Si alguien, como hacen tantos, afirma que la pandemia es el resultado de un complot contra la humanidad, las preguntas que surgen son: ¿cuáles son las pruebas, si es que existen? Y ¿con qué objetivos y beneficios se hubiera planificado una acción de este tipo?
Por el momento, se ha demostrado que la mutación que condujo al SARS-CoD-2 no es posible artificialmente. Los virus son una cadena de nucleótidos y algunas alteraciones en la secuencia se producen durante la recombinación y esto da lugar a mutaciones. Una intervención artificial exige que un trozo de ADN sea agregado al virus para producir una determinada proteína y esto se reconoce comparando la secuencia de ADN de los virus de donde surgió el SARS-CoV-2, popularmente denominado covid, para verificar si hay alteraciones inexplicables si se considera un proceso natural, pues hasta las mutaciones siguen una cierta lógica.
Diferentes fuentes han confirmado que la mutación fue natural y que el salto de especie fue de un murciélago al ser humano en una parte del sureste de China. Respecto a lo concerniente a la segunda pregunta, puedo decir que las respuestas son completamente arbitrarias y reflejan una actitud complotista, que no tiene sentido y sin embargo gana siempre más adeptos. Esta última afirmación, me lleva a otro problema más amplio, que concierne el método.
La pregunta es: ¿cómo podemos defendernos de cualquiera creencia que sea divulgada sin criterio? La respuesta es: buscando siempre más informaciones y datos que puedan confirmar o descartar las afirmaciones y elegir selectivamente nuestras fuentes de información. Hace años un profesor de fisiología nos preguntaba constantemente qué es lo que hace probable e interesante una idea y, si uno no tenía una respuesta adecuada, nos pedía paternalmente de olvidarla, diciendo que el mundo estaba ya lleno de estupideces y que no eran necesario crear más basura, al contrario había que limpiar.
Agrego, además, que existe un proceso de contaminación mental, que coarta nuestra libertad personal y esta contaminación tiene lugar sobre todo en los medios sociales, donde cualquiera puede afirmar cualquier tipo de atrocidad sin que esta sea filtrada o criticada debidamente. He dicho que uno pierde libertad creyendo en afirmaciones no documentadas y/o validadas y el motivo es este, nuestra capacidad de actuar como individuos depende de nuestros conocimientos reales y estos nos permiten entender y cambiar el mundo. Todo el resto, es un peso mental que nos paraliza y hace víctimas de la mediocridad. Por esto tenemos que someternos constantemente a un proceso de descontaminación ideológica, rechazar afirmaciones falsas e improbables y concentrarnos en lo que ha sido demostrado, usando como paradigma la ciencia y haciendo constantemente preguntas e interrogaciones. En realidad, uno puede creer en cualquier cosa y muchos lo hacen, el resultado de esto es una confusión mental, que puede ser catalogada como patológica. Muchos feminicidios han sido cometidos y se comenten sobre falsas afirmaciones y creencias paranoias que nos vuelven animales incapaces de hacer el bien y amar.
El filósofo Harry G. Frankfurt ha tratado estos temas en sus libros. Sobre todo en Bullshit y On Truth. Sobre los mismos temas he escrito un artículo llamado Bullshit & Truth. Los libros son respectivamente del 2005 y 2006. Es decir, de unos 15 años atrás, y la realidad que describen es día a día más imperiosa y presente, por lo que podríamos afirmar, que se ha llegado a un extremo en que ya no podemos distinguir entre la mentira y lo que podría ser verdad.
¿Dónde está la probabilidad, preguntaría mi profesor? Aún más, hemos creído en tantas mentiras que hemos perdido la capacidad de pensar. Existe una industria organizada de la confusión mental, que nos bombardea todos los días con falsas noticias y la pregunta que tenemos que hacernos es: ¿cómo evitamos el contagio y obtenemos un margen creciente de inmunidad? Sin este margen, no somos individuos y no existe la democracia, sólo una fe ciega en las mentiras, que no nos dejan actuar. El mismo profesor que he mencionado decía siempre:
entre creer y no creer es siempre mejor no creer, pues no hay nada peor que tomar como verdad algo que es completamente falso.