Entrado el tercer milenio y en pleno siglo XXI, en internet se puede encontrar literalmente cualquier cosa que se busque y de manera casi instantánea. Así, podríamos decir que el acceso a la información es universal, pero que el conocimiento no lo es, ya que como entes individuales no tenemos la misma capacidad de adquirir conocimientos o de comprender lo que estamos viendo o leyendo. Sin mencionar que no todos tenemos la misma educación: nivel, calidad, variedad y extensión. Cada persona tiene diferentes capacidades, habilidades, intereses, etcétera.
La desinformación
Con este nivel de acceso, por otro lado, sería esperable que cada uno de nosotros comprobara si esa información que leyó, escuchó o vio, es real. Hoy día hay innumerables formas de comprobar si una fuente y la información son verídicas o si se trata de una noticia falsa o un meme de internet. Pero, por increíble que parezca, muchos no lo hacen; peor aún, replican y reproducen, aun teniendo la capacidad y las herramientas necesarias para rechazar una información cuando obviamente es falsa o tergiversada, con el único fin de causar ruido social y desinformación sobre un tema.
De hecho, hay quienes pagan por generar esa desinformación, bien para generar ruido y atraer a las masas hacia un tema o propósito que les conviene, desacreditando y haciendo mofa de quienes con lógica, razón y argumentos verdaderos se oponen a ello. Un claro ejemplo de lo que menciono es el cambio climático: hoy todos —o, bueno, casi todos— somos conscientes de la realidad y los efectos del cambio climático, que muy tristemente se intensifican año a año, debido a la inacción de los países, principalmente de los que más contribuyen a él. Si bien ahora se conoce que sus efectos son reales y que son una verdadera amenaza para la humanidad, los “esfuerzos” son mínimos y poco menos que un paliativo.
Los líderes profeta
¿Por qué?, porque a pesar de todo el conocimiento actual, buena parte de la humanidad sigue rigiéndose por las creencias políticas propias de la autocracia, más precisamente en torno a la figura política mesiánica de un líder, que con su carisma y poder de convencimiento llevará al país a la salvación, a pesar de que las evidencias digan que será todo lo contrario. Una figura política mesiánica como un falso profeta. La cuestión es ¿por qué una buena parte de la población de un país cree en una figura política mesiánica como su líder indiscutible? Y la triste respuesta es porque en tiempos de crisis y abominación la gente prefiere creer en la falsedad que les da esperanza, antes que admitir la realidad tal cual es. Es más fácil creer que otros, en este caso otro, resolverá el problema por nosotros, antes que admitir que nosotros somos parte del problema. Es más fácil dejar que otros actúen por nosotros que actuar. Es más fácil responsabilizar a otros que responsabilizarnos nosotros mismos.
Verdad ilusoria y adoctrinamiento
Es lo que en psicología se conoce como efecto de ilusión de la verdad o verdad ilusoria: creer que algo es cierto sin serlo. Y el efecto de ilusión de la verdad es algo que, aunque no lo sepan conscientemente, los políticos demagogos, las figuras mesiánicas, conocen muy bien, ya que la verdad ilusoria se encuentra en la memoria implícita de todos nosotros. Se trata de la memoria de las experiencias que hemos tenido y nos ayudan en la ejecución cotidiana de nuestras tareas. Actuamos basados en una percepción inconsciente de esas experiencias grabadas en nuestra memoria.
En relación con la verdad ilusoria, la memoria implícita hace que tendamos a considerar primero y como ciertos aquellos recuerdos que nos resulten familiares. Y eso es lo que —aún sin saberlo, o más precisamente aún sin estar consciente de ello— el político demagógico, la figura mesiánica, utiliza para manipularnos, porque esa manipulación está grabada en su memoria implícita. Lo grave es que una vez que nosotros nos dejamos manipular —y peor si no solo nos dejamos manipular, sino que, además, creemos y damos por cierto lo que el manipulador, la figura política mesiánica, nos dice—, esa falacia, esa mentira, también quedará grabada en nuestra memoria implícita.
Este es el principio del adoctrinamiento, ya sea político, ideológico o religioso. Y el adoctrinamiento lleva indiscutible e irremediablemente al fanatismo.
Mi sugerencia a usted, lector, es que no crea en falsos profetas, no crea en figuras políticas mesiánicas. Crea solo en lo que pueda comprobar que es cierto. Sea un librepensador, ejerza su libre albedrío, no se deje llevar por lo que dicen los fanáticos, los memes de internet y las noticias falsas. Recuerde: “No hay peor ciego que quien no quiere ver, peor sordo que quien no quiere escuchar ni peor terco que quien no quiere entender”.