Para las culturas americanas precolombinas la naturaleza fue considerada sagrada. En especial las montañas que fueron dioses o apus que protegían a las comunidades.
El estado Inca le dio suma importancia a este antiguo culto, y sus habitantes construyeron en las cimas pequeños edificios para los rituales religiosos, hoy conocidos como "adoratorios o santuarios de altura".
Se conocen unas doscientas montañas con restos arqueológicos en toda la cordillera de los Andes. La provincia de Salta tiene en su territorio cerca de cuarenta, siendo uno de los distritos andinos con mayor cantidad de adoratorios de altura.
De todos los picos de la región, el volcán Llullaillaco es el más alto; y posiblemente fue uno de los más importantes sitios de culto, teniendo en cuenta el trabajo invertido en la construcción de los edificios que se encuentran desde la base hasta la cima, el camino y el tipo de ofrendas allí depositadas hace cinco siglos.
La Arqueología estudia el pasado del hombre. Intenta reconstruir las formas de vida de las sociedades antiguas, investigando tanto los restos materiales que se conservaron hasta el presente como su relación con el entorno natural. Los arqueólogos trabajan desde las selvas hasta los polos, desde el fondo del mar hasta las altas montañas, buscando rastros de cultura.
El estudio de los adoratorios de altura está relacionado con el montañismo. Este deporte colaboró a que se conozcan muchos sitios arqueológicos y motivó a los investigadores a practicar su profesión en las montañas, con las dificultades propias que ofrece este tipo de terreno.
En el año 1952 una expedición del Club Andino Chile realiza la primera ascensión deportiva al Llullaillaco, que da a conocer la noticia de la existencia de ruinas arqueológicas en la cumbre. El militar alemán Hans Rudel realiza tres expediciones entre 1953 y 1954, con objetivos tanto deportivos como exploratorios.
El austríaco Mathias Rebitsch es el primero en realizar expediciones con fines arqueológicos. En 1958 y 1961 asciende cuatro veces al volcán y realiza las primeras excavaciones a 6.500 m. y en la cumbre. Publica los resultados en una revista científica argentina.
En el año 1974 Antonio Beorchia Nigris, del Centro de Investigaciones Arqueológicas de Alta Montaña (CIADAM), localiza el cementerio del Llullaillaco y da a conocer los planos.
En los años 1983, 1984 y 1985 el antropólogo norteamericano Johan Reinhard, estudia todos los sitios del volcán, publicando los resultados en varias revistas científicas. En 1999 este investigador organizó la expedición que dio a conocer al mundo a los Niños del Llullaillaco.
Desde mediados del siglo XV hasta 1532, cuando los conquistadores españoles llegaron a Perú, gran parte del Noroeste y centro Oeste del actual territorio argentino fue incorporado al estado Inca, gobernado entonces por Pachacuti o Pachacutec, el Noveno Inca, conocido como "El Reformador del Mundo".
Antes de la expansión Incaica, la región andina estaba ocupada por numerosas y florecientes poblaciones o ayllus, unidas bajo el mando de jefes o caciques llamados Hatun Curaca.
Los Incas extendieron sus fronteras y dominación por los Andes, ocupando un territorio que abarcó parte de los actuales países de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina. El espacio geográfico estaba pensado y dividido en cuatro regiones o suyus, que unidos formaban el Tawantinsuyu, con su centro principal en el Cusco, que no era una ciudad como las actuales, sino una zona sagrada, un recinto de poder, el centro del cosmos incaico.
Cada región tenía su nombre: el Chinchaysuyu al noroeste, el Antisuyu al nordeste, el Collasuyu hacia el sudeste y el Cuntisuyu, al Sur y sudoeste del Cusco, conformando uno de los estados más extensos y poblados de la América prehispánica.
Utilizaron un sistema unificador basado en un estricto control y pago de tributos al Inca y a toda la jerarquía de curacas; impusieron la lengua quechua, controlaron los recursos naturales y la producción agrícola, ganadera y minera de diferentes pisos ecológicos, generando una economía autosuficiente.
La circulación continua de bienes y tributos a través del territorio estaba asegurada por un sistema de caminos, que unían diferentes poblados, zonas de producción y centros administrativos. En su recorrido se ubicaban numerosos edificios, desde tambos o postas de mediano o escaso tamaño hasta centros administrativos enormes. Esparcidos por los caminos había también postas para los chasquis o corredores, puestos de control en los cruces de los puentes y en lugares estratégicos, adoratorios y apachetas. La red de caminos sirvió como instrumento de integración política y simbólica.
La arquitectura incaica se diseñó en base a las necesidades del Estado: cuarteles para alojar ejércitos, edificios administrativos para fines burocráticos y almacenes para guardar los bienes que se recibían como pago de los tributos.
Las obras de ingeniería del Estado crearon una red de caminos y puentes para el tránsito de personas y bienes.
Gracias al riego artificial y al cultivo en terrazas, transformaron en productivas tierras de escaso valor agrícola. Su poder les permitió disponer de mano de obra para construir grandes obras en los lugares difíciles como las montañas a más de seis mil metros de altura.
Las actividades religiosas en el mundo andino se relacionaban con la naturaleza y la fertilidad; especialmente el ciclo agrícola y las estaciones del año.
Uno de los rituales más importantes del calendario Inca fue la Capacocha o Capac Hucha que puede traducirse como "obligación real" y que se realizaba en el mes dedicado a la cosecha. Entre abril y julio se hacían fiestas y ofrendas de reconocimiento y de gratitud, muchas de ellas asociadas al ancestro inca Mama Huaco, que les había dado el primer maíz. La ceremonia abarcaba montañas, islas y otros adoratorios o huacas que se localizaban en toda la extensión del Tawantinsuyu, y servía para unir el espacio sagrado con el tiempo ancestral.
De las cuatro direcciones del estado Inca algunos poblados enviaban uno o más niños al Cusco, los que eran elegidos por su excepcional belleza y perfección física libre de todo defecto, por lo general hijos de caciques y con el fin de realizar alianzas en estos ritos.
En el Cusco se reunían en la plaza principal ante las imágenes de Viracocha (dios de la creación), el Sol, el Trueno y la Luna.
Allí los sacerdotes efectuaban sacrificios de algunos animales y después, junto al Inca, oficiaban matrimonios simbólicos entre las criaturas de ambos sexos, quienes debían dar dos vueltas a la plaza, alrededor del ushnu, una construcción que representaba el centro simbólico del mundo inca.
"…llevaban por delante en hombros los sacrificios y los bultos de oro y plata y carneros y otras cosas que se habían de sacrificar; las criaturas que podían ir a pie, por su pie, y las que no las llevaban las madres…" (Molina, 1575). Luego de esta celebración, los niños, sacerdotes y acompañantes regresaban a su lugar de origen, pero no lo hacían por el camino real, sino en línea recta, debiendo salvar todo tipo de obstáculos del terreno. La peregrinación podía durar semanas o meses según la distancia; al llegar, eran recibidos y aclamados con gran regocijo.
Después de la celebración, el séquito iba al lugar donde realizarían la ofrenda entonando canciones rítmicas en honor al Inca. La criatura era vestida con la mejor ropa, le daban de beber chicha (alcohol de maíz), y una vez dormida era depositada en un pozo bajo la tierra, junto a un rico ajuar.
Según la creencia Inca, los niños ofrendados no morían, sino que se reunían con sus antepasados, quienes observaban las aldeas desde las cumbres de las altas montañas.
Las ofrendas humanas se realizaban solo en las huacas o adoratorios más importantes del Tawantinsuyu.
También en ocasiones especiales, como la muerte de un Inca, quien emprendía su viaje hacia el tiempo de los antepasados. Las vidas ofrendadas eran retribuidas con salud y prosperidad; servían además para estrechar los lazos entre el centro del estado y los lugares más alejados, como también entre los hombres y los dioses.
Durante la ceremonia de la Capacocha se realizaba el matrimonio ritual de los niños con el fin de reforzar los lazos sociales en un territorio tan extenso y diverso.
La hija del jefe de un poblado se "casaba" con el hijo de otro, de manera que ambas aldeas quedaban emparentadas y unidas a través de la intervención del Inca.
Este matrimonio simulado era acompañado con objetos en miniatura fabricados en oro, plata y concha marina, formados por figurillas de animales, seres humanos y pequeños juegos de vajillas, que acompañaban como ofrendas a los entierros.
La materia prima de los objetos provenía de diferentes partes del Tawantinsuyu: las conchas marinas de las costas cálidas del Ecuador, las plumas de las selvas orientales, los metales y lanas del altiplano y cordillera.
Los niños, el mundo en miniatura e incluso su muerte, imitaban el universo social de los adultos, el cosmos del Inca, un mundo ideal pero invisible.
La ofrenda de las criaturas establecía una relación entre el rey mortal y su imperio terrenal, entre el Inca y el jefe de una aldea y entre el centro del Tawantinsuyu y su periferia.
La importancia del textil en el mundo andino
Los tejidos tienen una tradición milenaria en el mundo andino. Sirvieron no solo como vestimenta, sino como elemento de identidad, comunicación e intercambio, y además como ofrendas para los dioses.
La actividad textil fue muy importante para los Incas y el trabajo era realizado por especialistas llamados "cumbicamayoc", quienes hacían telas y vestimentas de lana de llama, alpaca y vicuña provenientes del altiplano, fibras de algodón de las tierras templadas y en casos excepcionales se sabe que utilizaron pelos de vizcachas y humanos, para que los tejidos sean más suaves.
Los textiles más finos se llamaban "cumbi" y fueron confeccionados en las "aclla huasi" o Casa de las Escogidas, lugar de privilegio donde se encontraban las hijas y hermanas del Inca, junto a niñas de singular belleza reclutadas en las diferentes provincias. Allí las "acllas", conocidas también como vírgenes del sol, eran educadas y trabajaban en la fabricación de textiles y la preparación de bebidas para las celebraciones rituales.
De ese lugar surgían las mujeres que el Inca ofrecía como esposas a otros jefes regionales, y también las niñas que eran ofrendas al Sol.
En los telares de la Casa de las Escogidas se tejían, entre otros elementos, bolsas tubulares con manija (chuspa), taparrabos (wara), fajas (mamachumpi), mantas (yacolla), camisetas (uncu), gorros y finos tocados de plumas, además de todas las prendas de las pequeñas figurillas que formaban parte de las ofrendas.
La vestimenta de los principales jefes tenían motivos conocidos como "tokapus", que eran diseños dibujados en el interior de un cuadrado o rectángulo que, ordenados de un lado a otro, formaban hileras verticales y horizontales en la superficie de la prenda o bien estaban dispersos. Cada cuadrado encierra una combinación de figuras geométricas como círculos, cruces, líneas, puntos, triángulos y otros. Su significado todavía no se conoce bien.
El niño estaba sentado sobre una túnica o uncu de color gris y su rostro en dirección al Este. En el costado derecho del cuerpo se depositaron dos estatuillas de sexo masculino de concha marina, una humana vestida y con un penacho de plumas amarillas, la otra representando un camélido. Frente al niño y hacia su costado izquierdo habían dos pares de sandalias de cuero, una bolsa o chuspa tejida con lana de varios colores, dos hondas de lana, una bolsita de piel de animal con cabellos y uñas en su interior, y una bolsita de lana forrada con plumas blancas conteniendo hojas de coca. Estas ofrendas posiblemente estén relacionadas con el viaje.
Las otras ofrendas del ajuar están ubicadas frente al niño, hacia el Este, integradas por cuatro grupos de estatuillas humanas y de llamas que representan tanto la actividad pastoril como el caravaneo, actividades frecuentes en los Andes.
Las figuras en miniatura estaban de pie y formando filas en dirección Norte. Las estatuillas humanas se presentan de a pares, una de oro y otra de concha marina, acompañados generalmente de tres llamitas, una de oro, otra de plata y la última de concha marina. Los cuatro grupos de figurillas suman un total de siete estatuillas humanas y diez de camélidos.
El grupo de figurillas más próximo al cuerpo del niño estaba formado por dos estatuillas, una de oro otra de concha marina; tres camélidos, uno de plata y dos de concha marina, y rodeando a esta escena un collar de lana oscura con pendientes de concha marina.
Fueron ofrendados a 6.700 mts., en la cumbre del legendario volcán Llullaillaco. Sus tumbas, las más altas en todo el Tawantinsuyu y posiblemente en el mundo, guardaron durante cinco siglos los secretos de un importante ritual.
Hoy, gracias a las investigaciones arqueológicas, podemos conocer más sobre la forma de vida de nuestros antepasados.
Estos niños, que hace varios siglos cedieron su tierna vida a un propósito divino en el lugar más cercano al Sol, hoy nos transmiten la sabiduría milenaria de los pueblos que habitaron en el mundo andino.
Las características únicas del hallazgo y el estado de conservación de los cuerpos, obligan a un cuidadoso y respetuoso tratamiento.
No son simples objetos que se exponen en una vitrina. Son seres humanos cuya exhibición puede generar diferentes tipos de reacciones y sentimientos.
Por ello el visitante puede elegir si desea o no observar los cuerpos, siempre con mucho respeto y silencio.
Este museo, específico en su temática, intenta ser un generador de inquietudes y preguntas cuyas respuestas se encuentran en los miles de años de nuestra historia americana.