De forma oficial, Alexandria Ocasio-Cortez, de 29 años, se convirtió hace un par de semanas en la mujer más joven en ser elegida en el Congreso, donde representará el distrito 14 de Nueva York, uno de los grandes bastiones demócratas. Ella es ahora la sensación y la cara nueva del Partido Demócrata. Todos la adoran porque la mujer es «étnica» y como sucede con Epsy, criticarla es una forma de racismo.
Ocasio-Cortés es hija de puertorriqueños y en Estados Unidos, cuanto más lejos estás de la clase blanca protestante, más permiso tienes para estar orgullosa de ser diferente y además criticar al país en donde vives. Esto, según Lacan, es el privilegio escondido: los blancos sajones permiten a los negros, a los indios y a los latinos declararse orgullosos de serlo. Pero a la inversa, ni pensarlo.
Si eres negra, manifiesta que estás orgullosa de tus raíces africanas; lo mismo para los latinos y para los indios. Pero si eres chino, ya no se te lo permite tanto. Menos si eres italiano. Y los alemanes americanos, mejor no pregonen mucho. Y si eres blanco, protestante y sajón, ¡cierra la boca porque si lo haces eres uno del Ku Klux Kan! Esto no es tolerancia: es simplemente racismo al revés.
Los que mandan no deben hacerse evidentes, ni presentes. La blancura es invisible; es el template que no necesita hablar. En Telemundo, por ejemplo, vemos a todos los actores latinos que viven en Estados Unidos manifestando lo felices que están de sus raíces. Eso sí, orgullosos pero a lo lejos: ganando en dólares y disfrutando la vida rosa con los gringos.
Entonces, Ocasio-Cortez puede, cada tres segundos, hablar de lo orgullosa que está de ser de Puerto Rico y usarlo a su favor. El problema no es que sea americana o puertorriqueña sino que es la representante de la nueva generación, los millennials (nacidos entre 1981 y 1996) que tarde o temprano tomará las riendas de la política norteamericana y que es quizás la generación más ignorante desde Atila, el huno. Cualquier rebasada se les perdona porque nadie quiere ser acusado de racista.
Alexandria trae ideas frescas: propone seguridad social gratis para todos, perdonar los préstamos de los estudiantes, eliminar la policía de frontera para que cualquiera ingrese en Estados Unidos, apoyo a Palestina y oposición a la «ocupación» (se le olvida que un millón de judíos árabes fueron echados de sus países y enviados a «ocupar» Palestina), impuestos a las grandes transnacionales y el mismo rollo que nos han traído Chavez, Ortega, Maduro, Lula y los socialistas latinoamericanos. Suena genial. La mujer es una verdadera revolucionaria. El problema es que no tiene la menor idea de cómo lo va a hacer en el complejo mundo del capitalismo posindustrial. Ella no es Rosa Luxemburgo; no es Emma Goldman. Si lo fuera, uno que apoya la justicia social, le haría caso.
Ocasio-Cortez es de la generación más desinformada de Occidente. Nacidos después del debacle del comunismo, no saben siquiera el paraíso que Mao y Stalin le dieron a los chinos y a los rusos. Ni hablemos de los que le impusieron a Europa Oriental. No tienen la menor idea de qué es el socialismo y creen que es el sistema en que el Estado te paga para meditar en un áshram en la India y el bótox de tu cara. En cuestiones de política exterior no saben dónde queda China, ni quién era Kennedy, mucho menos por qué pelearon en la Segunda Guerra Mundial y las dos terceras partes no han oído ni del Holocausto, ni del Gulag, ni de Fidel Castro. Confunden a la Madre Teresa con Madonna y creen que la Biblia se escribió originalmente en inglés.
Para ser un buen comunista, no puedes ser una ignorante.