Gracias al Dr. Roberto Savio conocí la Lección Jubilar pronunciada el 24 de abril de 2018 por el Dr. Juan José Tamayo en la Universidad Carlos III de Madrid, en la que expuso su enfoque en relación a las interrogantes: ¿Ha Muerto la Utopía? ¿Triunfan las Distopías?.
Como es ampliamente conocido, entre las categorías - en que pueden ser clasificados y diferenciados los Humanos – está la distinción entre «Optimistas» y «Pesimistas».
En los inicios de su Lección, el Dr. Tamayo parte recordando a un pesimista hebreo: Qohélet, de entre los siglos IV y III A.C., quien, según el conferencista:
«transmite una filosofía pesimista de la existencia, subraya la negatividad de la historia, rechaza el presente y llama la atención sobre la vacuidad del bienestar... Es escéptico ante las posibilidades de cambio de mejores condiciones de vida».
La turbulenta realidad mundial contemporánea, con atrocidades como las que ocurrieron en la Guerra de Yugoeslavia, cuando parecía que ya Europa había superado para siempre las nefastas experiencias de las dos Guerras Mundiales; los más recientes actos de salvajismo y terrorismo perpetrados por el ISIS o Daesch; los bestiales asesinatos cometidos por los narcos y el crimen organizado; la situación que vive Venezuela, los abismantes tiroteos que, lamentablemente afectan a Estados Unidos; la Guerra Civil de Siria; el drama de las Migraciones; las tensiones Israel-Palestina, USA-Irán, USA-Corea del Norte, son todos hechos que abonarían la óptica de los Pesimistas.
Esta óptica se reforzaría si tenemos presente las críticas que, en muchas partes se hacen a los jóvenes de hoy y recordamos lo que decía en Grecia – hace 2.500 años atrás – Sócrates sobre la juventud de su época:
«La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros».
(Pedro José Sarasqueta: «Sócrates y la Juventud de Hoy». “La Prensa”, de Panamá, 29 oct 2007).
Lo precitado daría pie a los Pesimistas para sostener que poco o nada ha evolucionado la Humanidad en cuanto a lo que – se supone – corresponde a su naturaleza intrínseca de tal.
Sin embargo, aun cuando es cierto que efectivamente en los diversos países hay bastantes jóvenes a los cuales les calzaría perfectamente bien la crítica de Sócrates, no es menos cierto que son muchos más los que se esfuerzan, valoran a su mayores, son creativos y emprendedores y hacen significativos aportes al desarrollo científico y tecnológico, y se comprometen en causas nobles. Evidentemente si así no fuera estaríamos ante un gravísimo peligro para el futuro de la Humanidad.
No pretendo tratar este tema en la forma muy exhaustiva, rigurosa, sistemática y metodológica que lo hace el Dr. Tamayo, ni tampoco adscribirme a la perspectiva de los Optimistas para deducir si es posible la concreción de la Utopía de que los Humanos evolucionemos hasta alcanzar una realidad libre del crimen, la mentira, el engaño, la hipocresía, la tentación de explotar, someter, o instrumentalizar al Otro. Una realidad, en suma, donde se valore y respete plenamente la Dignidad de cada persona.
Me limitaré, simplemente, a revisar algunos hechos registrados en el decurso de la Historia que – a mi juicio – van marcando hitos de que la Humanidad ha avanzado por el cauce de una positiva evolución.
Dejando de lado lo que creemos saber de los tiempos más primitivos identificados como «La Edad de las Cavernas», veamos algunos hechos:
En épocas remotas, pero cuando ya se registra la aparición de algunas civilizaciones, hay evidencias que varias de ellas, bajo el influjo de creencias supersticiosas, practicaban sacrificios humanos.
Hasta más o menos el Siglo XIII en Europa, Asia, y América, las diversas unidades geopolíticas o tribus entonces existentes eran asoladas por enfrentamientos bélicos ante agresiones de otras, o se desangraban en guerras intestinas; con el agravante de que no sólo los combatientes no podían – en general -esperar piedad de los vencedores, sino que también los no combatientes de los vencidos eran masacrados.
Posteriormente, y hasta la Segunda Guerra Mundial, esta recurrencia de conflictos bélicos continúa con relativa similar frecuencia.
No obstante, y pese a los horrores que se perpetraron en las dos Guerras Mundiales, se puede afirmar– en términos gruesos – que hay un avance en humanidad, en cuanto a que los combatientes vencidos no son ejecutados, sino hechos prisioneros y ya no se aniquila a las poblaciones civiles.
Este avance conceptualmente se fortalece cuando, el 17 de Julio de 1998, 160 países deciden constituir la Corte Penal Internacional permanente para juzgar a los individuos responsables de los más graves delitos que afectan al mundo entero, tales como genocidio, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad y promulgan el Estatuto de Roma de dicha Corte.
Lo señalado reforzó los acuerdos previos que permitieron primero, en 1921, establecer la Corte Permanente de Justicia Internacional; y, luego, como continuadora de ésta – en 1945 – la Corte Internacional de Justicia de La Haya, con el objetivo de disponer un instrumento para dirimir pacíficamente los conflictos entre Naciones.
Sin perjuicio de erupciones que dan la impresión de romper la tendencia a converger en el forjamiento de un mundo mejor, como las Guerras de Yugoeslavia, Irak, Libia, la actual Guerra Civil Siria, y el Terrorismo, Europa y Asia - luego de la finalización de la Segunda Guerra Mundial y tal vez por el aprendizaje que significaron las duras experiencia vividas – entran en una etapa de convivencia internacional bastante pacífica.
Incluso, en las actuales tensiones que involucran a Estados Unidos, Rusia, China, Corea del Norte, Irán e Israel, se percibe – más allá de la superficie de las palabras altisonantes y los «Paseos de la Bandera» - una voluntad última de encontrar fórmulas para impedir que las situaciones tensionales se salgan de control.
En América Latina, si bien desde la Independencia sus diversos países no han tenido la frecuencia de guerras internacionales como Europa y Asia, sí han sufrido el flagelo de dictaduras cavernarias, guerras civiles, y el surgimiento de movimientos nefastos como, por ejemplo, Sendero Luminoso en Perú.
Sin embargo, ya desde fines del siglo recién pasado se han afianzado los regímenes democráticos; y dictaduras como las de Cuba, Venezuela, o Gobiernos abusivos como el de Nicaragua, son repudiadas por la mayoría de los líderes políticos del Continente, salvo por aquéllos que tienen visiones muy obcecadas.
En otro plano, hay otros hechos que es plausible recordar en esta revisión de la trayectoria de la Humanidad en orden a deducir si hemos avanzado o no en nuestra evolución:
Hasta fines del siglo XIX, una institución execrable como lo era la esclavitud, no sólo era aceptada, sino que se la consideraba legítima.
Unos sesenta años atrás, se tenía por legítima otra institución bárbara: el batirse a duelo. Incluso en Chile estuvieron a punto de hacerlo quienes eran en ese entonces senadores: Salvador Allende y Raúl Rettig.
Alrededor de mediados del siglo XVIII comienzan a eliminarse – al menos en Europa - instituciones y regulaciones que constreñían o impedían la libertad para emprender, crear, investigar, innovar.
A los anteriores se agregan los muy relevante avances que constituyen la proclamación de los Derechos Humanos; y, en gran número de países, el reconocimiento de la igualdad de derechos y de oportunidades de mujeres y hombres.
De lo precedentemente expuesto es plausible inferir que la Utopía no ha muerto, sino que la Humanidad avanza hacia su concreción en las ideas plasmadas por el Humanismo Cristiano, el Humanismo Laico y las que inspiraron el sueño de las Trece Colonias.
Naturalmente que tal avance no es como el de una marea incontenible cuya frente de olas se adelanta parejo en dirección a la costa de destino. Es, en cambio, como una marejada con flujos y reflujos, en que algunas olas mantienen su curso y otras retroceden y, hasta, se desvanecen antes de llegar a la playa.
Las que están muertas – y felizmente muertas - son las «Vías Utópicas»; es decir, las pretensiones de algunos de forjar el «Hombre Nuevo» o instaurar el dominio de la «Raza Superior», mediante la coacción de fuerzas totalitarias, como lo fueron las experiencias – entre otras – de Stalin, Hitler, Pol-Pot, o la «Revolución Cultural» de Mao.
Hay que proceder a partir del realismo expresado en las frases de Goethe: «Dos almas anidan en el pecho del Hombre»; y de Blaise Pascal: «El hombre no es ni ángel ni bestia, y la desgracia quiere que, quien quiere hacer el ángel, haga la bestia», que inspiraron a los teóricos de una relevante corriente de pensamiento económico como lo es la Economía Social de Mercado.
En síntesis, para llegar a la concreción de la Utopía hay que confiar en que las personas, gozando plenamente del respeto a su dignidad intrínseca y actuando libremente en el ejercicio de la misma vayan, por propio convencimiento asimilando las prácticas y costumbres de las comunidades que han alcanzado mayor grado de evolución en su naturaleza propiamente humana.
Esto se puede ver favorecido por el formidable desarrollo científico y tecnológico que ostenta hoy la Humanidad, ya que éste, bien aprovechado, facilitará la derrota de la pobreza y el hambre.