Una imagen viscosa y reluciente se acerca y se aleja a modo de zoom a niveles que serían imposibles de captar por el ojo humano. Más tarde percibimos que ese fragoso terreno violeta, movido a modo de zoom, corresponde al acercamiento de los cuerpos que iremos encontrando en nuestro recorrido. Los cuerpos de unas imágenes que han cambiado de forma, mostrando y alterando un texto: el código digital ha traspasado a físico, generando así una montaña de papeles que se han convertido en un espeso conglomerado lleno de matices y caracteres inconexos. Unas charcas dispersas contienen y condensan infinitas alteraciones variables, fragmentos léxicos que nos hacen transitar entre lo natural y lo artificial: patrones de pétalos de flores que se repiten; fantasmagorías en orquídeas secas y en violetas escarchadas en azúcar; mazorcas y un montón de enredos que no son más que errores de máquinas que crean objetos. Un escrito trepa como un jardín por un antiguo ornamento arquitectónico guardando su forma, y un pequeño bosque de mazorcas de maíz crece a través del artificio de su propio tejido.
Cuenta la leyenda griega que el barco de Teseo, en el cual volvieron desde Creta a Atenas, fue alterado y modificado cambiando prácticamente todas sus piezas. Se preguntaron entonces si, aunque cambiaran todas sus partes por otras, este seguiría siendo el mismo barco. Cristina Spinelli nos propone un recorrido donde los códigos se alteran, donde las formas mutan, donde los objetos cambian de piel, de forma, de aspecto; dónde a la artificialidad y naturalidad, a la fisicidad y materialidad las separa una fina línea a expensas de nuestra percepción. No podemos evitar preguntamos si la mazorca sigue siendo mazorca, aunque la haya fabricado una impresora 3D; o si las flores siguen siendo flores aunque estén muertas, o sean de resina, piedra o caramelo; del mismo modo que nos preguntamos si los cuerpos tienen todavía algo de imágenes aunque ya no podamos verlas.
(Clàudia Elies)