Vivir sin el teléfono móvil es, para muchos de nosotros, algo impensable. Yo, por mi parte, me considero “nomofóbica”, refiriéndome a la ansiedad que me provoca salir de casa sin tener el móvil. Esto es muy común sobre todo en los nativos digitales, es decir, en aquellas personas que desde los primeros años de vida hemos estado en contacto con las nuevas tecnologías. Y es que alrededor de seis horas son las que pasamos pegados a las pantallas de nuestros móviles.
No solo es nuestra forma de comunicarnos con nuestros familiares y amigos, a veces se convierte también en un medio de trabajo. Se trata, además, de un pequeño dispositivo capaz de conectarnos con el mundo en cuestión de segundos. Pero, ¿cuánto crees que ha cambiado tu vida con la llegada de los móviles inteligentes? Te lo digo yo: no solo han cambiado nuestra manera de entender y disfrutar la vida, los smartphone han modificado también nuestra idea del amor, nuestras formas de ocio e, incluso, el modo que tenemos de pasear por la calle. Y es que, ¿quién no se ha chocado con otra persona por la calle por responder a un mensaje de whatsapp?
No podemos negar que los teléfonos móviles son nuestra ventana al mundo y que gracias a ellos podemos estar constantemente al tanto de todo cuando nos interese. Han hecho posible también que crezcan nuestras interacciones sociales con personas en cualquier parte del mundo. Sin embargo, a veces, nos dejamos llevar y parece que nuestra única preocupación es lo que ocurre al otro lado de la pantalla. ¿Quién recuerda cómo era irnos de vacaciones sin tener un móvil sobre la toalla de la playa y sin esa necesidad de compartir con el mundo lo que nos ocurre a cada segundo?
De ello ha nacido la tendencia JOMO, (Joy of Missing Out) esa capacidad de ser feliz sabiendo que nos estamos perdiendo algo de lo que sucede a nuestro alrededor. Una invitación a disfrutar nuestra vida plenamente y a valorar lo que ocurre dentro y fuera de la red siempre en su justa medida. Y es que, aunque no nos hayamos dado cuenta, los smartphone conducen nuestra vida cotidiana. ¿Cuánto tiempo hace que no miras el móvil? ¿Cuándo fue tu última conexión a Facebook o cuál fue el último momento en el que subiste una foto a Instagram? Posiblemente, tus respuestas digan algo como: 'hace un rato', 'esta mañana' o 'ayer por la noche'. Se trata de “comprobaciones” que hacemos ya de forma automática, la pregunta que me surge es si estamos ante una adicción, un hábito o una forma de vida.
Además, cada día son más las aplicaciones que se supone que nos ayudan en nuestro día a día. Hay de todo tipo y para cada necesidad, desde aplicaciones para incentivarnos a hacer deporte, pasando por culinarias y terminando por las miles de aplicaciones sociales. Todas ellas hacen que la batería de nuestro móvil dure menos y que nuestras manos y ojos siempre estén ocupados por el creciente (en tamaño) aparato inteligente.
Teniendo en cuenta este contexto en el que nos encontramos inmersos, quizás, la tarta de tu boda la coronen dos novios con un móvil en sus manos o este verano no tengamos la marca del bikini, sino la del móvil sobre nuestro pecho. O, por el contrario, puede que pronto volvamos a ver fotografías de niños jugando en la playa y no selfies de nuestras piernas mirando hacia el mar… ¿Quién sabe? Lo que sí sé es que ya no soy un manojo de nervios cada vez que salgo de casa sin saber exactamente dónde está el sitio al que me dirijo, pues tengo Google Maps; ni de tener que ir al banco para hacer una transferencia, tengo el “banking online”; o de tener que esperar horas en el aeropuerto por retraso, mi Smartphone tiene la cualidad de convertirse en periódico, mp4 o email con un solo toque para tenerme entretenida por horas.