La ley de conservación de la energía, conocida como la primera ley de la termodinámica, establece que el cambio en la energía interna de un sistema es igual a la suma de calor agregada al sistema y al trabajo que este recibe. Para simplificar, la energía no se crea ni se destruye. Sólo se transforma.
Con la apropiación de objetos cotidianos desechados que aparentan haber concluido su valor utilitario, las obras de Gabriel de la Mora pueden considerarse algo parecido a “ready-mades asistidos”. La metamorfosis producida durante los procesos de re-contextualización (en los que fragmentos de cascarón de huevo o papeles Neon se vuelven obras de arte), atestigua el poder del artista como un agente de transformación. De la Mora encuentra inspiración en la primera ley de la termodinámica, y en la acción de equiparar la energía termodinámica con la energía metafísica contenida en los materiales y en el aura del objeto arte. Más que un agente de creación o destrucción, De la Mora es un artista de la transmutación.
De la Mora desafía tanto las convenciones que establecen lo que un artista es o hace, como la categorización tradicional de las propias artes visuales. Al no ser exactamente escultura ni dibujo o pintura, texto o monocromo, efímero o permanente, sus obras caben de algún modo en todas las manifestaciones anteriores y en ninguna. En resistencia a la taxonomía, ellas mismas se colocan entre el formalismo y el conceptualismo.
El tiempo y el proceso, o el tiempo-como-proceso, es crucial en la metamorfosis de los materiales en el trabajo de Gabriel de la Mora. Su estética formalista estricta niega cualquier distracción lírica para mantener el enfoque en el pasmoso consumo y control del tiempo, inherente a su producción. Son procesos casi meditativos, como se ve en los cientos de miles de fragmentos de cascarón de huevo contados y colocados individualmente desde hace cinco años en la serie CaCO3, o en las obras de la serie Plafones, que dependen del paso de más de cien años para que los materiales se impregnen de polvo, calor y humedad –registrando el tiempo como información–. La serie Papeles quemados requirió una década de miles de hojas de papel quemadas bajo el impulso del azar, y concluyó sólo cuando la página combustionada número cuarenta y tres, se petrificó de manera fortuita en un carbón rígido –y no en flamas incineradoras–, justo representando el número total de páginas de la tesis de maestría del artista. El tiempo invertido en el proceso, la ventura y el fracaso de cada intento, son en sí mismos la obra de arte. El empeño y la dedicación de tallar letras con vidrio volcánico en la serie Obsidiana, representan el resultado de las obras como las letras en sí, con sus perfectos acabados.
Sus obras adquieren margen para continuar su evolución cuando el artista las expone al azar y subraya la información registrada en los materiales por el paso del tiempo. Es útil regresar aquí a la termodinámica, que define a la entropía como la energía no disponible de un sistema cerrado, y también considerada como instrumento de medición del caos en un sistema; o al proceso general de degradación de energía y materia, que tiende hacia la uniformidad en el universo.
El momento en el que estas obras son experimentadas puede considerarse como el punto en que la vida continua del espectador interseca con la vida continua del material de la obra. En este encuentro, la información registrada en cada objeto como parte de la degradación del material colisiona con la experiencia y la subjetividad encarnadas en el espectador, en una suerte de expansión de un conjunto de información sobre otro. Con el replanteamiento de materiales descartados, De la Mora genera conciencia sobre los efectos relativos del tiempo en humanos y en objetos. Al destacar la transformación entrópica en cada serie, sugiere la concepción del tiempo como registro de información y como espacio navegable en infinitas direcciones.