El 26 de enero de este año presenté en la ciudad de Santiago el libro sobre la biografía de Jorge Lavandero Illanes, político chileno que en el curso de su vida denunció a los eternos Guasones que administran la mentira sobre la que se ha edificado la historia de este país. Este libro aparece cruzado por dos tragedias, la primera se refiere a la Patria asaltada y humillada por un grupo cívico-militar que tomó el poder, destruyó la democracia en nombre de la institucionalidad que dijeron defender, y que se perpetuaron en el poder durante 17 años en violación de los principios fundamentales de la convivencia democrática y los derechos humanos. La segunda tragedia es la que vive Jorge Lavandero, acusado de un crimen que no cometió por quienes no vacilaron en emplear el poder del dinero y la institucionalidad política, para que no quedara dudas sobre la suerte que iban a correr aquellos que en el futuro intentaren seguir el camino del senador Lavandero.
La biografía relata los comienzos de un hombre que llegó al Congreso de la República con valor e inspiraciones que lo llevaron a liderar las juventudes allendistas (juventudes del FRAP, Frente de Acción Popular, entre 1958 y 1963); y cuando todo parecía hundido en las oscuras urdimbres del dinero y la herencia pinochetista, creó el Comité de Defensa y Recuperación del Cobre durante el gobierno de Patricio Aylwin.
Todo libro tiene un hilo conductor que se sobrepone aún a las intenciones del autor, por eso cuando Alejandro Pérez, decidió escribir sobre la vida de Jorge Lavandero Illanes se cruzó con esta contradicción fundamental. Este hombre, desde su juventud, con los ímpetus del corazón de guerrero quiso cambiar el destino de la Patria. Aún se recuerda en la sala del senado de la República cómo develaba las claves herméticas de las fortalezas del poder. Porque Jorge Lavandero, como otros tantos rebeldes que buscaron sobreponerse a este edificio lúgubre de la historia de Chile, cayó en el intento, vencido por los Guasones que administran los relatos de mentira de esta Patria castigada por el infortunio.
Uno de estos Guasones, hace ya casi ocho décadas, condenó en medio de carcajadas histriónicas al poeta de Chile. El poeta patrio Pablo Neruda nos recuerda que este Guasón, llamado Gabriel González Videla, fundó en la caleta de pescadores de Pisagua un campo de concentración, vendió a su patria al capital extranjero y los instaló como dueños del subsuelo de Chile. Pinochet no tardó en utilizar Pisagua, desde cuyo suelo partían helicópteros con cadáveres de prisioneros ensacados con un riel para fondearlos mar adentro. La pequeña historia recuerda al traidor González Videla en su viaje a Washington tocando piano a cuatro manos en la Casa Blanca con Harry Truman, el vendedor de camisas que fungía en esa época como presidente del Imperio. El otro Guasón, se llama Ricardo Lagos Escobar, recorrió el mundo proclamándose heredero de Salvador Allende, el presidente mártir. Con esta credencial de socialista, defensor de presos políticos, urdió en extrañas maniobras con los representantes de Wall Street y el embajador norteamericano la venta de los intereses de la república, refrendó el dominio del cobre a las compañías extranjeras –mantuvo la ley minera de la dictadura que los hacía propietarios– y como si esto fuera poco dio garantías a las transnacionales para que explotaran, las carreteras del territorio nacional, las riquezas forestales, el mar y todo recurso natural que pudiera ser reducido a billetes dólares. Así llegó a la presidencia de Chile, junto a una banda de aduladores, como el primer socialista en acceder a La Moneda después de Allende. Por ello cuando Lavandero, durante la dictadura, recorrió Chile junto a Radomiro Tomic proclamando verdades indesmentibles, el pueblo entendió que esa riqueza que había sido rescatada un 11 de julio de 1971 ya no era suya sino de un capital transnacional insaciable. Lagos comprendió que ese discurso era contrario a los acuerdos a que había llegado con las empresas mineras que financiaron su candidatura; como no se puede vivir en un sobresalto perpetuo por eso este Guasón de apetitos desmedidos, golpeó una mesa de La Moneda con sus blancas y pequeñas manos de doncella con la decisión final de acabar con todo este desbarajuste que se llamaba senador Lavandero. Para ello contó con gente del propio partido del senador, que ya había dejado en el baúl de los recuerdos el legado de Radomiro Tomic, Bernardo Leighton, Rafael Agustín Gumucio, Julio Silva Solar, Fernando Castillo Velasco, Andrés Aylwin, Renán Fuentealba y tantos otros que habían inaugurado una ruta progresista en la década de los años 50 del siglo pasado. Fue así como llegaron las órdenes, desde las alturas del poder, al canal católico de televisión para que urdiera las redes invisibles del engaño.
Para ello se acusó a Lavandero de un crimen deleznable, abuso de menores, los hilos del complot preveían una cobertura legal bajo la forma de un juicio en Temuco según las reglas recién inauguradas de la reforma procesal penal. Nada faltó se adjuntaron declaraciones juradas, bien pagadas, textos de un Fiscal de pacotilla, un tal Xavier Armendáriz, nombrado por Guillermo Piedrabuena, Fiscal Nacional, abogado de poca monta, cuyo mérito no era otro que el lobby ejercido ante los palacios perfumados del poder, que desde Santiago urdía la estrategia para que se creyera por el Pueblo que Lavandero, el defensor del cobre, era un pedófilo que debía ser borrado de la memoria ciudadana. Un Pueblo inerme ante una evidencia que agarraba fuerzas en la argamasa de los tribunales y la jurisprudencia, mamaba de la mala leche inventada por un poder que sabía que si ahora todo se caía como la caca del pájaro que caga desde la rama, con el tiempo esto podía llegar a ser verdad. La lista de atropellos de los montajes extrajurídicos es larga.
La reforma procesal penal parecía el instrumento expedito para liquidar el problema en cuestión de días. Nada se ahorró en esta faramalla legal. Todo comenzó con la falsificación de fechas de los hechos que de haberse respetado el proceso habría caído bajo la jurisdicción del sistema procesal anterior a la reforma. Peor aún, Piedrabuena encomendó a su hombre, Armendáriz, quien era abogado del ministerio público de Santiago, ejercer como fiscal en Temuco. El objetivo era crear en primer lugar una atmósfera de sospechas ante la opinión pública, buscar lo que llamaron testigos de contexto para así afirmar que el senador en cuestión tenía un historial de delitos y excesos que afirmaban sus acusaciones. Este proceso cayó en el fiasco cuando Armendáriz entrevistó a las víctimas del senador que juraron no conocerlo; otro testigo ante Notario declaró haber recibido dinero por sus declaraciones contra el senador (junio de 2005). Pero por sobre todo la tarea consistía en introducir la confusión en la defensa y la magistrada que presidía el tribunal, en un procedimiento poco conocido que se inauguraba bajo los auspicios de la fundación Seguridad Ciudadana del dueño de El Mercurio, el mismo que había golpeado las puertas de Richard Nixon para que atajara las reformas de Allende en Chile, apoyara financieramente la huelga de los camioneros en 1972 y 1973 y si fuera posible intervenir militarmente; a esa troupe se unía Soledad Alvear, ministra de justicia de la época y demócrata cristiana.
Cuando José Galiano, abogado penalista, comentó y escribió, que los hechos que se le atribuían al senador Lavandero, carecían de toda trascendencia sexual, la cátedra, los tribunales, la clase política que estaba en el complot, guardó silencio. La Fiscal de Temuco, Esmirna Vidal, fue apartada de la investigación cuando decidió que no había mérito para procesar al senador Lavandero. Junto con ella, otros cinco fiscales en el pasado habían sido apartados por no encontrar méritos para seguir con la causa. Como lo relata Alejandro Pérez, no se contaba con los manejos del fiscal y el supuesto abogado defensor durante las audiencias y la jueza del caso. Convencida del manejo político de la Fiscalía, la jueza, Georgina Gutiérrez, en diálogo con las otras dos partes, Matías Balmaceda abogado de Lavandero y Armendáriz fiscal, les señaló que en ningún caso sentenciaría con pena de cárcel. El acuerdo en esta tragicomedia de circunstancias incluía el compromiso del abogado defensor ante el fiscal para que Lavandero aceptara un juicio abreviado. Escribiendo sobre estos hechos, Lavandero recuerda haber expresado a su abogado que no aceptaba tal acuerdo por lo que Balmaceda decidió renunciar. Sin abogado defensor, los hechos se sucedieron con la llegada de otros abogados e instancias superiores, donde se discutió desde la nulidad de la sentencia dictada y la necesidad de ir a un juicio oral. Seis años después, pronunciándose sobre estos hechos el abogado penalista, José Galiano en su J’accuse escribe que «todo esto configura una desafiante colección de atropellos al ‘derecho a la justicia’ consagrado en el art. 19 N° 3 de la Constitución Política, aún vigente. Se trata, en fin, de tantas coincidencias infraccionales que resulta difícil atribuirlas a la coincidencia o al error. En otras palabras, parecen ser coherentes con el montaje extrajurídico, anterior a la denuncia y concebido como una tramitación prejudicial, que con mayor urgencia debía traducirse en condena».
En esos años apareció en el diario Austral un relato sorprendente. Héctor Toro ex ministro de la Corte de Apelaciones de Temuco, presidente de la Sala Penal y juez de la causa, sabiendo que le quedaba poco en este mundo, relató al reportero que lo entrevistaba que «se aplicó condena (en contra de Lavandero) en un contexto muy particular, era un personaje muy especial y al que se le dio mucha prensa. Ahora, se mueven muchos intereses en la sociedad y él fue un proclamador de un poco de justicia para el país con respecto a la relación con las grandes mineras. Ello hizo que se echara una gran cantidad de gente poderosa encima, y eso influyó en el Poder Judicial» (diario Austral de Temuco, 5 de mayo de 2014).
Este acto de contrición ineludible nunca fue publicado en titulares por la prensa de la capital que según se sabe es financiada por avisajes de favor del gobierno de turno o simplemente por los grupos de poder económico. Es probable que estos hechos hayan llegado a la Suprema Corte o quizás a alguna dirección equivocada, pero lo que sí no admite duda alguna es que nadie dijo nada por lo que quienes seguimos este último acto de contrición no nos quedó sino masticar la rabia por la tremenda injusticia que se cometía.
Cuando se examinan los hechos dieciocho años después del proceso en Temuco, donde algunos de los protagonistas ya no están, otros tranquilos y seguros de los beneficios que obtuvieron de lo que podría calificarse sin ninguna duda de un linchamiento legal, otros, retirados del poder, dueños de fundaciones por la democracia y la justicia, abogados, testigos, fiscales, jueza, ministros de corte, todos aún recuerdan el festín, que presidió la borrachera de los partidos del complot, donde se declaró la victoria contra las fuerzas del mal.
Pero, ¿en qué tipo de jurisdicción caía el imputado Lavandero? Es preciso todo el tiempo transcurrido, más de 20 años, para que el público entienda lo que efectivamente se juega en un juicio abreviado que no es otra cosa que la alternativa del juicio oral, en que el imputado reconoce su culpabilidad como parte de un acuerdo entre el abogado defensor y el fiscal acusador. Conviene a ambos, defensor y acusador acercar posiciones, uno recibirá sus honorarios en la medida que convenza a su defendido que la solución propuesta arrastra beneficios de tiempo de cumplimiento de la pena y, el otro desde la fiscalía ahorrarse la producción de pruebas, la defensa frente a las acusaciones que esgrime como prueba de la culpabilidad del inculpado y las réplicas respectivas. En síntesis, salvar la valla del juicio oral en que ningún resultado es seguro.
El procesado, envuelto en conversaciones privadas de su abogado defensor con el fiscal y la jueza del caso, entendió que la salida que le ofrecían de un juicio abreviado no era otra cosa que una declaración de culpabilidad a cambio de vagos beneficios que se disipaban en las sombras de un laberinto legal imposible de entender. Lavandero vislumbró esta conspiración del engaño y protestó contra este juicio infame e incomprensible, sin embargo ya estaba tirado en el suelo bocabajo inerme, sordo de argumentos, completamente ido. Cuando el acusado despertó en la Cárcel, acorralado como una fiera por personajes de levita y alta consideración que se disputaban el privilegio de tomar parte en el sacrificio ya era demasiado tarde, estaba marcado de por vida, para que entendiera que con el capital de las empresas mineras no se juega, que todo quienes se rebelaran tendrían un castigo ejemplar.
En la soledad de los recintos carcelarios, donde se espera que el tiempo pase más rápido que las percepciones, las angustias y el destino de quienes te rodean, entras en un sopor sin rencores que te perturben, ni amarguras irredimibles por lo que hiciste o no hiciste. Cada uno percibe los hechos como si estos hubiesen transcurrido en tiempos fantasmagóricos. Nada parece cambiar cuando la extenuante expectativa de juicios presentes o futuros ya no existe y sin cambios no hay tiempo. Lo fui a ver en esos recintos donde el tiempo no existe, porque la incertidumbre de los plazos de la justicia o de la injusticia transcurre sin que nada suceda. Todos los lugares de detención esconden el desconcierto de la culpabilidad que otros te cargan como tarea sin dudas ni apelaciones donde el cerco del agobio se cierra sobre ti. Lo viví y comprendí todo cuando en 1975 la dictadura afinaba las tenazas de la represión. Siempre hay curiosos en todo esto que asignan el valor de tus hechos al tiempo de tú detención. Pues bien, señoras y señores curiosos, cuando entras a las cárceles de las dictaduras nunca sabes cuándo vas a salir, por eso habrás vivido ahí dentro, esperando que te llamen para el próximo interrogatorio, es por tanto, el día, los días, los años, más largos de tú existencia. Algunos del partido demócrata cristiano, más bien pocos, llegaron a visitar a Jorge Lavandero, unos casi como en un compromiso de partido, algo absurdo pues la lucha del senador lo había dejado completamente al margen de un partido que pocos años después, víctima de sus propias inconsecuencias, llegaría al borde de la extinción. Esta es la segunda tragedia que aún permanece en la memoria popular y a la espera de un juicio que reivindique el honor de un luchador social.
Se equivocaron quienes pensaron que se partía de cero; que el ex senador Lavandero y su legado estaban enterrados. Muchos olvidan que el combate de este guerrero comenzó mucho antes de lo que oficialmente se tituló como ‘vuelta a la democracia’. En plena dictadura, Lavandero lideró desde Fortín Mapocho y el Proyecto de Desarrollo Nacional (PRODEN) una investigación por la compra de una propiedad en El Melocotón, a nombre de Pinochet en una suma irrisoria que resultaba ridícula frente al real valor de la propiedad. Tamaña osadía que pagó con un atentado de agentes de la dictadura –marzo 20, 1984– crimen que aún se investiga en tribunales, debe hoy, tres décadas después, ser considerada como antecedente de los procesos contra tres excomandantes en jefe del ejército de Chile por fraude al Fisco y malversación de caudales públicos. Pero este legado no termina ahí, cuando muchos creían de veras que Lavandero estaba muerto políticamente, quizás encerrado en alguna casa desbaratada por el silencio, el Comité de Defensa y Recuperación del Cobre se hizo presente en todo el territorio, nuevas voces llegaron al Congreso y en las elecciones presidenciales de 2021 la juventud dejó abrir un nuevo capítulo en la historia republicana con la Convención Constitucional, donde se inauguró la lucha por los recursos naturales, como proyecto del Pueblo por sobre los designios de la clase política tradicional. ¿Es la inauguración de nuevos tiempos? No lo sabemos. Pero sí sabemos que cada vez que los políticos, presidentes, senadores, diputados con sus amanuenses y banda de zalameros, deciden cambiar el destino de la Patria se escuchan las voces de los obreros asesinados en la Escuela Santa María de Iquique, de la Federación Obrera de Magallanes, de San Gregorio, de El Salvador, de los pobladores de Pampa Irigoyen en Puerto Montt, en la Patagonia, en los páramos salitreros, en la dura roca de las cordilleras, en el cobre, en la blanca espuma del litio, entre las piedras, los socavones, aún está allí la voz de Luis Emilio Recabarren.
A esas voces en los días más duros de la dictadura, aquellos de la crisis de los años 80, se unieron los traperos de Emaús, la multipartidaria, los trabajadores del empleo mínimo y jefes de hogar, cesantes, pobladores, miembros de las comunidades cristianas, sindicalistas del cobre, el petróleo, la construcción, mujeres, educadores, artistas, estudiantes, clubes deportivos, centros juveniles y culturales, en torno al Proden y el Comando Nacional de Trabajadores. Desde los recintos del poder se escuchaban los desórdenes ciudadanos y las manifestaciones que cundían en el centro, norte y sur del país, fue el momento cuando el Proden llamó a la primera gran manifestación popular en contra de la dictadura en General Velásquez con Alameda en Santiago un día 4 de septiembre de 1983. Inesperadamente la clase política entendió que ocurría un movimiento telúrico al que no podían estar ausentes los partidos políticos: 150 mil almas ese día manifestaron su repudio a la dictadura. Inevitablemente, el dictador activó la represión, pero ya nada podía detener el clamor de las multitudes. Los órganos oficiales de los partidos también lo entendieron en el lento paso de negociaciones y acuerdos, que nuevos tiempos se anunciaban. Siete años más tarde, por otros hombres y mujeres, desde los balcones del poder se proclamó oficialmente el comienzo de la democracia.
Desde todos los tiempos, los habitantes de las pampas, del litoral, desde el Wallmapu, cuando los acuerdos aparecen irremediablemente olvidados surgen proclamas y voluntades diversas con la ciudad de los desplazados, de los barrios empobrecidos, y de los campamentos, por eso un día 18 de octubre de 2019, desde territorios y campos abandonados, el Pueblo llenó las calles, plazas, avenidas con voces que denunciaban la traición de cadáveres pretéritos, los González Videla, los Lagos Escobar, unos traidores con pantalones, otras con faldas en la danza de los billetes, de dólares o euros, poco importa, divisas duras, canonjías, con diplomas y galvanos que otorgan jinetas de credibilidad de la Barrick Gold, de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos (ANEPE), del Departamento de Estado, por servicios reconocidos en las catedrales del poder. Esta vez, en otro intento, surgió una Convención Constitucional y un nuevo gobierno que dice acompañarla por cambios que surgen desde todos los rincones. No sé por qué carajos pienso –pues han pasado ya 18 años de esa condena infame, cuando a todas horas surgen las horas fragosas de la guerra en Ucrania– en la voz de Jorge Lavandero, de Fabiola Letelier y de tantos otros, ese día desde la tribuna de General Velásquez, que llamaban a la rebelión porque si ahora, los cambios no llegan, ahí estará el Pueblo presente y la voz de muchos que desde territorios ancestrales, como en tiempos pasados, quisieron cambiar el destino de la Patria recuperando las riquezas naturales hoy en manos del capital extranjero.