Podría hablar y no parar sobre la maravilla natural de la que presume la portuguesa isla de Madeira gracias a su increíble paisaje volcánico, sus acantilados de vértigo, sus miles de árboles, plantas y flores, sus cataratas de ensueño o su frondosidad tropical. Sin embargo, he preferido hacerlo de otro aspecto mucho menos conocido de esta joya del Océano Atlántico pero cuyo nivel se encuentra casi a la par del de sus vistas de ensueño: la increíble gastronomía madeirense.
La comida sorprende allí al viajero prácticamente tanto como lo hace el rotundo y espectacular paisaje: una cocina fabulosa, variadísima, sana… y bastante económica, a menos que se pague el pato de acudir a algún restaurante del casco histórico de la capital, Funchal (es recomendable informarse bien previamente para no caer en la trampa). Carnes y pescados exquisitos, dulces vinos, sabrosos –aunque bastante densos- postres y, por encima de todo, una fruta deliciosa destacan dentro de la extensa y maravillosa oferta gastronómica del lugar, a la que es difícil encontrar un punto débil.
Más allá de la opción de elegir bien un restaurante en el que degustar la fantástica cocina de Madeira, recomiendo acudir al Mercado dos Lavradores, tradicional espacio de la capital de la isla en el que comprar un fantástico pescado –bacalao, pez espada, calamar- o cualquiera de las miles de frutas de colores intensos que abarrotan los mostradores de los puestos. Da igual que sea más exótica (guayaba, papaya, mango, maracuyá) o menos (melocotón, naranja, mandarina, ciruela, plátano), que sea dulce o ácida: su gusto siempre resulta intenso, puro, sabrosísimo.
En cuanto a la carne, no se puede renunciar a la posibilidad de degustar uno de los platos típicos de Portugal en general y de Madeira en particular: la espetada. Especialmente la de carne de ternera, jugoso plato de un sabor exquisito que gana aún más ensartada en un palo de sauce. Probar el pollo asado es otra buena opción para los carnívoros que visiten el lugar.
También es muy tradicional en la isla, como acompañante o para picar entre horas, el curiosamente apodado bolo do caco, cuyo misterioso e indescifrable nombre enmascara una realidad más mundana: únicamente se trata de pan tostado con mantequilla. Y para acompañar la comida, o acabarla de la mejor manera posible, lo mejor es probar, con moderación o sin ella, el famoso vino dulce de Madeira.