Los kurdos son un pueblo indoeuropeo aparentemente descendientes de los medos y asentados en el sur de Anatolia a partir del siglo X de nuestra era, quienes tuvieron la oportunidad según el Tratado de Sevres poder lograr independizarse como un Estado moderno. Finalmente, ante las revoluciones turcas (Acuerdo de Lausana) y además por la aparición de nuevos Estados, quedaría su territorio fragmentado en cuatro regiones: Iraq, Siria, Turquía e Irán.
El pasado 25 de setiembre, la región kurda iraquí realizó una consulta popular para promover una independencia de esa zona, lo que podría convertirse en el primer Estado soberano de ese pueblo. El Kurdistán iraquí cuenta con autonomía constitucional desde el año 2005, su capital es Erbil y desde hace muchos años han forjado el establecimiento de instituciones que les serían funcionales en caso que se diera la oportunidad de alcanzar una autodeterminación; algo que están cerca de alcanzar.
Junto al territorio de Rojava (Kurdistán Septentrional) en Siria, que se proclamó independiente del Gobierno central desde el 2012, aprovechando la guerra civil, estos movimientos políticos ponen a temblar la región por los fuertes cambios que puedan ocasionar a una zona cuya división política ya mantiene frágiles la mayor parte de las fronteras trazadas durante el siglo XX y que solo a través de la mano dura ha mantenido ciertos equilibrios gubernamentales.
Dicho referendo fue aceptado por casi el 93% de los 3,4 millones de votantes que estaban convocados (Espinosa, 2017), incluyendo de la región de Kirkuk, que actualmente se encuentra en disputa ante Irak y que concentra grandes yacimientos de petróleo: al menos 10.000 millones de barriles. (Global Security).
El camino siguiente al referendo es sin duda comenzar a negociar diplomáticamente primero con el Gobierno de Bagdad y posteriormente con otros países, tanto de la región como naciones hegemónicas que les pueda alivianar el camino hasta la soberanía plena. En la situación regional, sus primeros grandes escollos a resolver se encuentran tanto en el Gobierno de Turquía como de la República Islámica de Irán por razones distintas, pero alcances del problema sumamente complejos.
Turquía se opone a estos referendos de separación de las zonas kurdas, porque en su territorio tienen parte del Kurdistán histórico y además al menos 15 millones de sus ciudadanos pertenecen a este grupo, con quienes han tenido larga data de enfrentamientos ante intenciones independentistas y que durante muchos años los actos opresores de los Gobiernos turcos sobre los kurdos han sido apoyados por Gobiernos occidentales, por ser Turquía un Estado clave en el Medio Oriente.
Esa alianza de Occidente con Turquía se ha visto modificada en los últimos años desde que han pasado varias situaciones, pero estas en particular marcan una ruptura sin precedentes sobre el terreno actual:
El presidente Erdogan ha islamizado el país (ABC, 2016)
Ha chantajeado a Europa con el tema de los refugiados (El Mundo, 2016)
Se ha acercado al principal enemigo de Occidente en la zona: Rusia (INFOBAE, 2016)
Acusó a Occidente de apoyar un golpe de Estado en su contra (Agencia EFE, 2016)
Se ha aliado con Irán (y a Siria) por el tema del referendo en el Kurdistán iraquí (Hurtado, 2017)
Ante este panorama, la confianza que pueda existir con el Gobierno turco por parte de los países occidentales, en definitiva, pende de un hilo y al modificar su política exterior por una de beligerancia, se han enfriado un poco las relaciones, y las críticas se han podido ampliar.
Sin embargo, Turquía sigue siendo importante en las intenciones de modificar los equilibrios de la región, especialmente ante el crecimiento de la influencia rusa e iraní, estos últimos aprovechando la ruptura gubernamental en Irak, Siria y el Yemen para lograr ampliar sus zonas de prestigio.
Además, es evidente que para la propia Turquía, lograr influenciar en los territorios kurdos de Siria y principalmente Irak; apartados de sus respectivos gobiernos les puede llevar a controlar importantes recursos estratégicos presentes en esos lugares y promover millonarios negocios.
El dilema político – económico
En el Kurdistán iraquí hay más de 1.500 empresas turcas operando, lo que le brinda empleo a una importante suma de 30,000 trabajadores turcos. Además, esa región se ha transformado en el tercer mercado más apetecido por el gobierno turco donde exportan bienes servicios y tienen varios mercados acaparados, siendo además el 67% aproximadamente de las exportaciones enviadas a Irak, con un monto nada despreciable de más de $8.000 millones anuales (Fidan, 2016).
Basado en esa circunstancia política y económica, el Gobierno turco mueve su maquinaria buscando mayor presencia y poder sobre lo que ocurre. Por esto, a pesar de sus amenazas, sabe que su facilidad para acceder al petróleo exportado desde el Kurdistán, y aunque ha amenazado que lo hará solo a través del Gobierno central en Bagdad (HispanTV, 2017), es una forma de presionar políticamente para evitar una abrupta división de los territorios kurdos, sin embargo tienen claro que de ser un proceso irreversible la separación del gobierno en Erbil, el mejor camino es tener los más altos niveles de influencia posibles.
Por su parte, Irán invierte desde el año 2014 una cifra cercana a los $4.000 millones en la región kurda iraquí, la mitad de lo que invertía en esa región antes de ese año (Iddon, 2017). El cambio se dio por la fuerte influencia iraní en la política económica iraquí post Sadam Huseein lo que les ha llevado a cambiar el patrón de inversión aumentando el monto en el gobierno de Bagdad por al menos $9.000 y por supuesto, el cambio fue por el crecimiento de las inversiones turcas en la zona kurda.
A diferencia de la beligerancia acomodada de los turcos, los iraníes sí presionan para que no se rompa la unidad política en Irak, temen que una región kurda donde no haya control de las milicias favorables al régimen de los Ayatolas rompa con el proceso expansivo que la influencia persa ha logrado en los últimos años, principalmente el temor proviene de que el gobierno de Erbil es un aliado histórico del Estado de Israel, no solo en materia económica, sino otros vínculos que mantienen cercanos a los kurdos y los hebreos, al punto que estos últimos han sido enfáticos en su apoyo al gobierno de Barzani en el proceso del referendo independentista.
Los israelíes son de los principales importadores del petróleo proveniente de las regiones kurdas a través de Turquía y además tienen claro que la instauración de un bastión anti iraní en el terreno les podría ayudar a bajarle el proceso de expansión política – militar del régimen persa.
Por su parte, los iraquíes a pesar de su contra a la independencia de la región kurda, mucho no pueden hacer, su ejército en estos momentos no estaría capacitado para abrir un frente de batalla contra los kurdos, y por el contrario una acción militar podría de nuevo desestabilizar la zona, facilitando un empuje nuevamente de los grupos islamistas que han disminuido su influencia producto en buena parte por la lucha emprendida por el ejército kurdo.
El gobierno de Irak debe presionar de alguna manera para evitar una independencia plena de esa región, para no renunciar a sus recursos y obviamente mantenerlos políticamente dependiente del gobierno central de Bagdad, pero esto ya parece un proceso irreversible aunque no del corto plazo y lo que corresponde es procurar que el impacto no sea muy violento para los iraquíes y además buscar alternativas que atrasen el paso de la independencia de la zona kurda lo más que se pueda.
La comunidad internacional por su parte, se ha manifestado de diferentes modos con respecto al referendo kurdo, principalmente a favor de la unidad del pueblo iraquí, sin dejar de lado guiños importantes políticos, como por ejemplo que el gobierno de Washington haya sido el principal proveedor de armas a las milicias peshmergas, en detrimento de los intereses turcos en la zona.
Sin embargo, la reacción del presidente Donald Trump y su equipo de trabajo a nivel internacional es lento y están desperdiciando la oportunidad en la parte política de arreglar relativamente el entuerto que generaron al sacar a Sadam Huseein del poder en el año 2003, a través de un bastión desde el cual puedan tener controlados a líderes regionales; incluyendo su aliado resentido en Ankara, algunos de sus enemigos en la zona como Irán y Siria, y ni qué decir de uno de sus competidores, Rusia del cual se hablará más adelante.
Mientras que por su parte, como fue mencionado anteriormente, el Gobierno de Moscú ha ofrecido invertir fuertes sumas de dinero en ese territorio en caso de independizarse, a través de su empresa Gazprom (Sputnik, 2017) que podría ingresar en el cuantioso mercado del petróleo de esa zona que tendría capacidad de hasta 45.000 millones de barriles de crudo (Sputnik, 2017). Ha planteado también terciar en un acuerdo entre los gobiernos de Bagdad y Erbil, todo a favor de sus intereses. Si lograra entrar, lo haría en contra posición de los intereses iraníes, pero a favor de su propio bolsillo, y por supuesto de la ampliación de su influencia sobre Medio Oriente.
Para que el Kurdistán iraquí pueda obtener su independencia va a pasar algún tiempo, pero ya las fichas del ajedrez político y económico se están moviendo, algunas con más velocidad que otra y si se pensaba que los conflictos de Siria e Irak estaban por romper el orden establecido en las primeras décadas del siglo XX, con el surgimiento de un Estado Kurdo soberano y reconocido a nivel internacional se colocaría el último clavo a los acuerdos que compartimentaron el Medio Oriente, sin tomar en cuenta en sus divisiones las conformaciones político – sociales complejas con las cuales ellos estaban acostumbrados a administrar sus vidas.