Las revoluciones son espectaculares. La gente corre con banderas, con flores, con sus mejores vestidos y vitorean a los vencedores. No importa si fue en la toma de la Bastilla, en San Petersburgo o en Praga, el espectáculo es maravilloso. Los déspotas, finalmente, han sido derrotados y el pueblo clama por la libertad, la justicia y los derechos humanos. Cuando dejamos de brincar, de gritar, de tomar y de celebrar... ¿cuál es el cambio verdadero? Porque después de la Revolución francesa obtuvimos a Robespierre y a Napoleón. La rusa nos dejó a Stalin. En China, otra joya: Mao. Con la Revolución cubana, heredamos a los hermanos Castro. Y ni qué hablar de la bolivariana que nos dejó a Chavez y a Maduro. Mejor ni mencionemos los resultados de la primavera árabe. Zizek dice que lo verdaderamente importante de cada revolución es qué va a pasar al día siguiente. Cuando retorne la «normalidad», ¿cómo estaremos?
Pues esto mismo debemos preguntarnos con respecto a la gay. En América Latina, país tras país ha ido aprobando los derechos civiles y el matrimonio igualitario. Pronto, la mayoría lo hará. Recientemente, Ecuador, Cuba y Costa Rica dieron pasos en este sentido. Tenemos que tomar en cuenta que unos países lo han logrado más fácilmente que otros. ¿Por qué? No porque los activistas sean más o mejores (claro que los líderes claman que el milagro fue de ellos).
El factor principal, nos guste o no, es el Ejército. En los países en que los milicos masacraron a la población, como pasó en España con Franco o en Argentina con Videla, y lo hizo de la mano de la Iglesia Católica, la mayoría de la población se sacó, como decimos, el clavo. O sea, sabía que votar por el matrimonio igualitario era una bofetada al Vaticano. Esto explica por qué España pudo tener el matrimonio una década antes que Estados Unidos (no me digan que los españoles son más tolerantes y mejores activistas gais que los norteamericanos). En los que la Iglesia Católica más bien se ha opuesto a los ejércitos, la población no está tan dispuesta a desairar a los sacerdotes.
Entonces, ¿ya está por triunfar el movimiento gay? Una vez que países como Guatemala, Honduras o Jamaica aprueben el matrimonio, ¿habremos logrado la liberación?
Lo dudo mucho. La comunidad gay, en América Latina, solo se reúne en grandes desfiles, no hace casi nada de labor social, menos hace prevención del VIH y poco le importa la lucha contra los crímenes de odio. En vista de que nadie da dinero para la causa, los grandes o pequeños contribuyentes son los bares, los saunas, algunas ONG extranjeras (que se dejan sus buenas comisiones de los donantes europeos) y los que organizan las famosas marchas que nadie sabe qué se hace con el dinero. En realidad, son estos los que manejan a los grupúsculos que existen y los que viajan por el ancho y largo mundo asistiendo a todo tipo de conferencias.
Los bares, por su parte, tienen un propósito principal: vender más y más licor. Que nadie se asuste, entonces, que el alcoholismo en nuestra comunidad es tres veces mayor que en la heterosexual (que ya es astronómica). Y con el alcohol, vienen las drogas. Junte ambas y no se extrañe que el VIH siga siendo mayor que en la comunidad no gay. El Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) crece, por ejemplo, en Costa Rica tan rápido que en 13 años (del 2002 al 2015) los casos saltaron de 351 a 8.219. La epidemia de VIH está concentrada en pocas poblaciones: trabajadores del sexo, mujeres trans, hombres que tienen sexo con hombres (HSH) y usuarios de drogas intravenosas (en los que tenemos también muchos gais). Es el colmo de los colmos que en 30 años de vivir con la epidemia, no la hayamos erradicado (si el sida, como me van a decir los evangélicos, es un castigo de Dios, entonces las lesbianas son el Nuevo Pueblo del Señor).
Si esto no fuera suficientemente preocupante, pensemos que encontrar un gay mayor de 60 años es como buscar un alfiler en un pajar. Miles de hombres gais han muerto en crímenes horribles y a nadie le importa atrapar a los asesinos. Y si no es por asesinatos de odio, nuestro índice de suicido es cuatro veces mayor que el de los heterosexuales (el bullying mata). Ahora, la gente pobre gay que tiene el VIH está viviendo una crisis enorme. Aun si tienen los fármacos, no tienen el dinero para comer.
Cuando llegue el momento de finalmente de celebrar el matrimonio igualitario en toda la región, sepamos algo: la fiesta gay empezó y la fiesta gay se acabó.