En medio de polémicas, en medio de opiniones y también de críticas, se lleva a cabo la Copa Mundial de Catar y no hay nada que pueda detenerlo. Desde el anuncio de la sede, ha habido una gran indignación global, de muchas personas y también de diferentes organismos que trabajan a favor de los derechos humanos. Y no es para menos, si consideramos que el Mundial se está jugando en un país donde la violación de derechos fundamentales es indignante y, donde las condiciones de vida de muchas personas son deplorables.
Desde el principio salieron a la luz diferentes opiniones, y no es de sorprendernos que estas aumentarían en cuanto diera inicio la máxima justa futbolística. Las opiniones han sido diversas, desde quienes argumentan que no hay que mezclar el futbol con asuntos sociales que no le competen, hasta los que simplemente quieren disfrutar del deporte, o los que exigen o celebran que a través del futbol existan protestas en torno a dichos asuntos de carácter humano.
Todos tenemos una opinión y esa opinión está, como siempre, fundamentada en nuestra propia historia de vida y en nuestro contexto actual. Está basada en el conocimiento que tenemos del mundo, en nuestros intereses e incluso en nuestros valores y aficiones. La opinión de una persona que jugó futbol durante su infancia y juventud será muy distinta a la de una experta en derechos humanos que ve con desdeño la fiesta del Mundial en aquel país, o a la de un señor fanático del futbol que quiere pasar un rato agradable. Es una tarea titánica lograr empatar opiniones, sobre todo cuando todas las personas somos tan distintas y tenemos historias de vidas tan distintas.
Es difícil pretender que todos pensemos de la misma forma, y esa diversidad de opiniones es lo que me ha hecho pensar mucho durante estos días de Mundial.
Por un lado, me llama la atención cómo algunas personas pareciera que exponen sus argumentos desde una postura de iluminación o superioridad moral, señalando con el dedo de la justicia y de la verdad lo que, a su parecer, es incorrecto. Señalando y recriminando a las personas que disfrutan del futbol pues, desde su punto de vista, eso significa automáticamente que no les interesa la falta de derechos humanos de aquel país árabe.
Pero, por otro lado, también están los que defienden o disfrutan el futbol, que están pendientes del Mundial como una forma de entretenimiento que dura unos cuantos días, disfrutando con familia o amigos de los partidos. Algunos simplemente absteniéndose de efectuar alguna opinión respecto a la situación política y social de Catar, y otros expresando abiertamente su desesperanza o desinterés en esa realidad pues, a su parecer, no hay nada que se pueda hacer.
Y si llegaron hasta aquí, esperando a que yo les diga quién está bien o quién está mal, entonces no me he dado a entender.
Esto es algo característico del Internet, obligarnos a tomar un extremo, porque si no estamos del lado blanco, entonces estamos del lado negro. Cada uno tiene su verdad, una verdad que pareciera no estar sujeta a objeciones. ¿Han visto que alguien cambie de parecer durante una discusión en Facebook o Twitter?, o mejor aún ¿han visto a alguien decir «es cierto, tienes razón, cambiaré mi forma de pensar» luego de un comentario que contradice su punto de vista? Yo no, y no creo verlo pronto.
Es casi una necesidad exponer nuestras opiniones, es algo característico de las redes sociales y, en el caso del Mundial, todos tenemos algo que decir. Prácticamente porque, aunque no queramos enterarnos de nada que tenga que ver con Catar, es casi imposible. El Mundial está en todos lados, en las redes sociales, en las escuelas suspendiendo clases para ver los partidos, en los restaurantes, en las conversaciones con los amigos y en las calles con gente vistiendo las camisetas de sus equipos. Que, dicho sea de paso, eso debería hacernos pensar acerca de la influencia que tiene el futbol en la forma como vivimos, pero esa discusión la abordaremos después.
En resumen, hay quienes están a favor, hay quienes están en contra, hay quienes no saben qué pensar, y, ¡es normal!
Yo no sé quién tenga la razón, tal vez nadie la tenga, o tal vez la tengan todos. Lo único que sé es que, mientras veo a muchos peleando por imponer su verdad, me gustaría pensar que no será una edición más que olvidemos pronto, una edición que termina y, con ella, también la guerra de opiniones. En Sudáfrica 2010, la gente se pronunciaba con indignación por el desalojo de personas para la construcción de los estadios, también en Rusia 2018 por escándalos de corrupción, ¿y luego? Termina el Mundial y pasamos página a lo que sigue. Quizá sea hora de empezar a reflexionar, comprender y proponer, en lugar de juzgar; eso sí, sin obligar a nadie.
Porque de eso se trata, si pretendemos obligar a alguien a que piense como nosotros, difícilmente lo vamos a conseguir, y peor aún, si se lo decimos desde una posición condescendiente.
Llámenme ingenua, pero si el Mundial de Catar nos ayuda a comenzar esa conversación, donde todos estemos abiertos a escuchar y compartir, yo creo que ganaremos todos, o por lo menos podremos hacer una diferencia, pero no solo en lo que termina el Mundial, sino para todos los días.