Expedición Muchimuk Chimantá 2009 Esta fue una expedición que hice con mi papá y un equipo de especialistas a una enorme cueva que él descubrió junto a un grupo de expedicionarios y amigos.
Queda en la cima del tepuy Chimantá, una de las cuevas de cuarcita mas grandes del mundo. Se encuentra a una altura de 2.200 metros sobre el nivel de mar, y la temperatura promedio es de 13 grados centígrados. Es la quinta expedición realizada desde su descubrimiento, por lo tanto todavía quedan muchas cosas por descubrir.
La historia del Muchimuk
Una leyenda de los indígenas Pemon:
«Hace mucho tiempo existía un ave gigante llamada Muchimuk que se llevaba a la gente de la aldea. Un día un brujo muy poderoso o Piasan, al ver que esta ave estaba asesinando a su gente, decidió ir a matarla.
El brujo prendió su tabaco, y cuando se durmió, soñó y pudo ver cómo era el Muchimuk y el sitio donde vivía. Decidió disfrazarse con la piel de un oso hormiguero relleno de algodón para que, cuando el ave lo atrapara, no le hiciera daño.
El Piasan esperó dentro de su disfraz hasta que el Muchimuk lo vio y lo atrapó creyendo que era un oso hormiguero. Volaron por el Acopán y otros tepuyes pero cada vez que el ave trataba de pararse para comer y descansar el Piasan lo empujaba con el hacha.
El Muchimuk voló por horas a través de los tepuyes sin poder descansar hasta que llegó a su nido, pero ya estaba agotado. Fue entonces cuando el Piasan aprovechó y le pegó con el hacha matándolo.
Fue gracias a esta leyenda Pemón que se decidió llamar a esta exploración Expedición Muchimuk, porque en esos tepuyes es donde se cree que el ave tenía su nido.
Miércoles 14
Despegamos a primeras horas de la mañana con destino Ciudad Bolívar para colocar combustible y luego de dos horas de vuelo aproximadamente llegamos.
Hacía un calor impresionante, casi sentía que mis botas se iban a derretir. La ropa pesaba y nos sentíamos como en un horno gigante. Poco a poco las gotas de sudor iban apareciendo mientras caminábamos hacia el comedor del aeropuerto que se veía a lo lejos, un poco borroso por el calor que ascendía desde la pista de aterrizaje.
Decidimos ingresar al área del comedor, ignorando las miradas poco discretas que despertaba nuestro atuendo de expedición. Consistía en camisas y pantalones de secado rápido, botas de caucho, grandes mochilas de viaje y sombreros. Ahí almorzamos mientras se llenaba el tanque de la avioneta y la comida estaba muy buena pero debíamos seguir nuestra ruta, así que al terminar de comer nos dirigimos hacia la avioneta, pero los cuerpos de seguridad nos abordaron y nos hicieron pasar por el detector de metales, cuando claramente llevábamos nuestras navajas y cuchillos a plena vista.
Hubo un momento de tensión y el piloto de la avioneta privada tuvo que intervenir para que nos dejaran continuar.
Logramos salir de ahí y nos dirigimos hacia la aeronave de nuevo por la pista ardiente. Despegamos casi huyendo del calor y ya ascendiendo la avioneta se movía por las corrientes de aire caliente de arriba hacia abajo. Sentías un vacío, al segundo te hundías en el asiento, trataba de disimular mis manos sudorosas y el miedo que me dan estas situaciones.
Fueron 4 horas de viaje aproximadamente desde Caracas hasta Yunek.
Este es un pueblo Indígena de la tribu Pemón que se encuentra en la base del Acopán Tepuy. Pero antes de aterrizar decidimos sobrevolar un poco el Chimantá y ver la cueva desde el aire.
Dimos un par de vueltas sobre el área en la que se encontraba la cueva y, señalando hacia un pequeño derrumbe, mi papá nos indicó su ubicación.
Salimos de la cima del tepuy nos dirigimos hacia el pueblo de Yunek, cuya pista es de tierra y está un poco inclinada, dimos algunas vueltas para ver de dónde venía el viento y cómo íbamos a aterrizar, ya que la avioneta estaba un poco pesada y podíamos llegar al final de la pequeña pista, chocando contra las churhuatas del pueblo.
Sin saberlo, años después de este viaje, un gran amigo que acompañó a mi papá como piloto en muchas expediciones y que ayudó mucho a los grupos indígenas con medicamentos y recursos, lamentablemente se estrelló en esta pista, perdiendo la vida.
En esta ocasión todo salió muy bien. Aterrizamos sin inconvenientes pero me costó bastante dar los primeros pasos fuera de la avioneta, ya que estaba en la parte de atrás de la misma con todo el equipaje encima sin poder moverme.
Nos dirigimos a nuestras «habitaciones» que en realidad eran los salones de la escuelita del pueblo. Luego de instalar nuestras hamacas, mi papá y yo decidimos ir a bañarnos en el río ya que hacía mucho calor. El río estaba frío, de color té oscuro. Había un halcón parado cerca. La espuma del shampoo atraía a los pececitos que se nos acercaban y quería jugar un poco más, pero debíamos continuar con los preparativos de la expedición.
Poco a poco fue cayendo la noche. La oscuridad nos obligaba a usar nuestras linternas y distribuimos las porciones de comida de cada uno (incluyendo una porción queso parmesano).
Las luciérnagas hacían que la tierra se llenara de estrellas y se confundiera con el cielo. Habían centenares de ellas.
Comimos sin prisa mientras conversábamos sobre los detalles del viaje que venía a continuación. Yo estaba muy emocionada, pero ya era hora de dormir.
Papá estaba muy incómodo y se movía a cada rato porque se confundió y se llevó una hamaca muy pequeña de la cual se caía.
Nos despertamos temprano y nos apresuramos a guardar todas nuestras cosas ya que en cualquier momento aparecería el helicóptero que nos llevaría a la cima del tepuy.
Papá hacía fotos del Acopan iluminado por el amanecer mientras hablaba conmigo, pero nuestra conversación fue interrumpida por aquel sonido característico de las aspas rompiendo el viento.
Corrimos a distribuir los vuelos que se iban a hacer porque no cabíamos todos en uno solo, mientras el helicóptero apenas nos dejaba oír porque hacía mucho ruido y levantaba arena, de la cual tratábamos de protegernos.
Papá se fue en un primer viaje con el líder Pemón para que viera el tepuy, luego de haber hablado con él la noche anterior sobre la historia del Muchimuk.
Fueron 4 viajes en total que hizo el helicóptero para llevarnos a todos y a nuestras pertenencias. Yo me fui en el tercero.
Despegamos.
El poblado se fue haciendo cada vez mas chiquito hasta que lo perdimos de vista. Por mi ventanilla (yo estaba sentada mirando hacia atrás) podía ver cómo la sabana se convirtió en una selva muy tupida. Mientras ascendíamos, la vegetación fue cambiando, empecé a ver algunas plantas características de la cima de los tepuyes y supe que estábamos muy cerca.
No estaba equivocada. Repentinamente la cima del tepuy se abrió bajo nuestros pies. Esa superficie llena de grietas profundas, grandes rocas y paredes verticales tan característica del Chimantá.
Sobrevolamos este paisaje extraño, con plantas diferentes a las que podemos ver en cualquier otro lugar del mundo, con paredes imposibles.
Pasábamos rápidamente sobre el terreno irregular cuando una grieta, de las cientas que sobrevolamos, llamó nuestra atención.
Sí, ya lo habíamos visto. Era la cueva que llevaba el nombre de mi papá. La cueva Charles Brewer.
Nos aproximamos al techo de la cueva donde todos los demás nos estaban esperando con su equipaje. Nos bajamos del helicóptero un poco agachados, con los ojos entreabiertos para que no nos entrara arena y éste empezó a despegar.
Caminamos, aún aturdidos por el ruido, hacia nuestros compañeros mientras el helicóptero brillaba entre las grandes rocas alejándose y dejándonos escuchar lo que el tepuy nos iba a decir.
Pero no se oía nada. De vez en cuando un vencejo (pájaro parecido a una golondrina pero mas grande) pasaba a toda velocidad cortando el viento, pero todo estaba en silencio.
Hacía un poco de frío aunque el cielo estaba muy despejado. Me quedé admirando los derrumbes y las rocas, consciente de que este sitio casi no ha sido explorado, que esconde muchos misterios, cosas nuevas para el mundo que la humanidad ignora.
Caminé entonces en busca de animalitos o de alguna señal de vida en este paraíso casi inexplorado. Pude reconocer algunas plantas carnívoras y revisando entre ellas vi que algo saltó entre mis botas. Traté de afinar la vista pero no veía nada, hasta que se movió de nuevo: ¡era una rana! ¡Quizás una especie nueva para el mundo!
Era la primera vez que esa criatura veía a un ser humano. Llamé a mi papá ilusionada con que esa pudiera ser una nueva especie que lo impresionara (lo cual es muy difícil porque lo ha visto casi todo).
Mientras se acercaba sentía mucha emoción, se la mostré con un poco de misterio y con una sonrisa me dijo: «Ah es una Stefania ginesi, pero sería mas emocionante si la encontraras con los huevos encima».
Un poco desilusionada solté a Stefania y seguí buscando. Revisaba con cuidado debajo de cada roca, dentro de cada planta y en una de ellas habían dos ojos grandes mirándome. Me acerqué para distinguir que era otra rana. Pero ésta era diferente. Era mas grande y aplanada que la anterior así que empecé a separar con cuidado las hojas de la planta que parecía una bromelia para poder observarla mejor y tomarle una fotografía, pero no. Ella se negaba a salir. Yo veía con cuidado dentro de la Brocchinia pero la rana se escondía más y más, hasta que en un segundo la rana saltó hacia mí.
Con movimientos delicados miré alrededor pero no estaba en el piso. Probablemente me había saltado encima. Con mucho cuidado me quité el bolso de la cámara, me quité la mochila, el abrigo, revisé mis pantalones, ¡pero nada! Desapareció.
Busqué en los alrededores un largo rato pero no la pude encontrar. Probablemente era una nueva especie para la ciencia.
Ya nadie lo sabrá pero aún no pierdo las esperanzas de conseguir algo nuevo para el mundo (y para mi papá).
Mientras yo seguía buscando animales que podrían resultar nuevos para la ciencia, el equipo estaba instalando el sistema de descenso en rapel. Un sistema de cuerdas para poder acceder a la boca de la cueva que tenía un recorrido de 80 metros por el cual debíamos descender para llegar a la entrada de la enorme cueva.
Me llamaron para colocarme el arnés mientras aún no me percataba de la altura de la roca sobre la cual estaba parada. Hasta que, después de algunos movimientos para asegurarme a las cuerdas, vi hacia abajo. Y así empezaba esta expedición.