No era diablo —replicó la sobrina—, sino un encantador que vino sobre una nube una noche, después del día que vuestra merced de aquí se partió, y, apeándose de una sierpe en que venía montado, entró en el aposento, y no sé lo que se hizo dentro, que a cabo de poca pieza salió volando por el tejado y dejó la casa llena de humo; y cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no vimos libro ni aposento alguno: sólo se nos acuerda muy bien a mí y al ama que al tiempo del partirse aquel mal viejo dijo en altas voces que por enemistad secreta que tenía al dueño de aquellos libros y aposento dejaba hecho el daño en aquella casa que después se vería. Dijo también que se llamaba «el sabio Muñatón». «Frestón» diría —dijo don Quijote.
(Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha Cap. VII)
En su exposición Dibujo e instalación , que presenta en la galería Xippas de Montevideo, Ricardo Lanzarini une las dos expresiones creativas que han sido centrales en su obra durante sus 25 años de carrera. La instalación como lenguaje de acción política, directo, impactante; y el dibujo como expresión sin filtrar de la realidad cotidiana que permea desde el exterior hacia el interior del artista.
La magistral obra de dibujo de Lanzarini ha transcurrido por tres etapas. La primera, anterior al año 2000, en la que nos encontrábamos con personajes evocativos relacionados con un purismo ideológico que dejaban entrever cierto cinismo;
la segunda etapa, hasta el año 2010, con personajes que deambulan en un universo inocuo, sin motivación ni destino; y una etapa posterior en la que el artista, ya sea en los dibujos a pequeña escala en los que trabaja profundamente hasta el menor detalle, como en el dibujo de línea pura o el dibujo mural, expande su energía desbordante. Esos personajes que inmediatamente reconocemos son figuras políticas, poderosas, que impúdicamente se exhiben ante nosotros, disfrutando de esta exposición exacerbada. Y sin embargo, no podemos negar que lo hacen con mucha gracia y sensualidad.
La instalación que presenta en esta ocasión recupera objetos de En el baile , exposición de 1994, y los instala en relación con una escultura de la serie «Artefactos», en la que ha trabajado en los últimos años. Los «Artefactos» son objetos metálicos realizados con partes de bicicleta con los que el público puede generar luz. Al invitar al espectador a iluminar por sí mismo la obra, el artista lo invita a mirar el arte desde su propio punto de vista, desde su experiencia y su memoria. En cierta forma lo despoja del contenido que le había dado, para que el espectador pueda apropiarse de él.
Los «Artefactos» intervienen y revitalizan los antiguos muebles familiares transformados, de aquella instalación realizada en 1994; por alguna razón atraen hacia el presente a esos muebles que encierran un misterio al cual no podremos acceder.