Como cualquiera que viaje a Atenas, llegué a la capital griega el pasado mes de marzo ansiosa por contemplar primero de todo la Acrópolis, el monumento por excelencia de la Grecia Clásica. Mi sorpresa fue que después de cinco días en la ciudad me cautivó tanto o más la Atenas contemporánea del arte urbano y callejero de los Grafiti que su cultura y riqueza antigua.
Me dejé seducir por esta metrópoli que te empuja a recorrer barrios bohemios como Exarchia, donde durante la última década se han forjado los movimientos más revolucionarios y contestatarios de Europa.
La crisis económica, que se ha cebado especialmente en los griegos, ha hecho florecer en la capital ateniense el arte urbano de los Grafitis. Una forma de expresión, en muchos casos espontánea, que han utilizado libremente los jóvenes para expresar su malestar social, sus protestas, sus inquietudes y sus sentimientos contestatarios ante un sistema europeo que repudian por considerarlo plagado de injusticias sociales.
El barrio de Exarchia te traslada a un mundo alternativo. Te sumerge en un ambiente insólito, prácticamente imposible de encontrar en otros lugares de Atenas. Habitantes de esta zona bohemia, gente asentada aquí permanentemente y otros nómadas que van y vienen, han convertido numerosas calles deterioradas, sucias y abandonadas por las autoridades en una auténtica eclosión de arte urbano.
Donde las autoridades no han podido renovar las fachadas de casas y edificios por falta de presupuesto, los jóvenes han empuñado los sprays y con boquillas o pitones han ido decorando paredes, muros, puertas de garajes o incluso escuelas. La plaza de Exarchia tiene además un valor añadido. Lejos del bullicio y la contaminación de vehículos de la avenidas, este barrio respira calma y tranquilidad a pesar de ser origen del movimiento anarquista y libertario de toda Grecia. Fue un gran placer tomar una cerveza en la terraza de uno de los peculiares bares, mientras contemplaba el ir y venir de jóvenes raperos con las indumentarias más originales.
Me gustó el ambiente de este barrio. El poco tiempo que estuve pude percibir la complicidad que existía entre sus habitantes, entre jóvenes estudiantes o entre sus mayores. Ahora, más aliviados y esperanzados con los futuros cambios políticos del país para combatir los efectos de la crisis.
Tanto en el centro de Atenas como en sus barrios se pueden observar murales variopintos dotados de una gran originalidad, de mensajes muchas veces subliminales difíciles de entender, de decodificar, pero que no nos dejan indiferentes. La mayoría de estas obras de arte transmiten la fuerza de sus artistas y la firme creencia con que han estampado sus creaciones.
Ya al segundo día de estar en Atenas, pude descubrir los entresijos que supone perderse por sus calles. Pasear por las estrechas calles de los barrios apartados de la avenidas principales es como trasladarse a otro mundo. Supone realizar un paseo de colores por el arte clandestino sobre paredes y muros. Pararse a cada minuto para contemplar los enormes grafitis, autorizados o no, símbolo de la lucha política y de esta solidaridad que desde hace miles de años ha caracterizado a los hermanos griegos.
Me acordé de las pinturas prehistóricas que trazaban los primeros pobladores de la humanidad. Lo hacían en cavernas y dibujaban aquello que conocían, aquello que les rodeaba. Escenas de caza y de fuegos, elementos imprescindibles para la subsistencia de estos pobladores. Pues bien, pensé que ya en aquella remota época el hombre utilizaba las paredes para expresarse, como ahora lo hace un sector social para manifestar su descontento.
En la paredes de Monastiraki, Exarchia, Omonia, el Pireo o Pefkakia se palpa a través de estas pinturas el malestar de los griegos ante la mayor crisis económica de su historia. Una crisis que ha llevado a muchos a superar el umbral de la pobreza, a abandonar sus casas, a vivir en las calles y remover entre los contenedores para llevarse algo a la boca.
Algunos han calificado este arte de vandálico y antisistema. Las opiniones y críticas sobre esta innovadora forma de expresión son diversas. Para mi, es indiscutible el asombroso talento de sus creadores y el esfuerzo que hacen por plasmar sus obras, algunos sin la más mínima recompensa económica.
En Atenas se pueden encontrar algunas de las obras más representativas de arte del grafiti, no solo a nivel europeo sino mundial. Algunos dotados de gran calidad artística, a la altura de los famosos grafitis de Nueva York.
Un bebé con dos caras mirando hacia el abismo como buscando un futuro mejor. Me quedé un tiempo mirando esta obra y pensé en el sufrimiento de muchas madres desempleadas, sin recursos, indefensas y abandonadas por las instituciones. También en los jóvenes que por necesidad sienten el impulso de estampar estos dibujos para manifestar sus ansias de cambiar el mundo, de luchar por sus derechos o de resistirse a las acciones injustas que han convertido Grecia en el país más pobre de la Unión Europea.
Me paré ante el rostro de una mujer que está siendo aplastada por una mano. Una clara metáfora de la opresión social. Otro que llama la atención es la imagen de un niño y una frase a su lado que dice “I love life” (amo la vida). Entre tanta protesta, pensé que podría significar un mensaje de esperanza para las generaciones futuras.
Existen otros murales claramente con mensajes de protesta contra la represión policial. Por ejemplo, uno con dos policías antidisturbios con sus rígidas corazas y junto a ellos la frase del Che Guevara “la revolución no es una manzana que cae cuando está madura”.
Célebre también es el grafiti situado en un céntrico edificio de Atenas: dos grandes manos, obra realizada por el artista Paulos Tsakonas. Emulando el arte bizantino, es un canto de ayuda y solidaridad, tan necesaria en Grecia para salir de la crisis.
En el centro de Atenas destaca el grafiti en homenaje al cantante de Rap Kitlahp, supuestamente asesinado por elementos de extrema derecha en una de las convulsas manifestaciones atenienses de los últimos años.
Los murales impactan al visitante. Le impulsan a descubrir algo más que el arte de la cultura clásica, cuyo valor perdurará por los siglos de los siglos. Es indiscutible la riqueza que aglutina la biblioteca neoclásica del siglo XIX en Atenas. Contiene siglos y siglos de saber por sus joyas neoclásicas o su colección de antiguos manuscritos. Antes de entrar, los tres edificios de la Biblioteca Nacional se levantan majestuosos entre sus líneas armoniosas en pleno centro de Atenas. Se pueden encontrar pergaminos con más de 1.400 años de antigüedad. Además esta biblioteca alberga todo tipo de reliquias de la antigua Grecia: mapas, fragmentos de una biblia del siglo VI o la primera edición de las epopeyas y de los himnos del gran Homero, la primera gran obra literaria de la cultura occidental.
Mucho arte clásico, también de la ocupación de Grecia por los romanos, donde comprobé un claro paralelismo entre esta corriente y el de los grafitis actuales. Ya siglos atrás, los romanos utilizaban los graffitis para todo tipo de anuncios y reclamos populares. Más de 2.000 años después la técnica ha evolucionado y la estética del arte mural se ha integrado en la sociodinámica, ocupando el espacio urbano y callejero.
Si la Atenas clásica revolucionó el mundo con su teatro, su filosofía y sus conceptos de democracia y estado, en la última década la capital ateniense ha vuelto a dar un golpe de efecto a la humanidad. Así, como rememorando su siglo de oro, se reafirma como referencia mundial de este arte innovador y revolucionario. Me pregunto qué pensarían sus dioses y sabios, como Aristóteles o Platón, de este tipo de arte. Un arte que traspasa lo meramente monumental, que llega a las entrañas de la sociedad y que se presenta al mundo como lo más crítico y contestatario de los últimos movimientos antisistema de Europa.