El joven adolescente de quince años contempló la Estatua de la Libertad al entrar al puerto de Nueva York y a duras penas pudo contener el llanto desatado. Con su pañuelo bastante sucio, se secó las pocas lagrimas que bajaban de sus ojos y, decidido a no mostrar más flaquezas, levantó su cara al viento y esbozó una sonrisa tímida. Recién comenzaba el año 1921. Terminaban así, dieciocho meses de un viaje que había comenzado en la ciudad de Bialystok, junto con su familia judía, para abandonar la Rusia turbulenta y antisemita y poder llegar, ahora, a la tierra de la libertad y del progreso. Allí los esperaban varios familiares que años antes había emigrado a los Estados Unidos. Él, junto con sus padres y hermanos debían haber llegado antes, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial les estropeó los planes. Pero lo importante era, que allí estaban y una nueva y mejor vida les esperaban.

El desembarco fue facilitado por las buenas relaciones políticas y sociales que tenían sus familiares. Era una gran ventaja tener consanguíneos que ya vivían en el país de las grandes oportunidades. Pronto estaban instalados en la ciudad de Paterson, Nueva Jersey y, sin querer perder más tiempo, pidió lo inscribieran en la secundaria del lugar. El problema era que no sabía inglés. Hablaba hebreo, yiddish, con el cual podía comunicarse con los familiares y los judíos del vecindario, aparte también dominaba el ruso y el alemán, idiomas que había aprendido en su ciudad natal, pero ahora que quería terminar pronto sus estudios de secundaria, resultaba que no conocía el idioma vernáculo. Sin dejarse abatir, les pidió a sus primos que le enseñaran lo básico del inglés hablado y escrito, en las seis semanas que tenía disponibles, mañana, tarde o noche, antes de la apertura del curso en el colegio.

Como era de esperar, para poder ubicarlo en la secundaria, requería hacer un examen de conocimientos. Lo hizo y aprobó sin problemas. Ya estaba adentro de la institución. Lo demás era cuestión de estudiar y demostrar lo que sabía. Al cabo de dos años, egresaba de la Paterson High School, con honores. Pertenecía al club de literatura y, por supuesto, hablaba ya un inglés fluido (Marguerite Rose Jiménez).

El siguiente paso era cursar estudios universitarios, pero su familia carecía de recursos para pagar la matrícula y sostenerse en otra ciudad. Allí vino en su auxilio un tío político, de profesión dentista. Le ofrecía alojamiento y cubrir el pago a la universidad, pero había una condición. Tenía que estudiar odontología y, una vez graduado, debía trabajar en su clínica. El joven aceptó y, de esta forma, se matriculó en la Universidad de Nueva York. Pero el destino y sus deseos iban a torcer el camino. El joven entró en contacto con la microbiología y con un extraordinario profesor, el Dr. William H. Park, que lo alejaron de la carrera de dentista y lo encaminaron por la de ser médico. Albert Sabin tocaba las puertas de la fama. Años después confesaba que la lectura de dos libros lo entusiasmaron también por la medicina. Cazadores de microbios, de Paul de Kruif y la novela Arrowsmith, de Sinclair Lewis, cuyo héroe es un médico.

Sus primeros pasos

Antes de convertirse en médico y carente del apoyo de su tío político, tuvo que aceptar un cuarto en el hospital de Harlem en donde dormir, a cambio de unas horas de trabajo en el laboratorio de dicha institución. Dicho alojamiento le fue conseguido por el Dr. Park, así como fue quien facilitó su entrada a la escuela de medicina. Su tarea era clasificar en sus horas libres, las muestras de neumococos de pacientes que sufrían neumonías. Al cabo de un año de realizar esta labor, había encontrado la manera de reducir significativamente el tiempo que se llevaba tal trabajo, habiendo mejorado la técnica y causando el asombro de su mentor, quién no dudó en nombrar la innovación con el apellido de Albert y publicar el descubrimiento en una revista médica. Así, aún antes de graduarse, ya se había labrado un nombre en la academia científica.

Sabin se graduó de médico en junio de 1931. Debía empezar de inmediato su internado en el Bellevue Hospital, pero el mismo no empezaba hasta enero del año entrante. Este retraso de seis meses representó un episodio fundamental en su vida, ya que determinó en gran medida, su vida profesional futura. Para aprovechar el semestre disponible, siguió colaborando con el Dr. Park. En ese mismo año, en pleno verano, se desató una de las mayores epidemias de poliomielitis. El Dr. Park estaba encargado de hacerle frente a tan terrible enfermedad, que se había convertido en el terror de todas las madres, por su contagiosidad, letalidad y las horribles secuelas que causaba. El Dr. Sabin no sabía nada de virología, de hecho, poco se conocía de esta especialidad que estaba naciendo, pero Park estaba seguro que su protegido descollaría en este terreno semidesértico. De haber entrado de inmediato Sabin a realizar el internado, seguramente su vida profesional habría girado a la clínica, en ese momento dominada por la epidemia de polio, y no habría tenido la oportunidad de interesarse por el trabajo de laboratorio.

Por esa época le tocó descartar un test dérmico desarrollado por el Dr. Claus Jungeblut, de la universidad de Columbia, según el cual identificaba a los susceptibles de los inmunes a la polio. Park, conociendo su meticulosidad y afán inventivo, le pidió ante sus mismas dudas razonables, que Sabin realizara una investigación. El resultado fue que la prueba no tenía utilidad alguna. Entonces, antes de publicar los resultados, buscó a Jungeblut para explicarle personalmente sus hallazgos. Este científico veterano quedó convencido de los argumentos y pruebas de aquel juvenil investigador, y pocas semanas después, ambos personajes, junto con el Dr. Park, publicaron esos hallazgos, sin animosidad alguna.

También por esta época de su paso por el Bellevue Hospital ocurrió el lamentable accidente cuando un joven investigador de su mismo laboratorio, de nombre William Brebner, fue mordido por un mono, desarrollando una enfermedad que lo llevó a la muerte. Sabin, tratando de elucidar el agente causal de tan lamentable evento, obtuvo muestras de la autopsia de su colega, aislando un virus desconocido hasta ese entonces. Cuando envió el artículo describiendo el hallazgo, quiso llamar al virus con el nombre del fallecido, pero el editor le respondió que mejor lo denominara «el virus B». Posteriormente se le asoció con el virus del herpes simplex, que ocasiona el herpes en los humanos.

Luego de finalizar su internado, obtuvo una beca en 1935 para estudiar un año virología en el Instituto Lister de Medicina Preventiva en Londres. A su retorno a Nueva York, fue contratado por el Instituto Rockefeller, para trabajar en el laboratorio de virología del Dr. Peter Olitzky, que tenía particular interés por estudiar la inmunología de la poliomielitis y la encefalitis. Allí Sabin estaba y se sentía a sus anchas, ya que los trabajos previos con el Dr. Park en virología y su pasantía por el instituto Lister, lo habían formado correctamente para desempeñarse en ese campo. Tenía 29 años y apenas catorce de que había llegado a los Estados Unidos y podía sentirse orgulloso de lo que había conseguido en tan poco tiempo. En el instituto había interés en investigar lo aspectos de la inmunidad activa para aplicarla en el caso de la polio. Ya se encontraba allí un gran investigador surafricano, el Dr. Max Theiler, quién estaba interesado en conseguir una vacuna con virus vivos para la fiebre amarilla, que a la postre conseguiría, lo que le ganó el premio Nobel de medicina. Theiler ejerció una notable influencia en Sabin, convenciéndole de la supremacía de las vacunas con virus vivos atenuados. Pero no solamente en el campo de la virología se distinguió Sabin en esta ocasión, sino que también realizó brillantes investigaciones con la toxoplasmosis, la fiebre reumática y la artritis reumatoidea.

Al término de su contrato con el instituto Rockefeller, tenía varias ofertas de trabajo. En primer lugar, la misma institución quería conservarlo. Además, recibió directamente el ofrecimiento de trabajar con la Fundación Nacional para la Parálisis Infantil y, por último, lo visitaron distinguidos miembros de la directiva de la Fundación de Investigación del Hospital de niños de Cincinnati, adscrito a la universidad de la misma ciudad, que, para esa época, ya había adquirido celebridad por la calidad de las investigaciones que en su escuela de medicina y en ese hospital se realizaban. Las ofertas que le hicieron estos últimos visitantes superaban en mucho a las dos primeras y había una de ellas que no le había sido hecha: le concedían total libertad y autonomía para investigar lo que quisiera. Sabin, sin pensarlo dos veces, aceptó de inmediato el ofrecimiento de la gente de Cincinnati. Nunca tuvo que arrepentirse de esa decisión.

La vacuna antipoliomielítica oral

Al entrar los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, Sabin se alistó sirviendo en el comité epidemiológico de virus, teniendo asignaciones de trabajo en Europa, África, el Medio Oriente y el Pacífico, realizando investigaciones sobre la enfermedad del sueño, el dengue y la fiebre de la mosca del río. A su regreso a Cincinnati, reanudó sus estudios sobre el virus de la poliomielitis.

Pronto, Sabin demostró que los poliovirus afectaban inicialmente el tracto intestinal y luego pasaban al tejido nervioso. Esto le permitió pensar que podían cultivarse en tejido diferente al del sistema nervioso. Acto seguido se dedicó a la atenuación de los poliovirus, convencido de que esta plataforma era la que podía producir una inmunidad más fuerte y duradera, tal cual lo había hecho Theiler con el virus de la fiebre amarilla. Además, tenía la ventaja obvia de su fácil aplicación. Por esa misma época, Salk trabajaba dando forma a su vacuna con virus inactivados. La polio estaba en todo su apogeo. Solamente en Estados Unidos, en 1952 hubo 58,000 casos con más de 3,000 muertos y en Costa Rica, en 1954, cuando apenas tenía 900,000 habitantes se registró una epidemia que causó 1,800 niños paralíticos y 160 muertos (E. Saldías G). Urgía entonces, la salida al mercado de una vacuna que detuviera la enfermedad y la primera que lo hizo, fue la Salk, en 1955 con un éxito indudable. La del equipo de Sabin venía detrás, efectuándose pruebas en México, Holanda, Chile, Inglaterra, Singapur, entre otros países, y su prueba masiva se realizó durante el bienio1958-59 en la Unión Soviética, para lo cual Sabin convenció al ministro ruso de salud de realizar el ensayo en su país, así como en un grupo de presidiarios de Estados Unidos. Fue un gran ejemplo de diplomacia en plena guerra fría. Previamente Sabin y su familia se administraron la vacuna, para probar que era inocua. En 1961, la vacuna oral antipoliomielítica de Sabin recibió autorización oficial para ser aplicada en los Estados Unidos (J. M. López Tricas).

A los pocos años, las ventajas de la vacuna Sabin se impusieron sobre la Salk, convirtiéndose en la preferida a escala mundial, pese a que, desde un principio, se afirmó que en algunos poquísimos casos podía causar polio paralítica (se calculó una incidencia de un caso por cada millón de dosis aplicadas), afirmación que en vida siempre rechazó Sabin. Sin embargo, la evidencia se impuso y, en 1999, un comité federal norteamericano de expertos recomendó volver a utilizar la vacuna Salk, por su mayor seguridad. Una década después, en el año 2009, con mayor certeza, dicha recomendación fue ratificada (Science History Institute).

Premios y logros

En vida, Sabin recibió numerosas distinciones y condecoraciones. Entre ellas el premio Lasker (el equivalente norteamericano al Nobel), el Bruce Memorial Award, otorgado por el colegio de médicos de los Estados Unidos, el Feltinelli prize de Italia. En el año 1970 fue nombrado presidente del Instituto Weizmann de Israel, teniendo que renunciar dos años después por motivos de salud. Recibió 46 títulos honorarios de diferentes países. Fue elegido miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y, en 1986, recibió la Medalla Presidencial de la Libertad, de manos del presidente Ronald Reagan.

Aspectos personales

Se casó tres veces. La primera en 1935 con Sylvia Tregillus, enviudando en 1966. Luego casó con Jane Warner, divorciándose poco tiempo después. Por último, se desposó en 1972 con Heloisa Dunshee de Abranches, quien lo sobrevivió por espacio de varios años (murió en el 2016). Al igual que Jonas Salk, nunca quiso patentar su vacuna. Curiosamente ninguno de los dos recibió el premio Nobel de medicina. Tuvo dos hijas: Deborah Sabin y Amy Horn Sabin.

Falleció el 3 de marzo de 1993, a la edad de 86 años, en Washington, por insuficiencia cardíaca. Está enterrado en el Cementerio Nacional de Arlington. Su esposa Heloisa yace a su lado.

Notas

Jimenez, M. R. (2014). Albert Sabin. 1906-1993. Biographical Memoirs. National Academics of Science.
López Tricas, J. M. La vacuna oral contra la polio. Albert Sabin. Info-farmacia.
Saldías G., E. (2006). Centenario del natalicio del Dr. Albert Sabin. Rev. chil infectol, 23, (4): 368-369.
Science History Institute. Jonas Salk and Albert Bruce Sabin.