En un artículo publicado en 1906, Torres García estableció un principio que regirá su obra a través de las diversas búsquedas y experiencias de los siguientes cuarenta años. Ese principio afirma que la pintura no debe imitar la realidad y que aunque deba inspirarse en la naturaleza debe ir más allá de la visión inmediata de la misma y permitirnos el acceso a un nivel más profundo que la mera representación de lo percibido. Asimismo sostuvo, en ese momento, que el arte de cada pueblo tiene que estar acorde con su tierra y su tradición.
Su producción de la década que va de 1906 a 1915, realizada en Barcelona, encarna esa concepción en una pintura que muestra explícitamente reminiscencias del arte clásico pero con una simplicidad que no busca exhibir la destreza del dibujo académico ni el embellecimiento idealizado de los cuerpos, y emplea un color mitigado que lo aleja de la tradición pictórica dominante desde el Renacimiento. Por otra parte ese lenguaje artístico condice con su intención de hacer un arte propio de los pueblos del Mediterráneo que continúe su tradición, en consonancia con la concepción catalanista del “noucentisme” (novecentismo), movimiento que promovió el desarrollo de una cultura propia de la región.
A partir de 1916 la pintura de Torres García se orienta en una dirección radicalmente diferente, mirando hacia la realidad inmediata, en particular la ciudad moderna. Sin embargo, Torres García siempre consideró que en su Arte Mediterráneo tal vez esté lo más hermoso que pintaron sus pinceles, y lo revisitará más de una vez a lo largo de su vida. Es así que en Montevideo hay un notable fresco, Maternidad pintado en el Sanatorio 3 del Sindicato Médico Uruguayo en 1944.