El arquitecto Luis Barragán nació en Guadalajara, México, en 1902 y permaneció en su ciudad de origen hasta titularse de la carrera de ingeniería. A finales de los años veinte y principios de los treinta, ya con estudios concluidos y con una visión amplia del mundo, Barragán proyecta sus primeras obras bajo la influencia del ilustrador y paisajista franco-alemán Ferdinand Bac (1859-1952). Bac fue una figura inusual dentro de la arquitectura racionalista que marcó la primera mitad del Siglo XX. Su fascinación por los jardines mediterráneos lo llevaron a publicar dos bellos libros de ilustraciones sobre arquitectura y paisajismo: Les colombièrs y Jardins enchantés. Barragán estudió ambos libros y se apropió de algunas de las soluciones estilísticas de Bac para, a la par de la ornamentación de los ranchos y las haciendas de Jalisco, presentar una visión personal de la arquitectura. La Casa González Luna (hoy rebautizada Casa Clavijero) fue un importante producto de este periodo. Otro ejemplo es la Casa Franco, construcción de limitadas dimensiones pero, a pesar de su reducido tamaño, con claros ecos de Bac.

Desde el año 2013 la Galería Travesía Cuatro tiene uno de sus tres espacios de operación en la ciudad de Guadalajara, precisamente, en la Casa Franco. Además de sus marcado estilo morisco esta edificación se caracteriza por lucir un piso de pasta tradicional dividido en cuadrantes de 20 x 20 centímetros. El piso es una suerte de tablero de ajedrez perfectamente regular que cubre el espacio interior de la casa, compuesto exclusivamente por dos colores: marrón y rosa. Estas tonalidades coinciden con la paleta cromática de las obras que ahora Mariela Scafati ha instalado en la galería.

Es importante recalcar que el color rosa se convirtió en una tintura insigne en el lenguaje arquitectónico de Luis Barragán. Desde 1942, con la construcción de la Casa Ortega en el barrio de Tacubaya de la Ciudad de México, Barragán emplea el rosa como elemento atmosférico y espacial. Pero para nuestro talentoso arquitecto el rosa es mucho más que eso. Con claras referencias a la paleta de colores del México rural, el rosa debe leerse como un símbolo polisémico especial. De hecho, existe el mito de que Barragán lo bautizó como Rosa maravilla ya que, según eso, esta tonalidad es el cosmético más poderoso y cautivador que se pueda emplear en la arquitectura moderna.

En el universo visual de Barragán el color es esencialmente pintura, y así debemos leerlo, si queremos interpretarlo correctamente. No es cuestión de dotar de una tonalidad específica una pared o a un material extendido, sino, más estratégicamente, de resaltar el hecho mismo de la pintura. Por ello Barragán es un pintor del espacio. En él la pintura es un componente definitorio y, gracias a los tonos monocromáticos aplicados en diversas áreas, se distribuyen los contrastes y las rimas.

En el marco del evento de arte contemporáneo Art Weekend-Guadalajara, Travesía Cuatro presenta la exposición individual de Mariela Scafati Pintura, pintura, pintura. Así, sobre los generosos salones de Casa Franco se presenta una instalación conformada por un conjunto de nueve bastidores marrones suspendidos del techo. Traspasando la turba de marrones, una pintura, inexplicable, enteramente rosa. En estas dos salas de entrada se experimenta, de manera directa y sin requiebros, el tema principal de la muestra.

Dos piezas textiles habitan la siguiente sala: un kamishibai con volado de terciopelo marrón y un óleo con marco blando de cuadrillé.

En el Japón de los años 30, los kamishibai o ‘teatros de papel’ se presentaban como estructuras teatrales donde las ilustraciones se iban sucediendo a medida que el gaito kamishibaiya o cuentista avanzaba en la historia. En el caso del kamishibai de Mariela Scafati, las ilustraciones se sustituyen por pequeños lienzos de color enmarcados por ondas sucesivas de terciopelo marrón, cosidas a mano. Aquí, lo manual lleva a lo cercano, a la proximidad del tejido apoyado en el regazo, al movimiento repetido de la aguja que lo atraviesa puntada a puntada. Todo queda al alcance de las manos de la artista. En estos textiles, la gran hazaña es el gesto mínimo de cortar una tela al bies y crear un volado; dar volumen a un plano a partir del movimiento más escueto. Pequeños manifiestos o festejos de la preferencia de la artista por lo elemental, no por simple, si no por accesible.

En Pintura despierta, la segunda pieza textil, hay también una clara elección del volumen como recurso. Las ondulaciones del tejido con estampado de cuadrillé generan nuevas composiciones a la vez que plantean preguntas sobre los límites entre el marco y la pintura, y sobre la relación entre ambos – ¿quién sostiene a quién? En el centro, un rectángulo de terciopelo berenjena alberga otro cuadrante más pequeño pintado al óleo en color rosa. La pieza podría leerse como un rascuacho. En una primera acepción, rascuacho o rascuache es un adjetivo coloquial que se utiliza para describir algo o a alguien de mala calidad o poco valor. En una segunda acepción, el término refiere a las pinturas figurativas tradicionales en las zonas fronterizas entre México y Estados Unidos, que se caracterizan por la elección de las calidades suntuosas del óleo sobre el terciopelo. Casualmente, es también la técnica empleada por la artista en sus primerísimas experiencias con la pintura. El origen aquí se identifica como lo que está cerca. La vuelta a las prácticas del comienzo son una elección, casi determinante, por lo cercano; por el terciopelo en la proximidad del regazo. A la vez, el recuerdo del comienzo trae preguntas al presente ¿por qué una termina haciendo lo que hace?

En la segunda sala los protagonistas son dos cuerpos convertidos en pintura o, tal vez, dos pinturas convertidas en cuerpos que gravitan suspendidos del techo. Como es habitual en el trabajo de Scafati, los límites se desdibujan y las transiciones se pierden. Atadas con la técnica del shibari, los cuerpos-pintura se mueven en la frontera entre el dolor y el placer.

Como punto final, la última sala nos lleva a un torso compuesto por una cascada de bastidores invertidos abrigados por un suéter rosa de punto. En el reverso de cada pintura Scafati pinta, en distintos tonos de un rosa suave y brillante, rectángulos monocromos. La pieza remite a otro comienzo, en este caso al año 2015, cuando la artista presenta en Buenos Aires Las cosas amantes. Casualmente y en una última lazada, los dos colores que dieron vida a la muestra de entonces fueron los mismos que cruzan los suelos de la Casa Barragán, que hoy alberga Pintura, pintura, pintura.