Con un fuerte viento y un sonoro oleaje, Sagres se levanta cada mañana para mostrar a todos los visitantes los últimos trazos de terreno que Portugal ofrece. Situada al suroeste del país y conocida internacionalmente por ser un paraíso de surfistas, la pequeña villa de Sagres no solamente pone nombre a una de las mejores cervezas lusitanas, sino que esconde en ella un paraíso de tierra y mar como pocos en Europa.
Escarpados acantilados bañados por el Atlántico y unas intensas puestas de sol conforman el escenario perfecto para adentrarse de lleno en todo lo que esta zona de Portugal tiene en su interior. Desde el Cabo de San Vicente hasta la Fortaleza, pasando por las desérticas panorámicas bañadas todas ellas por el mar, Sagres permanece en la memoria de todo el que la visita como lo hacen pocos y contados destinos en el mundo.
Un pasado veneciano
El Cabo de San Vicente es a día de hoy un emblema del país portugués, alberga en él el Faro de Sagres, así como una centenaria fortaleza que vio su primera piedra puesta hace miles de años. Sobre esta construcción se dice que fue edificada para rendir culto a Saturno o alguna divinidad clásica relacionada con el mar y la navegación.
Sin embargo, no fue hasta el siglo XV cuando la Fortaleza de Sagres inició una verdadera misión estratégica y geopolítica. Tuvo un papel protagonista entonces el rey Eduardo I, quien permitió a numerosos barcos venecianos hacer escala en sus viajes desde Europa a tierras extranjeras.
Tan permanente se hizo la presencia de italianos en esta tierra que el propio Papa autorizó la instalación de un hospital para residentes venecianos en la actual villa portuguesa.
Villa que en el 1452 fue elegida por el infante Enrique, más conocido como Enrique El Navegante, como lugar de residencia y, aunque no esté confirmado de manera unánime por los historiadores, sería gracias a él por quien nacería la Escuela de Sagres, un supuesto centro de estudio de astronomía y navegación para estudiantes provenientes de todas partes del continente.
Los viajeros que se adentren en la fortaleza podrán visitar su torreón, que se mantuvo pese al terremoto que asoló Lisboa en 1755, así como la Iglesia de Nuestra Señora de la Gracia, una pequeña ermita que dota al conjunto de presencia católica y acompaña al terraplén y a las murallas, todas ellas con vistas al océano.
Todo lo que esconde Sagres
Qué mejor que completar la visita que conociendo de cerca las playas más vírgenes y salvajes de Portugal. Quizá Praia do Beliche sea la más famosa y más visitada, pero aun así continúa siendo de lejos un paraíso pacífico donde perderse.
Arenas claras y aguas turquesas mantienen el espíritu del surf que caracteriza a esta zona de Portugal. Para llegar a ella, nada como seguir el pequeño camino pedregoso que va desde Sagres hasta el mar.
Otra posibilidad pasa por tomar el sol en la Praia de Cordoama, a la que se llega a través de un camino de tierra batida de poco más de dos kilómetros y el cual desemboca directamente en la arena.
Además, este espacio natural ofrece la posibilidad de tomar un aperitivo o almorzar sardinas típicas de la zona, recién sacadas del mar por los pescadores, así como deleitarse con los mejores percebes del Algarve.
Y es que el sur de Portugal, aunque ponga su fin en Sagres, alberga un raudal de rincones de ensueño para disfrutar. Como la Cala en Monte da Piedade, ubicada entre el Cabo de San Vicente y la Villa de Sagres. Un espacio con gran afluencia de gente, sobre todo en los meses estivales, y que permite el baño en aguas cristalinas entre precipicios y roca caliza.
Secretos del Algarve
Y para el viajero más atrevido, también existe la posibilidad de echar vela y adentrarse en alta mar. A pocas millas de Sagres, ya navegando, son famosos los delfines oriundos del Algarve, que salen al paso de los marineros y se dejan ver sin problema.
No hay que olvidar que esta zona geográfica forma parte del Parque Natural del Suroeste Alentejano y la Costa Vicentina. Un privilegio que permite ver amanecer, por ejemplo, desde el agua. Es lo que ocurre si uno se acerca de madrugada a la Praia do Martinhal, que debido a su situación geográfica permite presenciar y compartir la bajada de la marea en persona.
Por último, el pequeño conjunto de islas con el mismo nombre, las Islas de Martinhal, sorprende cuando uno de lejos aprecia solamente un peñón que en realidad conforman estas cuatro islas separadas.
Un efecto óptico que se suma al de la luminiscencia que ofrece este entramado natural, sobre todo en las noches de luna llena, y que hace de Sagres una experiencia única todavía por disfrutar.