Cuando se piensa en las islas españolas, la mente nos transporta hasta las idílicas Baleares, o hasta las casi caribeñas Canarias. Destino de gran parte de los millones de turistas que cada año visitan el país. Pero el Mediterráneo esconde rincones menos conocidos, que atrapan el corazón y que guardan una historia fascinante. Uno de estos pedacitos de paraíso en medio del mar se encuentra a escasos 23 kilómetros de Alicante. Es la Isla de Tabarca, la única que queda habitada en la Comunidad Valenciana. Un oasis a poco más de dos hora de la ciudad que se convierte en un descubrimiento sorprendente.
A Tabarca los alicantinos la llaman isla, pero es más bien un archipiélago al que rodean otros tres islotes: La Cantera, La Galera y la Nao. Tiene una longitud aproximada de 1.800 metros y una anchura máxima de unos 400 metros. Apenas medio kilómetros que se recorre en menos de una hora, pero que regala al visitante una de las vistas más privilegiadas que pueda ver: aguas cristalinas, arrecifes de coral donde el buceo y el snorkel son sobrecogedores, y una gastronomía marinera que es parte de su historia más arraigada.
Tabarca ha sido muchas cosas, y todas ellas han dejado su huella en cada rincón de la isla. Los griegos la llamaban Planesia, e innumerables barcos helenos se hundieron en su costa intentando alcanzarla. Tiene Tabarca fama de isla peligrosa, llena de calas que se tragan a la mar y a los hombres. Los piratas barberiscos de Argel la utilizaron como refugio en sus ataques contra la región en el siglo XV. Paseando por sus calles no es difícil imaginar sus barcos atracando en la playa y preguntarse qué historias, qué caras y qué vidas ha conocido este pequeño rincón del mundo.
Fue en 1768, reinando Carlos III, cuando se asentó la primera comunidad estable en la isla, que le daría su nombre actual y esa personalidad única que no deja indiferente. Un total de 69 familias genovesas de origen ligur fueron rescatadas de la esclavitud en la isla turca de Tabarka, y trasladados al pequeño archipiélago alicantino para habitarlo y convertirlo en lo que hoy conocemos. Muchos lugareños aún conservan los apellidos originarios de Génova que les dieron sus ancestros, como si el tiempo se hubiera detenido aquí mientras el mundo seguía girando. Seis barcos fueron puestos a disposición de los nuevos habitantes de la isla para que hicieran de la pesca su seña de identidad. Hoy en día pueden verse en su puerto muchos más, pero el espíritu marinero de la pesca tradicional aún perdura.
Apenas sesenta personas permanecen hoy en Tabarca, como aquellos sesenta primeros que desembarcaron huyendo del cautiverio. La isla renace cada verano gracias al turismo, que hasta hace poco era únicamente local. Pero Tabarca quiere abrirse al mundo, y cada vez un mayor número de turistas nacionales y extranjeros apuntan en su agenda de viaje una visita obligada a este rincón de ensueño. Partiendo en barco desde Alicante o Santa Pola, el paso por el archipiélago no lleva más de un dia. Tabarca no retiene a nadie, pero algo del corazón se queda varado en la arena cuando la dejas.
Las murallas que rodean la antigua ciudad fueron declaradas Conjunto Histórico Artístico y Bien de Interés Cultural, y sus aguas albergan una reserva marina natural protegida con mimo por los tabarquinos. Sus calles planas, las antiguas casas de pescadores, la Torre de San José el faro que mira al mar imponente… Un viaje en el tiempo que te sorprende de principio a fin.
Hay muchas más historias escondidas entre las rocas de Tabarca, como la del monstruo marino que habita en una de sus calas y aguarda a las almas que le trae la marea. Pero esas leyendas hay que descubrirlas por uno mismo en este trozo de tierra mediterránea, sin mapa y con la única guía del cielo y el mar.