El mapa y el territorio es la primera gran retrospectiva de Luigi Ghirri que se presenta fuera de su Italia natal. Se centra en la década de 1970, un período crítico de expansión de los suburbios y terciarización de la economía, de emergencia del arte conceptual, de generalización del pop y sus estrategias apropiacionistas. En este contexto, Ghirri, utilizando herramientas y procedimientos de la fotografía amateur (una pequeña cámara Canon y película en color) empieza a retratar los espacios periféricos de Módena y genera un corpus de obras sin parangón en la fotografía artística dominante en aquel periodo.
Hacia el final de la década dos momentos significativos marcan la trayectoria de Ghirri: la publicación en 1978 de Kodachrome, un foto-libro pulcramente secuenciado, y la presentación en 1979 de su primera gran exposición, Vera Fotografia, en el Centro Studi e Archivio della Comunicazione (CSAC) de Parma.
La exposición se articula en torno a dos nociones clave, “territorio” y “mapa”, ideas que remiten al mundo y a su representación. La selección de obras retoma la cartografía poética de la muestra de 1979, que ofrecía, en catorce series diferenciadas por temas, un compendio de los lugares transitados por Ghirri: las casas de la periferia; el paisaje de signos de la Italia de provincias de su época; la relación entre artificio y naturaleza de los jardines de Módena; las modernas imágenes publicitarias; el mundo simulado de los parques de atracciones; la gente que fotografía y es fotografiada; los detalles de mapas extraídos de un atlas, etc.
Formado como aparejador y delineante, Ghirri mira la realidad desde una posición frontal, con una acentuada cualidad de escala y medida: “no ha sido mi intención hacer fotografías, sino planos, mapas, que sean, al mismo tiempo, fotografías”. A la vez, actúa como barómetro de un territorio vernáculo que va transformándose a medida que surgen nuevas formas de vivienda, ocio y publicidad. “Me interesan la arquitectura efímera, el mundo de provincias, los objetos que todo el mundo define como kitsch pero que para mí nunca han sido tal cosa, sino objetos cargados de deseos, sueños y recuerdos colectivos […] ventanas, espejos, estrellas, palmeras, atlas, esferas armilares, libros, museos y personas vistas a través de las imágenes”.
Ghirri mantuvo una constante fascinación por las representaciones del mundo en forma de reproducciones, fotos, pósteres, maquetas y mapas, y el modo en que estas representaciones se insertaban en la realidad, como signos que entran a formar parte de la ciudad o el paisaje. La mediación de la experiencia a través de las imágenes en una Italia que oscilaba entre lo viejo y lo nuevo se convirtió para él en un terreno de investigación inagotable: “una gran aventura en el mundo del pensamiento y la mirada, un maravilloso y mágico juguete que consigue combinar milagrosamente nuestra conciencia adulta con el mundo de cuento de los niños… un viaje sin fin en las grandes y pequeñas variaciones y en el ámbito de las ilusiones y las apariencias, un espacio laberíntico y especular de multitudes y simulación”.