para ovacionar a un atleta. Hasta aquí algo normal, ¿no? Resulta que ese atleta no estaba ganando ninguna medalla, ni siquiera obtuvo el meritorio diploma olímpico, sino que ese atleta llamado Derek Redmond se estaba convirtiendo en una leyenda del Deporte por un motivo que nunca quiso.
El británico Derek Redmond era el favorito para hacerse con el oro olímpico en los 400 metros lisos. Lo tenía todo a favor: la edad, el talento, un cuerpo musculoso y entrenado a conciencia, pundonor y la pista preparada para que pudiera volar por la calle número 5 para así tocar el cielo del atletismo en la ciudad condal. Pero en lugar de brillar por llegar el primero a la meta lo hizo por otra razón más dura y dolorosa.
En la semifinal, cuando no llevaba ni la mitad de la carrera, un pinchazo en el tendón de Aquiles le hizo pararse en seco ante la mirada de todo el Estadio. Mientras el resto de competidores estaban terminando la prueba, él no tuvo más remedio que hincar la rodilla en la pista con la cabeza agachada, desolado y herido. A pesar del evidente dolor y con el rostro empapado de lágrimas, logró rehacerse. Cojeando ostensiblemente, comenzó a moverse ante la mirada atónita de los jueces que le insistían una y otra vez en que parara de correr.
De repente, de entre el público apareció su padre, que había bajado a la pista de atletismo sorteando al personal de seguridad para llegar hasta la calle en la que estaba su hijo. En un primer momento le dijo que parara por el dolor, pero ante la negativa decidió acompañarle hasta la meta. Padre e hijo terminaban juntos aquella agonía. De esta manera tan emotiva, entraba en meta el dorsal 749.
Derek luchó contra el dolor, contra la impotencia y contra sí mismo. Aun teniendo todas esas adversidades, se levanto y terminó con la mayor ovación de su vida los peores metros de su trayectoria profesional. Derek Redmond tuvo que dejar el atletismo de élite debido a esa lesión, pero ahora se dedica a dar charlas motivacionales en las que da fuerza a aquellas personas que las necesitan en su día a día. No siempre salen las cosas como uno quisiera, pero si te levantas después de haber caído se pueden encontrar otros caminos mejores. Porque aunque no ganemos una medalla siempre habrá alguien que nos ayude cuando fallen las fuerzas.
"El dolor es temporal, pero la gloria dura para siempre". Derek Redmond.