El primer contacto de Marcos Kurtycz (1934-1996) con México quedó registrado en sus cuadernos de notas y proyectos: una visión mordaz de la barbarie del 2 de octubre de 1968. Cambió entonces la profesión de ingeniero por una práctica conceptual, cuya herramienta artística fue el cuerpo.
Difusor incansable del arte de acción, Kurtycz se particulariza por apropiarse del conjunto de tendencias y movimientos experimentales de la segunda mitad del siglo pasado e imprimirles el carácter de acciones.
La postura estética de Kurtycz daba más importancia al proceso creativo que al producto final, de ahí que privilegiara el carácter efímero del trabajo y utilizara materiales inestables, fuera del repertorio tradicional y vanguardista. Su producción puso siempre en evidencia el violento estado de excepción en que vivimos; en ella destaca una modalidad de gráfica postal que ataca de manera simbólica a galerías, museos y revistas de arte: forma antagónica a la comercialización artística y a la inercia institucional.
Sus rituales públicos de edición y sus libros, entre ellos los realizados con fuego, marcaron el arte mexicano. Si bien Kurtycz mantuvo un diálogo con la generación de los grupos y más tarde con los neoconceptualistas, lo diferencia su autonomía, su vitalidad, su humor ácido y lo nutrido de su producción equiparable a la de un destacamento entero. En los años noventa tuvo lugar un nuevo ciclo de guerra cuando el artista enfrentó la amenaza de la enfermedad y reformuló su actividad a partir del alter ego serpiente, un ser capaz de mudar de piel y tomar la vida por asalto.