A través de una selección de más de 100 obras realizadas a partir de 1972, esta exposición ofrece un recorrido retrospectivo de la pintura de Miguel Ángel Campano (Madrid, 1948 – Cercedilla, Madrid, 2018). Esta muestra, el último proyecto expositivo en el que participó directamente el artista, transitará los problemas, procesos y recursos en los que este centró su atención. Sin conducirlos nunca por el canal de un estilo, Campano fue articulando ciclos extensos que se sucedían; de manera que contar su obra, en sus múltiples formas, siempre requiere enunciar un «y después», un après. Atendiendo a esta sucesión, la muestra dará también cuenta de las constantes en la trayectoria del artista, marcada por el impulso emocional, así como por el acercamiento analítico y culto a la propia pintura.
El de Campano fue también, a menudo, un enfoque referencial: al observar y pintar la pintura del pasado, pintaba —según la expresión francesa— d'après Eugène Delacroix o Nicolas Poussin, conociéndose como sucesor de los lenguajes que la historia del arte había puesto a disposición de los artistas. Si bien sus lienzos d'après no son meramente un «según» el pintor estudiado, sino más bien un «a partir de», un «partiendo de» que desencadena una fuga de Campano desde el canon. Igualmente despegan, respecto del referente objetivo, sus trabajos desde el natural —d’après nature—. En definitiva, en ese d'après que es el quehacer de Miguel Ángel Campano, el «según» a secas solo cabe para su pintura misma, y la exposición se resume como un muestrario de pintura según el artista, museo de cuadros d'après Campano.
Las salas acogen, primero, obras realizadas en los años setenta, generalmente ejercicios de abstracción geométrica en la senda del grupo de Cuenca. Ya en los primeros ochenta, el artista adoptó el gran formato en series como Vocales, con referencias a la literatura y dentro de una marcada gestualidad. En sus Vocales Miguel Ángel Campano desarrolla, en abstracción, qué imagen pueda tener el color evocado por un sonido vocal. Casi al mismo tiempo se interesó por la tradición pictórica, de distintas maneras: desde revisitar temáticamente a Delacroix, Cézanne o Poussin a ahondar en los géneros de la naturaleza muerta y el paisaje; pasando por utilizar, al releer una única imagen, toda una panoplia de estilos de las vanguardias, como es el caso del ciclo Ruth y Booz (1988 – 1992).
A lo largo de los noventa, la obra de Campano acusó distintos procesos de despojamiento: se cortan las referencias a la tradición, el blanco y negro sustituye al color. La geometría es, primero, grave y rotunda, si bien mediada la década aparecen formas orgánicas y fértiles en lienzos que, incluso, se han asociado con composiciones musicales y con estructuras repetitivas como las plegarias. La misma fantasía de profusión, junto con el reconocimiento de otros medios a los que la pintura pueda servir —como la instalación—, operan en Elías (d’après Daniel Buren), de 1996–1999, obra aún restringida al uso de muy pocos monocromos.
Miguel Ángel Campano retomó el color al aproximarse la década de 2000. En ocasiones trabajó sobre tejido indio tipo lungui, dando comienzo a un interés por la retícula que, para este conjunto, partía de la cuadrícula del propio soporte; algo que, después, conformaría una investigación sobre el blanco y el color dispuestos en tramas de mayor tamaño. El color intenso, esta vez expresionista, aparece en otras series de esta década —como la que homenajea a José Guerrero—, acogida también en la retrospectiva.