Que nadie se engañe, el mundo no está revertiendo la crisis climática, más bien todo lo contrario. Dos informes publicados recientemente vuelven a advertirnos que, globalmente, seguimos avanzando en dirección contraria a la que deberíamos seguir para conseguir encauzar la situación de emergencia climática en la que nos encontramos.
El primero es el State of the Global Climate 2020 de la World Meteorological Organization publicado el pasado 20 de abril. Este informe sitúa el incremento de temperatura media en la superficie del planeta en 1.2 ± 0.1 oC respecto a la época preindustrial: un nuevo desgraciado récord para el 2020. Recordemos, en este sentido, que el objetivo del acuerdo de París es hacer todo lo posible para que el aumento no llegue a 1.5 oC. Por lo tanto, cada día estamos más cerca de no conseguirlo.
El segundo es el Global Energy Review 2021 publicado por la agencia internacional de la energía el mismo 20 de abril. Este advierte que, a pesar de que las emisiones de CO2 procedentes del sector energético disminuyeron un 5.8% en 2020, en 2021 se espera un repunte de dichas emisiones del 4.8% debido al incremento en la demanda de carbón, petróleo y gas asociada con la recuperación económica postcovid que, como siempre, seguirá entendiéndose como crecimiento económico.
En nuestro anterior artículo valorábamos como desastroso el resultado del Informe de Síntesis elaborado por el secretariado de la Convención Climática (UNFCCC) sobre el efecto agregado de las contribuciones determinadas nacionalmente (NDC) presentadas por los países en el Marco del Acuerdo de París. En la virtual Cumbre del Clima del pasado 22 de abril, convocada por el presidente estadounidense Joe Biden, se anunciaron compromisos —algunos pendientes de su presentación a la UNFCCC en forma de nuevas NDC— que mejorarán los resultados del citado Informe de Síntesis, pero con un efecto agregado totalmente insuficiente. Es preocupante constatar que algunos anuncios siguen proyectando la acción hacia mediados de siglo.
Precisamente, terminábamos nuestro anterior artículo advirtiendo sobre la tendencia entusiasta de algunos países a anunciar que trabajarán para conseguir la «neutralidad de carbono» hacia medianos de siglo en vez de llevar a cabo, ya, una reducción ambiciosa de sus emisiones de gases de efecto invernadero a lo largo de la presente década, como indica e insiste a hacerlo el último informe del IPCC de 2018. En este artículo profundizaremos en el porqué es un grave error demorar la ineludible y urgente acción contra el cambio climático.
¿Qué es la neutralidad de carbono, y cómo alcanzarla?
La neutralidad de carbono, o cero emisiones netas de CO2, implica conseguir que las emisiones antropogénicas de CO2 estén compensadas por las absorciones antropogénicas de CO2. Es decir, implica llegar a un nivel de emisiones suficientemente bajo que pueda ser compensado por la absorción de emisiones que generan determinadas actividades como la reforestación, o la restauración de ecosistemas degradados. En otras palabras, se trata de restablecer el equilibrio natural que existía en el efecto invernadero y en el ciclo de carbono antes de la revolución industrial. Revolución que estuvo basada en la utilización de los combustibles fósiles y que ha conllevado talas masivas posteriores de inmensas áreas de vida forestal y vegetal natural.
El informe El calentamiento global de 1.5 oC, publicado por el IPCC en 2018, nos muestra un conjunto de caminos de reducción de emisiones compatibles con el objetivo global a largo plazo de estabilizar el aumento de temperatura que estamos experimentando en 1.5 oC. Una de sus figuras clave, es la que reproducimos a continuación como figura 1 de este artículo. En esta figura se puede ver que existe una amplia variedad de caminos de mitigación. Algunos llegan antes a las emisiones netas cero y otros más tarde, pero una amplia mayoría alcanzan este punto entre 2040 y 2060. Por lo que a mediados de este siglo el mundo, en global, debería conseguir la neutralidad de emisiones explicada en el párrafo anterior. Pero esto no implica que todos los países deban llegar a este punto en 2050, ni que puedan hacerlo de cualquier manera o siguiendo caminos de mitigación «particulares» que solo respondan a intereses y criterios económicos individuales. De hecho, imponerlo sería una grave injusticia, y es aquí donde debemos empezar a hablar, entre otras cosas, de equidad.
Como ya hemos venido explicando en nuestros artículos, el Acuerdo de París establece, coherentemente con la originaria y vigente Convención Climática de 1992, que este debe ser implementado sobre las bases de la equidad. Cuando hablamos de equidad, en referencia a los esfuerzos de mitigación que deben emprender los países, el Quinto Informe de Evaluación del IPCC (AR5), publicado entre 2013 y 2014, nos indica que debemos tener en cuenta cuatro criterios: responsabilidad en las emisiones históricas y presentes, igualdad en términos de emisiones per cápita, capacidad financiera y tecnológica de implementar políticas de mitigación, y también el inexcusable derecho a un desarrollo humano sostenible que permita satisfacer las necesidades de todas las personas, de todos los países del mundo, en aras a que estas puedan desarrollar todos sus potenciales y alcanzar un bienvivir en nuestra casa común: la madre tierra.
Bien, pues cuando se trazan caminos de reducción de emisiones para los países incorporando los citados criterios de equidad se constata que hay países, como EE. UU., que deberían alcanzar la neutralidad de carbono mucho antes de 2050, hacia 2035, mientras que otros, como la República Centro Africana, por ejemplo, podrían alcanzarla más tarde, hacia 2080. Bajo este prisma, y ya de paso, comentar que los nuevos compromisos de EE. UU. presentados el pasado 22 de abril que prevén una reducción de sus emisiones del 52% en 2030, no cumplen con los criterios de equidad y son realmente muy poco ambiciosos.
Figura 1. Características generales de la evolución de las emisiones netas antropogénicas de CO2 y de las emisiones totales de metano, carbono negro y óxido nitroso en los caminos de mitigación que limitan el calentamiento global a 1.5 oC. Fuente: Informe especial del IPCC sobre el Calentamiento Global de 1.5 oC.
El presupuesto global de carbono o el camino importa, ¡e importa mucho!
El concepto de presupuesto global de carbono es clave para entender la relación entre emisiones de CO2 y el aumento de temperatura que estas emisiones conllevan. Hablar de presupuesto global de carbono significa hablar de emisiones acumuladas a lo largo de un periodo temporal. Pues bien, en el AR5 queda bien establecida la relación de proporcionalidad entre las emisiones de CO2 acumuladas a lo largo del tiempo en la atmosfera y el aumento de temperatura en la superficie terrestre. Es decir, llegar a estabilizar el aumento de temperatura global en 1.5 oC, no depende de conseguir la neutralidad de carbono en 2050 —como año mágico concreto—, sino de que las emisiones acumuladas de ahora en adelante no excedan una cantidad umbral conocida como el presupuesto global de carbono restante. Si queremos limitar el aumento de temperatura en 1.5 oC (con una probabilidad del 66 %), de ahora en adelante no deberíamos emitir por encima de las 195 GtCO2 acumuladas (según el Zero in Report 2). Y, para que quede claro, de ahora en adelante quiere decir desde principios del 2021 hasta «el fin del mundo». Es fácil ver que el presupuesto de carbono restante compatible con el objetivo de estabilización de temperatura de 1.5 oC es una cantidad muy reducida. Teniendo en cuenta que anualmente el mundo emite unas 40 GtCO2 anuales, de seguir con el ritmo actual habremos agotado este presupuesto en poco menos de 5 años. Y por esta razón decimos que el camino que sigamos para alcanzar la «neutralidad de carbono» importa, e importa mucho. ¡Vamos a verlo!
Figura 2. Distintos caminos de mitigación (1: línea de puntos verde y 2: línea de puntos azul) compatibles con un mismo objetivo de reducción de emisiones (rombo rojo) y las distintas emisiones acumuladas o presupuesto de carbono que estos caminos implican (1: superficie verde y 2: superficie lila). Fuente: elaboración propia.
La figura 2 ilustra que, para un mismo objetivo de mitigación, por ejemplo, una reducción del 50% de las emisiones en 2030 respecto el nivel de emisiones de 1990, dependiendo del camino seguido para llegar al objetivo, las emisiones acumuladas asociadas a este camino son distintas y, por lo tanto, el incremento de temperatura que estos caminos conllevarán también será distinto. Para leer en la gráfica las emisiones acumuladas que cada camino implica es suficiente con mirar la superficie que este camino encierra, la cual hemos marcado de color. Así pues, siguiendo con el ejemplo de la figura, si alcanzamos el objetivo mediante el camino 2 habremos lanzado a la atmosfera un total de emisiones acumuladas superior al lanzado siguiendo el camino 1 y, por lo tanto, habremos contribuido a un mayor incremento de la temperatura.
Es por todo lo explicado que por mucho que situemos la neutralidad de carbono en 2050, si no iniciamos ya una drástica reducción de emisiones y postergamos de momento la acción al 2030 (como muchos Estados/Parte se proponen hacer), no conseguiremos nunca el objetivo de estabilización de la temperatura en 1.5 oC. Porque en 2025 ya habremos agotado todo el presupuesto global de carbono restante, y por lo tanto ya no habrá marcha atrás posible. ¡Es así de grave!
Este punto que estamos tratando explica muchas de las controversias de las negociaciones climáticas históricas y actuales que creemos es necesario recordar. Y aunque el lector puede perfectamente omitirlas sin perder el hilo del contenido fundamental del artículo, las comentamos a continuación:
Cuando se fijaron las metas de mitigación de emisiones del Protocolo de Kioto se incurrió, por primera vez, y tal vez en aquella ocasión (era el año 1997) no se fue del todo consciente de ello, en hacerlo de esta manera tan equívoca: las citadas metas u objetivos se establecían —para el año de la meta— como una reducción en tanto por ciento respecto a las emisiones respecto a un año base que, en el Protocolo de Kioto, era el 1990. Y punto. Si volvemos a mirarnos la figura 2 de este artículo se nos vuelve a hacer bien evidente que, de hecho, el cumplimiento o no del Protocolo de Kioto fue bien arbitrario. ¿Por qué? Pues porque no se tenían ni tuvieron en cuenta, en ningún caso, ni para su seguimiento ni evaluación final, las trayectorias o caminos que se siguieron en cada caso.
Y si actualmente, con el Acuerdo de París y las NDC, estamos en las mismas, no será por inconsciencia sino por la absoluta falta de voluntad política de los Estados/Parte de corregir esta cuestión. La Delegación Observadora de la que formábamos parte se esforzó mucho, muchísimo —conjuntamente, por supuesto, con muchas otras—, en que las trayectorias, los caminos, se incluyeran necesariamente dentro y explícitamente de los compromisos que los Estados/Parte estableciesen en sus NDC. Las Reglas de Katowice para la puesta en marcha e implementación del Acuerdo de París, desgraciadamente, no lo recogen. Será por ello por lo que cuando los que escribimos este artículo oímos hablar de reducciones del 50% (por citar un número) en un año en relación con otro anterior, sinceramente, se «nos ponen los pelos de punta».
Pero es que además el tema es de gran profundidad. ¿Cómo establecen los científicos del IPCC las trayectorias que es necesario seguir para alcanzar unos niveles determinados de estabilización de temperatura? Pues teniendo en cuenta los conocimientos que se van adquiriendo, entre otros temas, sobre los presupuestos globales de carbono explicados anteriormente. En efecto, entre los rasgos fundamentales de las trayectorias está el de las áreas que encierran, que a su vez tienen que ver con estos presupuestos de carbono (recordemos una vez más la figura 2 de este artículo).
¿Neutralidad de carbono o greenwashing?
Tal y como comentábamos muchos Estados/Parte y también grandes empresas y grupos inversores se están apuntando, fervorosa y muchas veces quizás hipócritamente, a anunciar que conseguirán su neutralidad de carbono a mediados de siglo. Vaya por delante que es bueno y necesario elaborar estrategias que nos permitan llegar cuanto antes a la neutralidad de carbono, pero estas estrategias a mediano plazo no pueden ser creíbles si no van acompañadas por estrategias a muy corto y medio plazo que conduzcan a reducir de forma drástica las emisiones a partir de ahora mismo.
En relación con las estrategias a largo plazo comunicadas, la mayoría sitúan la neutralidad de carbono, neutralidad de gases de efecto invernadero, neutralidad climática o emisiones netas cero hacia 2050, 2060 o, más o menos, a mediados de siglo. Sin embargo, aquí identificamos los siguientes problemas:
Algunas de estas estrategias no son legalmente vinculantes y a nuestro modo de ver pueden ser, muchas veces, una salida, «decorosa» pero no real, hacia adelante que deja para un futuro más bien lejano el afrontar, si cabe, la resolución de la actual crisis climática.
No existe una pauta sobre cómo deberían elaborarse dichas estrategias, y tampoco sobre cómo hacer seguimiento de su implementación y de la evaluación del grado de consecución de sus objetivos. Algunas contienen vaguedades importantes que impiden valorar si son factibles. Abordar esta vertiente reglamentaria y de control de la implementación es un trabajo pendiente que quizás en la próxima COP26 podría abordarse.
Como era de esperar, estas estrategias no se están realizando tomando en consideración la equidad. Como siempre vamos repitiendo, el cambio climático constituye una gran injusticia a nivel global y revertir la crisis climática debe pasar necesariamente por revertir esta gran injusticia. Incorporar la obligatoriedad de hacer consideraciones mínimamente serias sobre equidad en los compromisos que se adoptan es otro gran reto pendiente. Desde aquí nos manifestamos a favor de una Task Force on Equity and Ambition que debería crearse y desarrollarse en la próxima COP26.
La forma como algunos piensan conseguir la neutralidad no es clara y en algunas ocasiones estaría más basada en la compensación de emisiones mediante mecanismos de mercado que en auténticas políticas de reducción de emisiones. Teniendo en cuenta que todos los países, tarde o temprano, deberían alcanzar su neutralidad de emisiones, que un país o una gran compañía pretenda mantener su neutralidad de forma indefinida comprando «derechos de emisión» a otros países no puede ser aceptable. Recordemos que el presupuesto global de carbono restante es finito y reducido. Por lo tanto, aquí topamos claramente con uno de los límites planetarios, que no debemos superar si queremos conseguir el objetivo del 1.5 oC.
Finalmente, en la mayoría de los casos, estas estrategias pretenden compensar los daños que causará la ausencia de estrategias en plazos concordantes con los caminos establecidos por el IPCC (véase de nuevo la figura 1) utilizando supuestas nuevas tecnologías para compensar las emisiones. Por ejemplo, tecnologías de captura y almacenamiento de CO2 que, de momento, están lejos de poder ser implantadas a gran escala. Debemos ser cautos con el optimismo tecnocrático. No podemos dejar de recordar que de la misma manera que sucedió y sucede con la energía nuclear de fusión, el optimismo tecnocrático de los años setenta debería haber llevado al ser humano a «2001: la conquista del espacio».
A modo de epílogo
Ante el reto que supone la recuperación del mundo de los estragos de la covid, primeramente en materia de salud y después a nivel económico, es fácil caer en la trampa de priorizar una reactivación económica impulsada por el aumento de siempre en el consumo de combustibles fósiles y dejar para más adelante abordar la emergencia climática. De hecho, la Agencia Internacional de la Energía, en el informe que comentábamos al principio ya nos advierte de que estamos yendo por este peligroso camino.
Debemos ser muy conscientes de que los impactos del cambio climático pueden ser, y en algunas partes del mundo ya están siendo, mucho peores que los de la pandemia de la covid y que el tiempo para revertir la crisis climática se está terminando muy rápidamente. De seguir con los niveles de emisiones actuales, nos quedan cinco años; por lo tanto, la única opción que asegura la viabilidad de la vida de nuestra especie en el planeta pasa por el establecimiento de un modelo de desarrollo humano sostenible que, sobre todo, acabe cuanto antes con el modelo totalmente insostenible de crecimiento económico.
En este contexto, la huida hacia adelante que supone retardar las necesarias reducciones de emisiones que ya deberían estar produciéndose, no hace sino agravar la situación, como explicamos ya en nuestro anterior artículo. Básicamente, porque —tal como hemos argumentado detalladamente en el artículo de hoy— el aumento de temperatura que se va a alcanzar no depende de si se llega a la neutralidad de emisiones en 2050 sino, fundamentalmente, del total de emisiones lanzado a la atmosfera hasta que no se alcance dicha neutralidad. Cuando más se retrase llegar al pico de emisiones y empezar a reducirlas drásticamente, mayor será el daño que estas emisiones van a producir. ¡Debemos actuar ya! Nos va el futuro en ello…
(Artículo en coautoría con Olga Alcaraz Sendra, Doctora en Física y profesora en el departamento de Física de la Universitat Politècnica de Catalunya)