En 1999 Joan Vila Grau recibió el encargo de proyectar unas vidrieras para el templo de la Sagrada Familia. El caso es que, él mismo pintor, además de ser uno de los más notables estudiosos de la historia del vitral, tenía una larga experiencia en la práctica de este procedimiento como creador. Después de 18 años, consagrado a esta tarea, Vila Grau ha concluido las vidrieras del crucero y el ábside y la nave.
En diferentes entrevistas, el mismo artista ha explicado cómo ha encarado este trabajo. Entre otros, hay un aspecto muy importante que quisiéramos subrayar. Su intención era crear una atmósfera de espiritualidad. Vila Grau explica que este estado se da en lugares muy singulares y en ciertas circunstancias. “Recuerdo la impresión que tuve al entrar en la Mezquita de Córdoba, percibes que aquello es un espacio fuera de lo normal, un espacio no histórico, místico, impresionante”. Esta dimensión espiritual se asocia, pues, a un espacio fuera de toda contingencia, al margen del tiempo, en otra dimensión, como suspendido y ingrávido en el infinito … Más aún, no es algo racional que se pueda explicar, sino de un estado emotivo que se siente interiormente. No es necesario decir que la arquitectura de Gaudi por sí misma tiene esta calidad espiritual, pero el vitral contribuye en ello de una manera decisiva. Cuando durante la Segunda Guerra Mundial fueron a desmontar las vidrieras de la catedral de Chartres por motivos de conservación, la percepción de la iglesia se modificó completamente. Se tomó conciencia de que los cristales coloreados daban forma y vida al espacio. Vila Grau se vincula a una tradición medieval, la mística del vidrio, en el que la luz filtrada produce una atmósfera cargada de espiritualidad y simbolismo.
Las vidrieras de Vila Grau, sin embargo, son abstractas. Él mismo manifiesta que deja de lado los programas iconográficos tradicionales para adoptar un programa cromático, una sinfonía de color. Cabe decir que hay una tradición -Robert Rosenblum habla del romanticismo nórdico- que, a diferencia del mundo católico, optó por expresar contenidos trascendentes mediante imágenes inmateriales. La disolución de la forma, según Rosenblum, posibilita vehicular contenidos profundos: lo sublime, lo visionario, el misterio de la vida, lo sobrenatural… La ausencia de la representación no es una ausencia de contenido; al contrario, la abstracción es un lenguaje que evoca una experiencia trascendente e induce a un recogimiento, una especie de diálogo íntimo con el hecho sobrenatural. Kandinsky o Mondrian son lenguajes abstractos que depuran lo material para hacer florecer el mundo espiritual.
No está de más recordar a Rothko, el pintor de los planos de color, con las pinturas que construyeron una capilla interconfesional en Houston en 1971. En este caso, los cuadros sustituían las imágenes religiosas convencionales. Así se deduce de las mismas palabras de Rothko, que reclamaba una dimensión espiritual en su obra:
“No me interesan las relaciones de color o de forma o de cualquier otra cosa (…). Me interesa solamente expresar las emociones humanas fundamentales -tragedia, éxtasis, melancolía, y otros- y, el hecho de que muchas personas se ‘emocionen o lloren ante mis cuadros, prueba que puedo comunicar con estas emociones humanas básicas. Las personas que lloran ante mis pinturas están teniendo la misma experiencia religiosa que yo tuve cuando las pinté (…) ”
La abstracción -y, en concreto, el color- tiene una dimensión metafísica, es un lenguaje del espíritu. Pero también la luz, que es inmaterial, posee una calidad mística. Igualmente el vidrio, una materia muy particular, que tiene densidad y peso, pero es translúcido … Este es el universo de Vila Grau.
La exposición que presentamos tiene una especial singularidad: se trata de los trabajos preparatorios, las reflexiones, los ensayos, las pruebas de los vitrales de la Sagrada Familia. En definitiva, son los diseños o las “primeras luces” que posteriormente se traducirán en vidrio y plomo y se colocarán en el templo. Es, por tanto, una especie de privilegio poder contemplarlos: significa entrar en la intimidad de la creación, conocer el lado de las cosas que suele restar oculto, el cómo se ha hecho y el porqué de aquella maravilla de colores que inunda el templo.
Imaginemos a Gaudí solitario en la cripta oscura, como el fondo de una cueva, como un alquimista de la piedra tratando de sublimar la materia en espíritu. Así también Vila Grau. En su caso es la luz, la luz como una especie de aliento que da un alma a la materia. Nos interesa resaltar, en este sentido, cuál es el punto de partida de estos vitrales, los primeros bocetos: se trata de los estudios de color, trabajados con la acuarela. La acuarela -éstas finas capas de pintura diluida en agua que dejan entrever el blanco del papel- es el equivalente de la luz, de la vidriera. Los bocetos son como la estrella de la mañana que anuncia el nacimiento de un nuevo día, el mismo acto de la creación.
Los estudios preparatorios hacen pensar también en la vinculación entre los oficios de los joyeros, orfebres y vidrieros. Los vitrales son como piedras preciosas, minerales que contienen la luz. La luz como el espíritu que anima la materia inerte.