La idea del humano poseyendo y controlando el cuerpo genera, desde hace tiempo, controversia. Esto es, el concepto de cuerpo como entidad estable y unidad de referencia es polémico en tanto que estamos presenciando una creciente necesidad de interdependencia entre modos de vida y formas de ser, en un tiempo en el que el trasfondo estable de nuestras vidas y costumbres en el trabajo está desestabilizándose o incluso ha dejado de existir. En palabras del filósofo Rosi Braidotti, nuestra propia encarnación es un límite, una barrera; nuestra carne está delimitada por la morfología de nuestro cuerpo, de por sí sexuado y, por ende, diferenciado2. La exposición I’m not an island, I’m a body of water presenta el trabajo de tres artistas que investigan este estado paradójico y en conflicto; el cuerpo humano como límite inexorable y umbral. Esta visión antropocéntrica del mundo, en la que el cuerpo es entendido como un simple objeto, está cada vez más obsoleta gracias a una creciente concienciación.
Las obras presentadas tienen en común la adopción de un punto de vista en el que el cuerpo trasciende la propia materialidad, la idea de que el cuerpo en su totalidad es un ser pensante. Uno no piensa exclusivamente con la mente, sino con todo el cuerpo. En esta exposición el cuerpo se enfrenta a actos de interdependencia recíproca, colaboraciones y relaciones simbióticas con los minerales, los microbios y las células que lo rodean y posibilitan su existencia a lo largo del tiempo. Nuestra piel es porosa, su tejido se compone de numerosos elementos. La piel, como límite poroso y orgánico, sitúa nuestros cuerpos en relación directa con el entorno en el que se encuentran y del que surge la vida. Son formas vivas que no sólo se encuentran en un entorno dado, sino que son partes constituyentes (y eso incluye a los humanos).
Los registros estéticos empleados por Bea Bonafini en sus obras se basan y recuerdan a entornos artesanales definidos por conceptos y nociones como lo cómodo, lo decorativo y lo doméstico. Trasladados al tiempo y al lugar de la exposición, uno experimenta cierta inquietud al sentir que su cuerpo está íntimamente vinculado y se considera parte esencial del atractivo de estas obras, pero también está, de alguna forma, doblegado a sus necesidades sensitivas y tentadoras. En equilibrio entre funcionalidad y estética, Bonafini plantea la cuestión del humano cómodamente asentado en su categoría de ser, a pesar de que la relación entre el cuerpo y el trabajo está continuamente en el proceso de “convertirse en”.
La práctica artística de Maje Mellin está plagada de fantasmas (y su anatomía), medusas y gusanos, cabezas sin cuerpo y otras extremidades. Podría decirse que Mellin emplea el acto de dibujar como extensión del lugar en el que el cuerpo se transforma en mente y la mente en cuerpo: expandiendo simultáneamente el medio mental y manual, descomponiendo la morfología de diferentes cuerpos, descontextualizando y reubicándolos en un espacio narrativo – no necesariamente de naturaleza lingüística – de especulación e invención habitado por diferentes personajes poéticos. Un espacio en el que los objetos dibujados se convierten sus propios sujetos.
Quizá no tan diferente, el trabajo de Bernice Nauta también está habitado por personajes. Dicho de otro modo, sus obras son reliquias y restos de las historias de unos protagonistas a los que presenta a lo largo de su práctica. Estos personajes – con rasgos, atributos y vidas propias – configuran una autobiografía ficticia, localizada en algún lugar en la hipotética unión entre un espejo y una enciclopedia. A través de retratos y escenas, videos, periódicos ficticios, esculturas y atrezo, Nauta deja entrever rasgos de sus personajes invitando al espectador a construir y componer sus historias. Como una fusión entre la imagen parcial del propio reflejo de la artista y un grupo de personajes ficticios (increíblemente reales a pesar de todo), su trabajo parte de la idea del sujeto y el propio ser como categoría inestable. Personalidad e individualidad se fragmentan; convirtiéndose en una mente única llena de heterónimos poseedores de voluntad propia.