A todo el mundo consiente del siglo XXI se le exige, con no falta de razón, que contamine menos. Que despilfarre menos, y que maximice los recursos sin impactar la naturaleza. Ciertamente las actividades industriales y una vida moderna generan su carga en el ambiente, sin embargo, pocos países como Alemania han logrado ese posible equilibrio entre desarrollo, progreso económico para la mayoría de la población y hacerlo de manera más verde.
El asunto es que, en la mayoría de los casos, desarrollarse requiere de gran consumo de energía, uso a gran escala de recursos naturales, generación de tecnologías base que requieren de capital financiero, y sobre todo mentes perspicaces que creen o emulen la ciencia e ideas necesarias. Lo último necesita de años de preparación y buenos incentivos salariales.
En la Venezuela de los 2020s, la industria petrolera que mantenía el país esta desarticulada e improductiva, aunque aún sigue degradando el ambiente donde le toca extraer lo poco o mucho que saca del subsuelo. Desde hace 100 años ese país caribeño logró progresar usando los hidrocarburos como fuente de riqueza y desarrollo. Dos autocracias, la de Juan Vicente Gómez (1908-1935) y la de Marcos Pérez Jiménez (1948-1958) usaron esos recursos con sabiduría, a pesar de la falta de democracia. Pero, eran tiempos en el que el ambiente poco contaba.
La llegada de la democracia en ese país para 1958 trajo mejoras en el sistema de libertades y exponenciar la prosperidad para las mayorías con el uso del petróleo. Ahora bien, que pasaba con la protección de la naturaleza, que es la primera víctima de la extracción sin precauciones de hidrocarburos. En los primeros años de producción petrolera (1925) ya se tenían las primeras noticias de la contaminación por petróleo en el Lago de Maracaibo, y así se tenían también informaciones sobre daños en otras regiones extractivas de Venezuela.
Fue en el año 1977 que se creó formalmente el Ministerio del Ambiente en Venezuela. Sus tareas iniciales eran proteger la naturaleza de los impactos sobre ella, y uno de estos eran los derrames de petróleo tanto en los mares, como otros cuerpos de agua e incluso en las instalaciones de tierra. Para ello contaba con un excelente equipo humano, de buena formación técnica, recursos y alianzas con las petroleras. Sin embargo, obviamente había una rivalidad entre producción y preservación del ambiente.
Con los siguientes años 80s, Petróleos de Venezuela (PDVSA), mejoró su estrategia de protección ambiental en su departamento de Seguridad e Higiene. Ya el Ministerio del Ambiente pasaba a un papel más de vigilancia y supervisión. Solo pocos ingenieros y técnicos de la petrolera desmeritaban acerca de la importancia del ambiente. El trabajo fue armonioso hasta la primera década de los 2000. Con la crisis socioeconómica de 2013 al presente, la merma de la producción y casi quiebra de PDVSA, la protección de la naturaleza se ha hecho tema del final de la cola.
Las fianzas ambientales son el gran tema tabú, ya que la petrolera las hace con el devaluado bolívar. Cobrar una fianza por un impacto es absurdo, ya que, al cálculo actual a lo máximo logras comprar un pequeño pan para una persona. Lo peor es ver como se acumulan los pasivos ambientales que ha dejado PDVSA a lo largo de los años.
Por otro lado, está la calidad del aire, las aguas, los ruidos, degradación de hábitats por deforestaciones y no hablemos de la reciente extracción minera al sur de Venezuela. Paradójicamente, con la recesión económica en Venezuela, el suministro de energía eléctrica, la producción industrial y la contaminación en general han disminuido. En cuanto al uso de energía y contaminación, el país se ha vuelto más «verde» para los estándares internacionales. No obstante, a qué precio, un 95% de la población es pobre, toda la población sufre cortes periódicos de luz (solo ver el mapa nocturno de Venezuela en comparación con el resto de Latinoamérica). Casi no hay combustible, y el transporte público está casi detenido en todo el país, la gente viaja menos (aunque por necesidad más que por deporte, más gente camina, andan en bicicleta, a caballo o a vela en los botes) y consume más productos locales para ahorrar, no por política de estímulo al consumo regional, si no por supervivencia.
Mientras, los grandes impactos al ambiente venezolano siguen siendo la extracción de hidrocarburos y minerales. Muchos opinadores oficialistas dicen que estamos ambientalmente muy bien, pero qué acerca de la protección de los bosques y la fauna silvestre. Pues no, la depredación a la naturaleza ha aumentado. La tala es práctica en ascenso, porque no hay gas ni electricidad para cocinar, en muchos pueblos e incluso ciudades que ahora usan madera como antaño hacían los bisabuelos. La caza furtiva es otra actividad ilegal que crece incluso a manos de los militares de zonas aisladas y cercanas a las áreas protegidas. Es la única fuente de proteínas disponible…
Entonces, que los derechos humanos y necesidades de la población están primero que la naturaleza, así nos comeremos los recursos para dos generaciones a lo sumo. Lo cierto es que estamos muy mal, ni crecemos económicamente, ni socialmente, ni mucho menos ambientalmente. Venezuela tendría el peor balance entre desarrollo económico y destrucción de su naturaleza.