Los mercados económicos son sistemas sociales de adaptaciones sucesivas, dinámicas e imperfectas y, por lo tanto, de ecuaciones matemáticas parciales y relativas. A diferencia de esta realidad, el modelo matemático neoclásico implica ecuaciones perfectas y absolutas inexistentes en términos objetivos, y esto determina la inutilidad del reduccionismo economicista.
(Fernando Araya)
En el ensayo del 19 de febrero de 2024 me referí a la teoría objetiva del valor-trabajo, evidenciando los vacíos e insuficiencias de tal enfoque, así como las consecuencias destructivas asociadas. Ahora me concentro en el paradigma económico neoclásico relacionado a la tesis sobre la competencia perfecta y el equilibrio general y simultáneo del sistema económico, e identifico sus equívocos y sus perniciosas consecuencias. Ambos paradigmas son funcionales entre sí, se complementan a pesar de las diferencias entre ellos.
La competencia perfecta
Los supuestos del modelo de competencia perfecta son:
Existen muchos vendedores y compradores con capacidad para intercambiar bienes y servicios en los mercados económicos.
Los actores económicos poseen un conocimiento completo y perfecto de las variables involucradas en el funcionamiento de los mercados.
Frente a situaciones cambiantes, la capacidad de reacción de quienes participan en las dinámicas de los mercados es infinita.
No existen barreras de entrada y salida para productores y consumidores.
Los supuestos 2, 3 y 4 no se cumplen en la experiencia social, representan idealizaciones del modelo matemático y epistemológico respecto a los productores y consumidores, pero de ninguna manera sintonizan con la vida cotidiana. Resumo a continuación los rasgos epistemológicos de este modelo. Son los siguientes:
Se trata de un esquema categorial no empírico, ni realizable empíricamente, siendo evidente la imposibilidad de materializar la totalidad de sus supuestos principales, en especial aquellos referidos al conocimiento perfecto, las barreras de entrada a los mercados y la velocidad infinita de reacción frente a situaciones dinámicas.
Como modelo ideal cumple alguna función dentro de la elaboración teórica, al brindar un marco conceptual paradigmático de interpretación. El problema, vacío o insuficiencia, reside en dos aspectos: primero, el carácter unilateral y desconectado de las prácticas económicos y sociales de los supuestos epistemológicos indicados, y segundo, la pretensión política e ideológica de traducirlos en razones de Estado y de gobierno. Lo mismo puede decirse de la teoría objetiva del valor-trabajo, cuyos contenidos son inviables por desconexión respecto a las realidades no conceptuales.
Cabe preguntar ¿cómo se puede interpretar de manera adecuada el funcionamiento de los mercados utilizando un marco categorial cuyos supuestos no son los operantes en el plano experiencial? Sostener, por ejemplo, el conocimiento perfecto de los actores económicos respecto a las variables intervinientes en los mercados equivale a divinizar a tales actores como si fuesen entidades sobrenaturales, no existiendo entre ellos diferencias cognitivas ¿Es esto cierto? ¿Es racional? No es cierto y no es racional. Los actores económicos no son dioses, no poseen conocimientos perfectos y totales, pueden ingresar o salir de los mercados, pero no lo hacen bajo las mismas condiciones objetivas, habilidades y destrezas, ni tampoco comparten una velocidad de reacción infinita ante las dinámicas cambiantes de la economía.
De conformidad con lo indicado, el paradigma de la competencia perfecta cumple una función análoga al cielo de los cristianos, y de cualquier otra religión o teología: no es alcanzable en la temporalidad histórica, pero pretende iluminar el ámbito de la práctica posible de los creyentes. Iluminar el campo de lo posible desde lo históricamente imposible, ese es el cometido epistemológico del modelo de competencia perfecta y en general, de los modelos ideales, tanto en las ciencias físico-matemáticas como en las disciplinas sociales, pero en el caso del paradigma en comentario, incluso ese cometido se convierte en una quimera debido al carácter inválido de los supuestos. En este sentido el más grave error de algunos políticos e ideólogos es construir narrativas de comunicación asumiendo como posibles unos postulados construidos de forma inválida en términos epistemológicos. Esto mismo puede afirmarse, como demostré en el anterior ensayo, en la teoría objetiva del valor-trabajo, donde el modelo ideal (trabajo obrero como fuente exclusiva del valor y del incremento del valor, expropiación de los expropiadores, teoría clasista de la plusvalía y absolutización del proceso de producción) se plantea como existente en la realidad o realizable en ella, a pesar de sus insuficiencias técnicas y analíticas.
Competencia, cooperación y pluralidades cognitivo-emocionales
El esquema categorial de la competencia perfecta, como es notorio, involucra el concepto de «competencia», siendo necesario recordar el sentido empírico de las estructuras competitivas. La competencia es un método de gestión social a través del cual se utiliza y distribuye el conocimiento socialmente disponible, y las experiencias de los integrantes de la sociedad. Esto incluye la cooperación social, y los conocimientos formalizados en los sistemas educativos como los no formalizados en ellos, todo lo cual acontece a través de acciones racionales, a-racionales y no racionales. Competir, por lo tanto, no es una rivalidad y antagonismo llevados a lo absoluto, también consiste en cooperar. No hay competencia sin cooperación, y la cooperación es inviable sin competencia. Nada de lo escrito es incorporado en el análisis neoclásico, y esto determina su inconclusión.
Otro de los supuestos epistemológicos de la teoría de la competencia perfecta es el carácter siempre racional de la conducta económica. La experiencia concreta demuestra, sin embargo, la naturaleza racional, irracional y a-racional de los móviles sociales e individuales, razón por la cual no es válido afirmar la racionalidad absoluta del agente económico en sus conductas dentro de los mercados. Dicho en otros términos la racionalidad es un elemento deseable de toda competencia, pero no imprescindible para su existencia. Los gustos, preferencias, inclinaciones psicológicas, éticas y otras motivaciones de quienes participan en los mercados son realidades bastante más dinámicas, versátiles y plurales. Así las cosas, una definición reduccionista del vocablo «competencia» (como ocurre en la versión neoclásica y en la teoría objetiva del valor-trabajo) es insuficiente para comprender y calibrar en términos sociales su significado. Competir, cooperar, identificar móviles conductuales racionales, no racionales e irracionales, e incorporar variables éticas, culturales, históricas, psicológicas, políticas, es esencial para la inteligibilidad del concepto «competencia», pero esto está ausente en el paradigma referido.
El orden económico
La construcción social generada a través de elementos racionales, a-racionales e irracionales de conducta puede obstaculizar o favorecer el intercambio económico de bienes y servicios, privilegiar la excelencia, la innovación y eficacia o priorizar la medianía, la inercia y el descenso de la calidad. Así, por ejemplo, el orden económico de planificación centralizada, derivado de la teoría del valor-trabajo, donde las decisiones de qué producir, cómo producir, para quién producir y de qué manera distribuir lo producido, son tomadas por un grupo de políticos e ideólogos planificadores, bajo el supuesto del conocimiento perfecto de las leyes objetivas del proceso histórico, obstaculiza el desarrollo de iniciativas individuales e impide la observancia de un principio epistemológico clave: en la comunidad existen tantos centros de decisión y de acción como personas participen en ella, lo cual determina un tipo de dinamismo social ajeno a cualquier pretensión iluminista, planificadora y centralista. La uniformidad y unidireccionalidad del orden social, en tales circunstancias, tiende a eliminar la pluralidad, diversidad y descentralización inherentes en el comportamiento práctico de las personas, y lo mismo cabe afirmar cuando se parte de un supuesto orden perfecto de mercado. Tal perfección, la de los mercados, es definida por quienes conocen la totalidad de las variables económicas involucradas, y son estos quienes determinan lo correcto y lo incorrecto de las políticas concretas, con lo cual se distorsiona y anula la pluralidad de actores. Obsérvese como en ambos paradigmas (teoría objetiva del valor-trabajo y competencia perfecta) se postula el mismo supuesto epistemológico: conocimiento perfecto (de los mercados en un caso y de la historia en el otro), cumpliéndose en los dos su efecto más pernicioso: impedir la innovación, idolatrar la inercia, violentar la descentralización del conocimiento, y priorizar el supuesto conocimiento perfecto disponible en pequeños grupos de iluminados (economistas, políticos, ideólogos).
Una visión más integral y completa del proceso económico, y de la dinámica social e histórica en general, debe incorporar en el análisis al conjunto de las variables intervinientes (no solo las económicas), facilitando la unidad competencia-cooperación, en el sentido apuntado más arriba, como mezcla de variables racionales, a-racionales e irracionales, exigiendo estimular la pluralidad y descentralización en la búsqueda de soluciones plurales para desafíos diversos, todo lo cual constituye un método propiciador de la imaginación social, de la innovación y el cambio.
Crítica al reduccionismo economicista en la teoría de los órdenes sociales
Todo orden social comprende el nivel económico, el jurídico-político y el ético-cultural, y esto evidencia la insuficiencia del paradigma neoclásico al reducir el orden social a solo la dimensión de mercado, dinero y consumo. Este reduccionismo economicista constituye uno de sus principales equívocos. En realidad, el proceso económico acontece en un orden social compuesto por una multitud de variables económicas y no económicas. Lo mismo cabe afirmar del análisis de Marx respecto al capitalismo.
El orden social capitalista comprende una pluralidad de dimensiones e instancias, cuyos contenidos principales muchas veces no son económicos, por lo tanto, es incorrecto reducir este tipo de sociedad a solo dinero, propiedad, consumo y mercado. Tal reducción economicista conduce a un resultado paradójico: después de trescientos años de realizar estudios sobre el capitalismo, aún no se conoce el ABC de este sistema, la desorientación es gigantesca.
Equilibrio general y simultáneo del sistema económico
La competencia perfecta del paradigma neoclásico se asocia, por la forma y por el fondo, con la tesis sobre el equilibrio general y simultáneo del sistema económico.
Los numerosos mercados de factores y productos están conectados en el sistema interdependiente denominado equilibrio general. Este sistema implica la existencia de millones de precios y productos, y de millones de comportamientos existentes en el mercado. Todo esto queda subsumido en un número determinado de ecuaciones asociadas al equilibrio general del sistema económico. Las economías domésticas interactúan con las unidades productivas en busca de maximizar los beneficios, transforman los factores comprados a las economías domésticas (factores de producción) en mercancías vendidas a ellas. Es un lugar común afirmar, en este marco teórico, que los millones de factores, productos y consumidores existentes en el orden económico, no obstaculizan la presencia de un sistema de precios en el cual las ofertas y las demandas se equilibren con exactitud, pudiéndose establecer las ecuaciones matemáticas correspondientes.
De conformidad con el modelo de competencia perfecta y equilibrio general de mercado, debe sostenerse:
Una estructura de mercado competitiva interrelaciona los diversos elementos del mecanismo económico mediante un sistema de precios.
En el sistema de precios del modelo de competencia perfecta y equilibrio general se determina un número suficiente de curvas de oferta y demanda, pudiéndose determinar los precios relativos correspondientes.
El equilibrio general competitivo logra una eficiente asignación de los recursos y distribución de la riqueza, y no existe, matemáticamente hablando, una alternativa mejor para promover el bienestar.
Existe en los mercados una tendencia objetiva al equilibrio general del sistema económico, traducida en las ecuaciones matemáticas del modelo.
En cuanto a la teoría del equilibrio general del sistema económico, dada la naturaleza ideal de los supuestos utilizados, no se trata de una propuesta de la cual pueda quererse su aplicación en el mundo de la experiencia empírica. En efecto, la ausencia de externalidades, de monopolios, de oligopolios, de economías de escala, de incertidumbres, etc., no constituye una ausencia empírica sino meramente ideal del modelo.
Por otra parte, el comportamiento del mercado empírico no opera, en ningún momento espaciotemporal, como mercado perfectamente competitivo a escala del sistema económico general. La teoría general del equilibrio elabora un conjunto de ecuaciones de solución simultánea; sin embargo, la dinámica del mercado experiencial cambia constantemente incluso debido a factores imponderables desde el punto de vista matemático de las ecuaciones (inclinaciones psicológicas, deseos, motivaciones), lo cual obliga a que el mercado empírico, para alcanzar el equilibrio general y simultáneo deba materializar las ecuaciones del equilibrio general en forma simultánea e instantánea. Lo anterior, sin embargo, no es posible. Sería necesario poseer un conocimiento perfecto de parte de los agentes económicos y tal conocimiento es real solo si fantaseamos con un universo inexistente. El mercado es un sistema de adaptaciones sucesivas y, por lo tanto, de ecuaciones parciales y relativas, imposibilitado, por esa razón, de solucionar un sistema de ecuaciones simultáneas, generales y absolutas.
Pretender, en tales condiciones, que el equilibrio general del mercado perfectamente competitivo sea realizable constituye violentar la estructura propia de la teoría económica, tal y como acontece con la misma pretensión en el caso de la competencia perfecta. En palabras más directas, las ecuaciones correspondientes al equilibrio general permiten saber con exac-titud los precios y las cantidades de todas las mercancías; sin embargo, dados los supuestos implícitos en el modelo de equilibrio general, tal cosa no es posible y sería un error legitimador de la coacción otorgar a alguna autoridad el poder de tal conocimiento.
La desaparición del Estado en el horizonte de la autogestión social
Otro aspecto importante de comentar es el siguiente. La historia humana no existe sin personas que la hagan posible, en otros términos, las estructuras históricas no son instancias autosustentadas y autoconscientes, ellas se fundamentan en las acciones e interacciones de las personas, y sin eso no serían nada. Lo indicado establece, per se, límites a la presencia de los poderes estatales, gubernamentales, económicos y colectivos en general, los cuales deben autolimitarse frente a la preeminencia del ser personal. Este principio, llamémosle «personalista», es uno de los méritos indudables del pensamiento social, pero conviene preguntar ¿implica la desaparición del Estado y del gobierno, tal como se deriva de la teoría objetiva del valor-trabajo, de algunas expresiones extremas del paradigma neoclásico y del paradigma anarcocapitalista? Desde la perspectiva de quien escribe, el principio antropológico personalista conduce a la preeminencia de la autonomía, el autogobierno y la autogestión social, y estos rasgos, cuando sean predominantes en la vida colectiva (si es que llegan a serlo), conducen a la extinción del Estado y del gobierno tal y como son conocidos hoy, así como a la consolidación y desarrollo de nuevas formas de gestión y autoridad, pero de esto no se deriva, en las condiciones actuales, la inmediatez de la desaparición del Estado y del gobierno, sino un proceso social en esa dirección. Lo que sí implica el principio personalista y el modelo estratégico de autogestión social, es la erradicación de los feudos de poder en el Estado y en el gobierno, a partir de los cuales determinados segmentos de la población (empresarios, políticos, ideólogos, representantes religiosos, sindicalistas, académicos y otros) se apropian de la riqueza social y expolian los frutos del trabajo humano. El tema, entonces, no es tan sencillo como suponer que la propiedad estatal o la propiedad privada constituyen las panaceas del desarrollo económico y social, lo decisivo es determinar un tipo de poder y de mecanismos de gestión que no se basen en la expropiación de los frutos del trabajo para favorecer a minorías parasitarias (robo institucional e institucionalizado). Esto, fácil de escribir, pero resulta harto difícil de concretarlo, como bien lo demuestra la historia humana.
En ninguna de las civilizaciones actuales existen sociedades cuyas dinámicas económicas materialicen la desaparición del Estado y del gobierno, ni han existido en el pasado. Tampoco se ha concretado la existencia de sociedades autogestionarias. Si se retrotrae la mirada, digamos, a cualquiera de las etapas históricas pretéritas no se observa el fenómeno de extinción o desaparición del Estado y del gobierno. Por lo pronto el postulado sobre la desaparición de tales instancias sociales no pasa de ser un constructo ideológico ajeno a la complejidad y pluralidad de la experiencia. En tal contexto insistir siempre y en todo momento, como si de un dogma religioso se tratara, en el vocablo «Estado mínimo» y en la fórmula de la desaparición del Estado, evidencia un enfoque en exceso unilateral.
Lo escrito hasta aquí se traduce en cuatro tesis principales:
Primero, la tesis de Estado mínimo combinado con mercado y competencia perfectos no es realizable debido al carácter ideal, no empírico, de sus supuestos epistemológicos.
Segundo, actuar como si dicha tesis fuese realizable en términos de experiencia social, implica una política autoritaria o tendencialmente autoritaria.
Tercero, si bien es deseable, como finalidad, la desaparición del Estado, esto solo es viable en el contexto de la autogestión social y de la sociedad autogestionaria.
Cuarto, a pesar de lo dicho sobre la autogestión, la sociedad autogestionaria y la desaparición del Estado, en el contexto histórico actual se trata de ideales no realizables como experiencias de la totalidad social. Es factible encontrar muchas prácticas sociales de autogestión, y vidas autogestionadas, pero esto no implica, por ahora, el nacimiento de sociedades autogestionarias como tal.
Quizás en un futuro muy, muy lejano, la «sociedad autogestionada multi-planetaria y multidimensional» sea una realidad por completo palpable, pero este no es el caso en el mundo contemporáneo, donde predominan feudos de poder, ideologías y combinaciones de intereses económicos, políticos y sociales, conducentes a grados superlativos de violencia, manipulación mediática, desigualdades, concentración de la riqueza social y destrucción de todas las formas de vida a través de las guerras.
Cuestión de método
Sobre la base de las consideraciones previas, estimo pertinente aclarar algunos postulados sobre el uso de las teorías económicas, sus lecturas y la relación del orden económico con los otros niveles de la vida social:
Es necesario evitar lecturas fundamentalistas de los paradigmas económicos. Esta práctica las transforma en sistemas dogmáticos y meramente repetitivos, cuyas ecuaciones matemáticas están por completo alejadas de la experiencia concreta y cotidiana. Esto sucede tanto en el caso de la teoría objetivista del valor-trabajo como en la tesis sobre el mercado perfecto, el equilibrio general del sistema económico y el anarcocapitalismo.
No debe aislarse el funcionamiento del sistema económico de las otras instancias de la vida social. El orden ético-cultural y el orden sociopolítico y jurídico mantienen una autonomía relativa respecto al funcionamiento del sistema económico, lo cual es olvidado cuando se reduce la dinámica social solo al intercambio mercantil de bienes y servicios, el consumo, la propiedad y el dinero.
Conviene reforzar los vínculos entre la teoría económica y las disciplinas sociales adyacentes, tales como sociología, politología, historia, filosofía, antropología y psicología.
Es imperativo repensar los fundamentos filosóficos implícitos en los paradigmas económicos, en particular para revelar los supuestos epistemológicos y éticos.
Conviene evitar construcciones teóricas e intencionalidades políticas como medios para concretar modelos ideales. Tal cosa violenta la estructura específica del discurso «científico» en disciplinas sociales y crea la posibilidad de justificar prácticas totalitarias.
Respecto a los modelos ideales o paradigmáticos en la disciplina económica, estimo conveniente lo siguiente:
Es imprescindible introducir variables exógenas en las construcción y perfeccionamiento de los modelos, tales como factores culturales, políticos y sociales.
Las predicciones de los modelos pueden ser imprecisas, esto es así incluso en las ciencias físicas.
En la construcción del saber es imperativo combinar adecuadamente los datos individuales con hipótesis pertinentes; el dato en cuanto tal se obtiene en un marco más general donde la formulación hipotética es central. Como bien se ha escrito, lo equivocado no es enunciar hipótesis y extraer conclusiones de ellas, sino hacerlo de modo inválido.
Epílogo: construcción experiencial de la vida
Una de las conclusiones más importantes obtenidas al analizar la teoría objetiva del valor-trabajo y el paradigma neoclásico de la competencia perfecta y el equilibrio general del sistema económico, es la siguiente: la generación de conocimiento y de sabiduría exige priorizar la construcción experiencial de la vida en general y de la vida humana en particular. Esto se encuentra ausente en los enfoques referidos en este artículo, y en el publicado el 19 de febrero del año en curso. La más pequeña, acotada e incompleta de las experiencias, es más profunda e integral que la más grande, universal y completa de las teorías. Como bien se lee en el Fausto de Goethe: «Querido amigo, toda teoría es gris, pero es verde el dorado árbol de la vida», el cual reverdece de manera permanente, al infinito.
La afirmación sobre la importancia decisiva de la experiencia no invalida el significado de las construcciones teóricas, su mérito consiste en situar la teoría como un momento de la acción, no al revés. En todo proceso histórico o meta-histórico el núcleo generador es la acción, más vale un segundo de acción que siglos de teoría y palabras. Los ideales, objetivos y propósitos se practican, y al practicarlos se teorizan. La filosofía, en sintonía con el principio indicado, es una práctica analítico-crítica, es vivencia, no un corpus dogmático de saberes. Desde la perspectiva del primado de la experiencia, y de lo teórico como un aspecto de la acción, se comprende la naturaleza de simple e inválida especulación sociohistórica y matemática típica en la teoría objetiva del valor-trabajo y en el paradigma neoclásico sobre la competencia perfecta y el equilibrio general del sistema económico. Aún debe generarse mucha luz y sabiduría sobre los órdenes sociales. Conocer y saber son actos heroicos imprescindibles para sobrevivir y, sobre todo, para vivir a pesar de los oscurantismos y de los odios disfrazados y cultivados en todo el orbe.