La exposición Un contínuum común indefinidamente liso se adentra en la colección del IVAM para proyectar otras miradas hacia lo contemporáneo, invitándonos a abordar las piezas desde una perspectiva mucho más amplia y compleja. La muestra reúne más de 130 obras de los fondos del IVAM que se conectan con otras piezas provenientes de la Fundación La Caixa y del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (MUSAC). Un ejercicio mediante el que analizar los contextos artísticos, sociales y culturales desde otro punto de vista; revisando y revisitando diversos sucesos que se pueden rastrear a lo largo de las obras y que nos descubren los impulsos que consiguen arriesgar la identidad de la historia.

Entre las obras podemos encontrar pinturas, fotografías, esculturas, vídeos e instalaciones de artistas como Pablo Picasso, Bruce Nauman, Julio González, Marcel Duchamp, Dan Graham, Georg Grosz, Sigmar Polke o Gerhard Richter, entre otros. Las obras procedentes del MUSAC son de los artistas Marc Bijl y Olaf Breuning, mientras que la obra de la Fundación La Caixa es de Thomas Hirschhorn.

El hilo conductor que articula la exposición gira en torno al concepto de lo contemporáneo: cómo podemos acercarnos a este término y su complejidad por medio de la narrativa que se configura con la selección de piezas de la colección del IVAM, entendiendo dicha colección como una construcción histórica y social. El proyecto también busca ref lexionar sobre las lecturas, los discursos y las reflexiones diversas que se pueden extraer de las obras. En este sentido, la exposición se configura como una herramienta que nos da la oportunidad de generar nuevas conexiones e interpretaciones, unas visiones que se muestren igualmente válidas, pues se basan en lo singular de cada experiencia.

La exposición se interesa principalmente en dos aspectos: los vacíos que podemos encontrar y que ayudan a construir un relato alternativo, y en cómo desmontar una narrativa lineal adscrita a los discursos expositivos que va unida siempre a un principio y un final. A través de las obras expuestas, la muestra sirve para reflexionar sobre la naturaleza de la institución museística («Cuando algo falta, cuando algo no está»), el papel del artista y su identidad («La contradicción como principio») y, por último, las anticipaciones de ciertos movimientos que cambian nuestras respuestas ante el arte («Un lugar significa definir un campo»).

Las piezas asumirán otros significados dependiendo de la óptica desde la que se analicen, demostrándonos que, en este presente que nos envuelve donde todo puede significar cualquier cosa, no hay nada mejor que acercarnos a un territorio difuso para descubrir que lo importante no es definir qué es lo contemporáneo, sino descubrir cuándo lo es.

Cunado algo falta, cuando algo no está

Lo cotidiano es esto que todavía no hemos asimilado: una condición en la que la intensidad de los cambios nos impide muchas veces tomar conciencia, de manera profunda y verdadera, de la época. Dentro de esta dimensión encontramos un elemento altamente evocador, que lo es por las contradicciones que atesora, por su complejidad innata y, sobre todo, por ser, en su esencia, la figura por excelencia de la revolución detenida. Hablamos del museo.

Dentro del arte contemporáneo y su continuo shock ante la postmodernidad que le ha tocado vivir, encontramos a un museo que se mueve en un contexto social globalizado. Un mundo en el que incluso lo deslocalizado busca cierta identidad y en el que, para sobrevivir, esta institución debe comprometerse con otros modos de producción. El museo nos está enseñando que puede funcionar de manera transversal, que puede mostrarnos lo que normalmente no vemos y que podemos aprender a leer los acontecimientos de otros modos. La mirada que nos propone aún nos parece algo lejana, no tanto por falta de interés, como porque los mecanismos de la percepción se han asentado en base a ciertos parámetros y desmontar algunas cuestiones suele costar un tiempo.

Una colección, como la que aquí analizamos, es una construcción histórico-social que permite rastrear una multiplicidad de códigos, ideologías, modas y condiciones. Es un artefacto que arroja luz sobre una época que, asimismo, necesita ser mirada transversalmente. Su potencia radica en que tiene la capacidad de medir un tiempo de presencia y de ausencias. Para ello, es necesario observarla desde un cierto compromiso social.

Así, si nos encontramos dentro de un espacio y un sistema del arte determinados y a la espera de su ansiada revolución, nada mejor que entender al museo como el entorno adecuado para desarrollar un nuevo movimiento cultural.

Uno capaz de prolongar las líneas de experimentación y de reflexión que alguna vez fueron llamadas al orden.

La contradicción como principio

Analizar la figura del artista no es ni será una tarea sencilla. No hay que olvidar que nos encontramos ante un sistema configurado por relaciones errantes donde aparecen figuras de identidad nómada. Dentro de los mundos del arte, algunas de estas figuras nos han guiado u orientado en la clasificación de los movimientos artísticos y en la reinvención del gusto estético. Un fenómeno que provocaba —y aún provoca— que la condición de obra de arte y de artista se desplace como quien mueve las cosas de sitio.

No obstante, con la aparición de las obras de arte y artistas siempre ocurre cierta discriminación, una especie de criba en la que no nos queda mucho más que aferrarnos a ese pensamiento según el cual una obra solo es considerada arte si la sociedad dice que lo es. Esta idea acerca de cierta estética de la colectividad reconstruye, nos guste o no, lo posible de nuestra época y potencia la olvidada implicación de un público que ahora manipula e interpreta las obras y las hace revivir cada vez desde una perspectiva original.

De algún modo, esta es la idea que defendía Duchamp cuando argumentaba que para que las intuiciones del artista fuesen fructíferas y reveladoras, necesitaban de una posición de cierta exterioridad, ya que aquí reside la fuerza de la sociedad.

La labor del artista se convierte así en una tarea de ambivalencia incómoda, porque transita entre el trabajo de investigación y el de archivo; entre sus relaciones con la periferia profesional o con el entorno cercano. En este universo, lo personal y lo profesional se fusionan con un mundo cuya textura cambia según el movimiento que la invade. Un lugar en el que el objetivo de la práctica artística se basa finalmente en encontrar sus propios significados entre las luces y las sombras del contínuum social en el que habitamos.

Un lugar significa definir un campo

Es extraña esta ansia por comprender: comprender nuestro tiempo y nuestra época en una búsqueda incesante por la explicación.

En ocasiones, todo llega «demasiado pronto», que es también «demasiado tarde», y lo contemporáneo se transforma en otra cosa, algo así como ser puntuales a una cita a la que solo se puede faltar. En este rastreo minucioso, la colección y sus obras se presentan como «anticipaciones» que se mueven dentro de una historia del arte por capítulos.

Aunque nos parezca nueva, esta historia no tiene nada de original. Somos la muestra viva de que nos encontramos en una trama social y global configurada a base de parches. En esta situación, las obras nos indican que algo diferente está por venir y que debemos decidir cómo afrontarlo. La decisión que tomemos será contemporánea o no será, no puede pertenecer al pasado ni al futuro, solo al presente.

La posibilidad de conectar con otras cosas requiere de otro tipo de alfabetización, de preparación ante los objetos. Chris Kraus en su libro Video green nos advierte que muchas veces es «el objeto el que simplemente funciona como un disparador de la colección real, y que esta es completamente interna». Es una fantasía en la que se nos invita a participar y que contiene la creencia en la primacía y el misterio del objeto; una escena que quiere escapar de ese temido significado real de la obra para regresar a lo que una vez fue una actitud o incluso un gesto. Una posición que se nos presenta algo esquiva, pero que se estira, se curva y se muestra descarada en un siglo XXI en el que todo el mundo piensa que ya no tenemos nada más que perder.

Epílogo

Cuando comenzaba a gestarse esta exposición todo parecía apuntar hacia un final prometedor. Un texto que cierra los argumentos y no deja espacio alguno para la duda. Un espacio donde el lenguaje y la conjunción de las obras sirvieran para plantear teorías y hechos que encajarían a la perfección, configurando un medio con el que armar una historia casi veraz de los acontecimientos.

Es una lástima que la cosa no funcione de este modo, ¿verdad? Lo cierto es que las conexiones que aquí se plantean bien podrían haber sido otras. Otro carrusel de relaciones que, en diferentes grados y dinámicas, nos demuestren continuamente que la validez, aunque no lo parezca, tiene la maravillosa cualidad de ser esquiva.

La vida, como ahora el museo, se nos presenta como algo que reconstruir a partir de unos fragmentos que nos son familiares y extraños a la vez. A los que tenemos que prescribir nuevas funciones y argumentos antes de que definitivamente hayamos agotado por completo todas las posibilidades. Quizás este sea el resumen del encuentro que tenemos diariamente con el arte: una situación que simplemente consiste en plantarnos cara a cara ante una oscuridad particular.