Meses después de publicarse las conversaciones privadas del presidente del Real Madrid, el silencio que gravita en torno a ellas es elocuente.
Un bombazo. A principios del pasado mes de julio, El Confidencial tuvo a bien amenizarnos a todos el verano. Benditos sean. Para regocijo de quienes disfrutaron de unos merecidos días de sol y playa y de quienes trabajamos durante estos meses porque, qué se yo, las noticias no se cuentan solas —aunque a veces lo parezca—, el medio publicó la transcripción de unos audios.
En ellos, Florentino Pérez, empresario de éxito, duro negociador, insigne estratega, garganta profunda, hombre en la sombra con conexiones en las altas esferas (incluido el gobierno), y a la postre presidente del Real Madrid, de ACS y horizonte para varias generaciones de hombres de traje y corbata que, con un brillo de esperanza en los ojos, proclaman aquello de «Yo, de mayor, como Floper», mostraba su disconformidad con el carácter de un buen puñado de personalidades del club que preside.
Vamos, que los ponía de vuelta y media.
Durante días, ante nuestros oídos desfilaron, una tras otra, leyendas que han contribuido a que el Real Madrid sea hoy el orgulloso club de fútbol que es. Como vecinos indiscretos que se asoman al patio interior del edificio para escuchar mejor la discusión que están teniendo los del quinto, en esas semanas la España futbolera y la otra nos asomamos a las redes sociales en busca de nuestra ración diaria de chisme. Unos a otros, nos dábamos codazos y nos sonreíamos con suspicacia.
—¿Has visto lo que le ha dicho?
—Madre mía, cómo lo ha puesto.
No se libró casi nadie. A ojos de Florentino Pérez, Figo y Raúl, los jugadores que introdujeron al club en el siglo XXI, eran dos de los personajes más nocivos que ha tenido el Real Madrid en su historia; Iker Casillas, el que para muchos es el mejor portero español de la historia, era un hombre sin carácter para entrenar como es debido y para imponerse a su esposa, la periodista Sara Carbonero; Cristiano Ronaldo, el mayor goleador de la historia del Real Madrid, era un imbécil y un anormal; Mourinho, ganador de una Liga y una Copa del Rey en los mejores años del Barça de Guardiola, un animal de bellota; Guti, uno de los jugadores con más talento que ha dado la cantera blanca, un jeta que está como una cabra; la Quinta del Buitre, la extraordinaria generación de futbolistas de la casa que dio cinco Ligas seguidas, una panda de caraduras que querían vivir toda la vida del club. Y me dejo unos cuantos.
De Di Stéfano no dijo nada. Creo.
El verano es un momento extraño para la prensa deportiva. Aunque por un lado no hay competición doméstica, por otro es verdad que los movimientos de los jugadores —con sus correspondientes rumores más o menos entretenidos— y eventos sin duda de importancia menor ante el todopoderoso fútbol como los Juegos Olímpicos ayudan a que la rueda del negocio gire.
Pero aquellas semanas de julio eran un extraño desierto posterior a la Eurocopa y anterior a Tokio. El momento ideal para hacerse eco de explosiones de ese calibre y llenar una buena cantidad de portadas. En El Confidencial, me imagino, eran conscientes de esto.
Pero no contaron con un actor sorprendente, algo de todo punto inesperado. Como si se tratara de una revelación o de una aparición mariana, casi toda la prensa deportiva patria súbitamente se dio de bruces con un milagro, una reliquia de otro tiempo: la deontología periodística.
Muchos adujeron entonces que los audios no eran nuevos. Y es verdad. Grabados por el periodista José Antonio Abellán en el transcurso de cenas y comidas mantenidas durante años con el máximo mandatario del Real Madrid, llevaban años rulando de redacción en redacción y ofreciéndose por un módico precio a la espera de que alguien se animara a darles salida. Como no fue el caso, el propio Abellán se encargó de hacer lo propio recogiéndolas en un libro. En España, esto equivale a enterrar para siempre un secreto en lo más hondo del mar.
Se dijo además que grabar a una fuente sin su consentimiento en una charla informal off the record y publicar el resultado de las conversaciones era una pésima práctica periodística. Y también es verdad. Una de las primeras normas que recogen los manuales de estilo de los principales grupos de comunicación españoles obligan a que los periodistas nos identifiquemos siempre antes de hablar con nadie.
De facto, esto supone la prohibición de prácticas controvertidas como la cámara oculta o la infiltración para poder contar desde dentro qué es lo que ocurre en un determinado lugar o grupo, algo con lo que no estoy del todo de acuerdo, aunque ese es otro debate.
Pero, sobre todo, se dijo que los audios no eran informativamente relevantes. Al fin y al cabo, hace mucho que Figo y Raúl dieron sus últimas patadas a un balón, casi ninguno de los miembros de la Quinta está ya en el Real Madrid y, por no estar, no está ya ni Cristiano Ronaldo, que apura sus últimos días de futbolista en Inglaterra.
Así que, como un solo hombre, la prensa deportiva española miró a los ojos a la tentación y dijo: «No». Ellos eran periodistas de verdad que daban noticias de verdad, historias actuales, candentes, exclusivas, últimas horas. ¿A quién importaba que Mourinho dijera a Özil que su novia se había acostado con todos los jugadores del Inter, del Milán y con sus cuerpos técnicos?
Ni que la prensa deportiva hubiera utilizado alguna vez a las mujeres como reclamo. Hasta ahí podíamos llegar. Esa era una línea roja que no podía cruzarse nunca.
Y no se dio. Y como no se dio, nunca ocurrió. Ni ha ocurrido. Ni ocurre. Ni ocurrirá.
¿Qué piensa Cristiano Ronaldo de que toda España sepa ahora que el presidente bajo cuyo mandato ganó todos los títulos posibles piensa que es un subnormal? ¿Se atreverá Emilio Butragueño, líder de la Quinta y directivo de Florentino desde hace años, a defender a sus compañeros de generación? ¿Cómo encaja Raúl, entrenador del Real Madrid Castilla y candidato, para muchos, al banquillo del primer equipo en cuanto termine la etapa de Ancelotti, de que su presidente dijera que es uno de los personajes más nocivos de la historia del Real Madrid?
Dado que solo soy un recién llegado al oficio y que, entre rumores sobre quién va o quién no va a determinados equipos (los rumores, dicen también los libros de estilo de los periódicos, no son noticia, conviene también recordarlo), noticias apocalípticas sobre el coronavirus y videos que prometen mostrar la jugada del siglo, casi ningún medio ha encontrado un momento para responder a estas preguntas, solo puedo concluir una cosa.
No es noticia.
O eso, o hay que dar crédito a esas lenguas viperinas que hablan de que en este país hay gente intocable.
No creo.
Por esas extrañas asociaciones que hace a veces la mente, el episodio me ha recordado a algo que se vivió hace ahora casi 20 años. En la decisión que marcaría el final de su primer mandato, Florentino Pérez prescindió en 2003 de Vicente Del Bosque, el hombre de la octava y la novena Champions.
En un artículo en Marca, Santiago Segurola, un periodista que admiro y leo con devoción, ponderó el tratamiento mediático de aquel despido en un artículo que llevaba el título de «Del Bosque y la reinvención de la peseta». En él, Segurola desgrana cómo, durante aquellos días, la prensa afín al presidente redescubrió la peseta cuando ya hacía años que el euro era la moneda de curso legal en España. Así, para referirse a las pretensiones económicas del hombre que luego dio a España un Mundial y una Eurocopa, muchos aludían a que pedía nada más y nada menos que 1,500 millones de pesetas.
La cifra suena imponente, desde luego, pero equivale a unos 9 millones de euros. Unos 8 años después, con méritos parecidos a los de Del Bosque —dos Champions, una con el Oporto y otra con el Inter—, José Mourinho cobró como entrenador del Real Madrid 80 millones de euros en 4 años.
Mucha prensa deportiva presume hoy de pragmática. Casi todo vale: titulares engañosos, noticias que en realidad no lo son, polémicas que no existen, cebos que solo sirven para mantener al espectador pegado a la pantalla. Cualquier cosa, con tal de mantener a la audiencia, a los oyentes, a los lectores.
Pero cuando se trata de Florentino Pérez, todo cambia. Los euros se convierten pesetas y la flexibilidad moral se transforma en fuertes principios éticos.
Y si hay que redescubrir hasta el mismísimo periodismo, se redescubre. Ahí es nada.