La ganancia virtual del empresario
En la presentación neoclásica de la economía académica acerca de los bienes públicos, se estima que todos aquellos que gozan de un bien público lo hacen sin un pago previo y, por tanto, se les designa como bienes «no excusables». A ello, se agrega que su goce no se da a costa de otros por lo cual serían «no contenciosos». De aquí la economía académica, de tendencias neoclásicas, concluye que se trata de bienes sin precio, por tanto, se les considera como una falla de mercado.
En mi teoría, la identidad de los bienes públicos se confunde con el mercado en un acto expropiatorio, o «cuasi-renta», que conlleva costos sociales cuya sumatoria constituye la «deuda social».
Alfred Marshall aborda en sus Principles la noción de «cuasi-renta». Su repercusión en mi interpretación de los bienes públicos y la crisis, me obliga a hacerme cargo de su teoría.
En mi teoría la «cuasi-renta», es una suerte de ganancia virtual del empresario, cuyo origen es el no pago de los costos sociales, traducidos en bienes públicos involucrados en el acto productivo. En la generación de dicha ganancia existe una relación de apropiación de bienes públicos, la cual se perfecciona en las transacciones del mercado, pues los costos bajan y las ganancias se incrementan. Por su magnitud e importancia en las relaciones sociales de producción, este balance constituye un factor fundamental en la transición hacia una economía social en la medida que la «deuda social» deviene insostenible y la conciencia sobre la inevitabilidad del cambio es abrumadora. Cuando el bien público –salud, educación, vivienda, pensiones, sanidad y abastecimiento de agua potable…– forma parte de la remuneración de los trabajadores se ha recuperado parte central del patrimonio nacional.
Ninguno de los costos sociales, sean estos humanos o ecológicos, es ajeno al acto productivo. Su manifestación es a través de las externalidades negativas las que se traducen en «deuda social». La apropiación crea potencial de crisis. Por eso la deuda se desenvuelve en un proceso continuo de negociación/administración, cuando vía impuestos y gasto público el Estado intenta asumir aquellos bienes públicos cuya contraparte constituye la «cuasi-renta»; es decir, mejores condiciones de trabajo en faenas de la minería, la pesca, políticas urbanas en las grandes ciudades, seguridad social, etcétera. Por ello, llamaremos a ese proceso como de recuperación/conversión de la «cuasi-renta».
En sus Principles Alfred Marshall (1961 p. 352) 1 precisa su noción de «cuasi-renta» como una ganancia innecesaria en relación a períodos cortos en la economía, por cuanto ningún costo primo o especial debe incurrirse para la producción de una maquinaria que, por hipótesis, ya existe y está realizando su trabajo. Al proponer esta definición, aclara que en el corto plazo se trata solo de la oportunidad de lograr un ingreso que será concretado en el largo plazo. Consecuente con la Escuela Neoclásica, Marshall retiene que la «cuasi-renta» es «una ganancia que le pertenece (al empresario capitalista) cuando tiene un excedente en el corto plazo» (Ibidem). «La cuasi-renta puede describirse correctamente como una ganancia futura en relación a períodos cortos, por cuanto no se involucran costos primos en la producción de una máquina, pues por hipótesis la máquina ya está fabricada y a la espera de operar»…«Sin embargo, se trata de una ganancia necesaria si se toman en cuenta otros costos suplementarios que deben incurrirse en un período largo en adición a los costos primos; y que en algunas industrias, por ejemplo el cable submarino del telégrafo, son mucho más importantes que los costos primos».
En el largo plazo, situación típica de una inversión financiera, o título de deuda; Marshall, fiel a su teoría del interés, como recompensa a la «espera» de una ganancia futura (waiting), percibe la ganancia como una tasa normal de interés en el capital –, «si contaran las rentas provenientes de la gestión, entonces se trataría de una ganancia». En ese caso el capital estaría «representado por la suma de dinero que se invirtió en su producción».
«Una vez más una cuasi-renta ha sido descrita como una especie de coyuntura u oportunidad de ganar; y casi en el mismo aliento, como si no se tratara de ganancia o interés en absoluto, pero solo de una renta. Por el momento, es una coyuntura u oportunidad de ingresos; mientras que en el largo plazo se espera, y generalmente es así, que rinda una tasa normal de interés (o si se contaran las rentas provenientes de la gestión, entonces se trataría de una ganancia) en el capital, representado por la suma de dinero que se invirtió en su producción». (Ibidem, p. 352, mi traducción, HV)
En conclusión, es un asunto claro que mi teoría de la «cuasi-renta» y la «cuasi-renta marshalliana» no tienen relación alguna. En mi teoría se trata de una ganancia virtual que se deriva del costo impago del bien público. Surge de una externalidad negativa, no contabilizada en la empresa, por lo cual afirma su carácter de ganancia virtual en contrapartida a aquellos que la resienten como costo por haberse escatimado un bien público necesario.
Por ello, la «cuasi-renta» constituye un problema social inherente a la producción que se realiza en el mercado, percibida por las externalidades sociales negativas que genera. Esa situación es el origen de los impuestos con que el Estado busca resolver, vía gasto público, la situación de «deuda social».
En mi teoría la «cuasi-renta», a partir de las externalidades negativas que representa, podría reconvertirse en un excedente económico real à la Baran 2. Externalidades que en el presente se traducen en niveles de desempleo (déficit de inversiones) y consumo dispendioso (producto de la mala distribución del ingreso) que en última instancia generan un mal crecimiento. En definitiva, la «cuasi-renta» deviene un método de apropiación.
En el siglo XXI la ingeniería de la deuda, es decir, su titularización y triangulación de actores (comprador-banca-vendedor) hace imposible eludir la macroeconomía del excedente y, menos aún, su carácter expropiatorio tanto en el corto como en el largo plazo. En Cuentas Nacionales forma parte de la ganancia empresarial, la cual no se habría producido si no existiera esa subcuenta de ganancias virtuales que denominamos «cuasi-renta».
Ignorando el bien público
Quien en su emprendimiento omite –o con su actividad depredadora termina el bien público que lo conlleva– no solo ahorra un costo sino que obtiene una ganancia virtual. Es el caso de la explotación minera que seca la napa freática de la que se sirve el villorrio cercano, relaves mineros, faenas de matadero sin medidas de mitigación para preservar el medio ambiente, o pesca o caza marina en zonas de sacrificio, vertederos con escasas medidas de sanidad, etcétera. En esos ejemplos las carencias sociales y de infraestructura, es decir, de capital social, se traducen en «deuda social». Deuda que asume el conjunto de externalidades negativas de la explotación económica. Se da el contrasentido que el financiamiento de las empresas y, por tanto, su capital y sus activos financieros, se encuentran al origen de una «deuda social corporativa».
Un crecimiento depredador y acumulativo
Parte importante del capital en operación se trata de activos monetarios, los que se ponen a disposición de los inversores a través del sistema bancario que sirve de garante de las operaciones de crédito.
Recordemos que el proceso de producción y crecimiento ha ignorado una serie de costos con efectos nocivos sobre el trabajo y su reproducción social, a saber: la contaminación, la degradación del medio ambiente, el cambio climático, entre muchos otros. La característica esencial de esos costos es su calidad de bienes públicos. Al omitir preservarlos resulta una ganancia virtual o «cuasi-renta», proceso de la economía real que por sus características se traduce en un crecimiento depredador y acumulativo. Este crecimiento debe ser recuperado en las externalidades negativas que comporta; es decir, en términos de inversiones, remuneraciones y actividades de conservación.
Imaginando una economía social-solidaria
Hemos dicho que cuando se atenta contra un bien público, la «cuasi-renta» provocada se deriva en menos oferta de salud, menos educación, menos vivienda, menos agua potable, menos conservación de la naturaleza, del clima, de la flora y la fauna, menos pensiones, menos seguridad social, etcétera.
Ante fallas previsibles de mercado, una economía solidaria debe velar por la vida y volverse contra los atentados que la asechan y recuperar para sí, esa «cuasi-renta». Por eso la vocación de la economía es necesariamente social y solidaria.
La «deuda social» se recupera a partir del acto productivo y su relación con el mercado.
¿Cómo se concibe la remuneración del trabajador en una economía social-solidaria?
La productividad del trabajo se resuelve en un salario social expresado en un precio de mercado que tiene en cuenta el costo de formación del trabajador. Un bien sin vigencia en el mercado tiene un precio de liquidación o simplemente no se transa.
La recuperación de la «cuasi-renta capitalista», se concretiza en un acto de mercado y consiguientemente en nuevas inversiones.
La recuperación o minimización de la «cuasi-renta» es un proceso esencialmente socio-político cuyo fundamento es la valorización de bienes públicos.
Los niveles de inversión se incrementan a una tasa de descuento r(t):
Qr, es la cuasi-renta
La recuperación de bienes públicos para la economía es una decisión esencialmente política y social. El proceso de conversión/recuperación de las externalidades negativas exige cambios estructurales en la economía.
La nueva economía basada en los servicios plantea dramáticos desafíos. La mano de obra desplazada conlleva costos sociales importantes. Por esto, se impone una drástica recuperación del potencial de la economía y, como consecuencia de ello, la posibilidad material de abordar el salario social de los trabajadores. El mercado laboral del siglo XXI es la base material sobre la cual deberá construirse la economía de los bienes públicos.
Atenazados por nuevas rutinas laborales, los trabajadores enfrentan altas tasas de desempleo. El conjunto de desarrollos tecnológicos, las innovaciones en la economía de la información, la robotización y el desempleo subsiguiente han modificado sustancialmente el mercado laboral y la legitimación de lo social. De allí se derivan su precariedad, sistemas de pensiones insuficientes, impuestos regresivos, flexibilidad laboral, vulnerabilidad de los hogares y su endeudamiento. Las fluctuaciones en el precio de los commodities agregan otros ingredientes de fragilidad a economías monoexportadoras.
Si en un país minero, caso de Chile, la explotación del cobre agota el uso del agua en el altiplano, eliminando de esa manera la actividad agrícola de las comunidades de la zona, se habrá creado una externalidad negativa. El establecimiento de un impuesto territorial o un royalty podría considerarse como compensación a la comunidad afectada; sin embargo, eso no restituye el agua utilizada, tampoco es seguro que se restablezca la agricultura o el hábitat de la población altiplánica. En el mismo plano de situaciones se generan movimientos contra la contaminación, la degradación del medio ambiente y el hábitat humano. La participación de la comunidad en el mundo ha sido especialmente activa en casos de contaminación o prácticas que llevan al cambio climático. Casos que no siempre llegan a tribunales y que revelan un lobby industrial y transnacional global poderoso. Por sus características, un escenario así planteado supera el ámbito entre particulares.
Ronald Coase (1960, The problem of social cost) 3, en su escrito seminal, plantea el caso de conflictos de externalidades entre particulares donde, «los economistas que estudian los problemas de la empresa habitualmente usan un enfoque de costo de oportunidad y comparan los ingresos obtenidos de una combinación de factores dada con otros usos alternativos». Por eso, cuando se someten ante tribunales conflictos entre particulares se busca resolver la externalidad mediante la búsqueda de la estabilidad social.
En más de sesenta años de vigencia de estas teorías, Coase y su costo social, Pigou y sus impuestos al servicio del bienestar, la globalidad del costo social se ha transmutado en un costo social financiero, donde la cantidad de dinero, la tasa de interés, el crecimiento del PIB y el tipo de cambio real determinan la estabilidad del mercado y con ello, la fragilidad de las soluciones que propone Coase.
Referencias
1 Alfred Marshall (1961). Principles of Economics. 8ª edition. London. RU: Papermac Mac-Millan & Co Ltd.
2 Baran, Paul A. (1964). La economía política del crecimiento. 3ª edición. México: Fondo de Cultura Económica
3 Ronald Coase, (1960 octubre).* The Problem of Social Cost. *The Journal of Law and Economics 3, pp. 1-44. R. Coase, Premio Nóbel de Economía 1991, fue profesor del London School of Economics (UK) y en las universidades de Buffalo y Virginia en Estados Unidos. Fue profesor Emérito en la cátedra Clifton R. Musser de la universidad de Chicago. Falleció en 2013