Lo sublime, en teoría estética, se refiere a una experiencia que va más allá de la belleza ordinaria y provoca una sensación de grandeza, asombro o admiración, es algo poderoso y aterrador que hace aflorar una extraña sensación de placer en el sujeto. Immanuel Kant y Edmund Burke acentuaban el carácter no racional en la percepción de la belleza. Lo sublime en el arte va más allá de la belleza, se refiere a la experiencia de lo grandioso y lo impresionante que evoca un sentimiento de asombro y elevación que supera la capacidad de comprensión ordinaria. Lo hermoso, lo bello, no consiste en armonía y orden, sino que es una cualidad que impregna directamente nuestra imaginación y los sentidos, a veces, de forma inconsciente, nos vemos atraídos hacia lo grotesco, lo siniestro, lo mismo que nos atrae también nos produce repulsión. Lo sublime es menos cuantificable, más complicado de explicar, irracional completamente, y, por tanto, mucho más poderoso que lo bello, porque nos toca directamente en la fibra emocional. Intento resolver esta cuestión meditando sobre el origen y el porqué de la belleza.

Considero necesario e ineludible mantener un halo de misterio en la pintura, para mí es importante que la obra contenga siempre algún resquicio oculto al que no podamos nunca entrar y no consigamos saber explicarlo con claridad. Intuimos belleza, pero no sabemos qué elementos la conforman. Disfrutamos sin entender todo lo que compone lo que observamos, se narra aquello que no se evidencia. No se muestra nada extraordinario, pero profundizo en lo ordinario y parto de ahí. No hay una intención por qué se entienda lo que pinto, me interesa más que funcione como un acceso, una narrativa desde la pintura como un proceso de libre capacidad de obrar.

El tiempo detenido, la acción interrumpida y el misterio contenido en cada obra, como si de un fotograma se tratara, son acentuados por una disposición secuencial que reclama del espectador el cuestionamiento y descubrimiento de una lógica, del sentido de una posible narración o de un hilo conductor que las une. Transitar la frontera entre la imagen fotograma y la pintura desde el estudio de lo narrativo. Una independización de la pintura frente a la imagen a través de su carácter plástico. No se trata de reproducir una imagen que ya existe, más bien, es una interpretación de la misma a través del medio pictórico. La pintura no sirve para producir la imagen, sino que es la imagen la que nos sirve para producir pintura.

El uso de imágenes en mi proceso creativo desempeña un papel significativo. Para mí la imagen fuente es un bien visual que se presta a una reinterpretación a través del medio pictórico. No veo la imagen simplemente como una representación estática, sino más bien la considero como material vivo y plástico que puede ser transformado y reinterpretado mediante el acto pictórico.

Mi trabajo se sitúa en un terreno cuya base es la figuración y contiene un valor narrativo, extendido hasta el análisis de las formas que surgen de la síntesis del propio referente. Las imágenes de archivo actúan como un punto de partida, como un fermento creativo. En ellas los ambientes y las figuras pertenecen a una cotidianidad, sin embargo, la forma en que se nos muestran está cargada de cierta irrealidad. Existe un necesario deseo de velar lo real o de mostrar los gestos de lo no concreto. No se busca reproducir fielmente las imágenes, sino más bien utilizarlas como punto de partida para una reflexión más profunda sobre la propia naturaleza de la pintura en sí misma. Trabajar desde la imagen sirve para explorar cómo la materialidad de la pintura puede dialogar con el contenido visual ya existente, como un proceso de diálogo entre la tradición y la contemporaneidad, entre la memoria visual y la expresión artística.

Me interesa más la capacidad de esas imágenes para hacer pensar, sugerir o fascinar formalmente que el tema mismo que representan, no hay un interés manifiesto por tratar de narrar una histo­ria específica, sino más bien existe un disfrute por una búsqueda lingüística en constante renovación.

El punto de partida de esta búsqueda es la imagen, tratar de excederla para que lo pictórico sea el verdadero protagonista, siempre sosteniéndose en una técnica propia y característica, en la que, pintura y superficie juegan, pincelada a pincelada, creando obras espontáneas en apariencia, pero ágiles y cuidadas. Por otro lado, el propio hecho material del soporte, el tratamiento de la imagen, la paleta y lo matérico, cargan de carácter, expresividad y fuerza al trabajo. La materia de la pintura o el propio acto pictórico introducen esa tensión entre el carácter pictórico de la imagen y su manifiesto origen fotográfico.

El lenguaje se transforma desde lo concreto a lo sugestivo, desde la figura a lo abstracto, como una evolución dialéctica de la mirada, que va ganando en gracia con el mirar común. La pintura como un ejercicio de la mirada. Se trata, por tanto, de un trabajo artístico que tiene que ver con el impacto de un archivo digital que se vuelve obra y que adquiere independencia una vez ha sido sometido al gesto de la interpretación y de la libre capacidad de obrar.

Mi posición es defender la pintura y retomar lo mejor de ella, recuperar su dimensión poética y metafórica, su capacidad de ilusionar, de vibrar. Quizá no sea sólo la recuperación de la pintura, su contemplación y disfrute como espacio de reflexión, de independencia, y, por tanto, de libertad, quizá sea también buscar la dimensión trascendente de lo sublime.

(Texto por Quique Ortiz)