Desde los primeros daguerrotipos de finales de la década de 1830 y, sobre todo, tras el descubrimiento en años posteriores de las técnicas de impresión fotográfica en papel, la relación de la fotografía y la pintura fue muy estrecha. El ojo artificial de la cámara de fotógrafos como Le Gray, Cuvelier, Nadar o Disderi, por citar a unos cuantos, estimuló en Manet, Degas y en los jóvenes impresionistas el desarrollo de un nuevo modo de mirar el mundo. La fotografía le valió al impresionismo no solo como fuente iconográfica sino también como inspiración técnica, tanto en la observación científica de la luz o en la representación de un espacio asimétrico y truncado como en la exploración de la espontaneidad y la ambigüedad visual. Asimismo, por influencia de la nueva factura impresionista, algunos fotógrafos comenzaron a preocuparse por la materialidad de sus imágenes y a buscar fórmulas para hacer sus fotografías menos precisas y con un efecto más pictórico.
El papel primordial que ha adquirido hoy la fotografía en el panorama del arte contemporáneo ha hecho resurgir el interés de la historiografía artística por el impacto que su invención provocó en las artes plásticas. La exposición Los impresionistas y la fotografía se suma a esta línea historiográfica, planteando una reflexión crítica sobre las afinidades e influencias mutuas entre fotografía y pintura, sin olvidar la fructífera polémica entre críticos y artistas que su aparición desencadenó en Francia durante la segunda mitad del siglo XIX.
La muestra, comisariada por Paloma Alarcó, se articula en nueve capítulos temáticos - El bosque, Figuras en el paisaje, El agua, En el campo, Los monumentos, La ciudad, El retrato, El cuerpo y El archivo - en los que confluyeron los intereses de pintores y fotógrafos.