Aunque el Museo del Prado ha participado de las exposiciones celebradas en Madrid con motivo del III centenario del nacimiento de Carlos III con el préstamo de un grupo numeroso de sus obras más significativas, también ha querido homenajear al monarca ilustrado, cuya figura fue esencial para las artes, desde el interior del edificio que él mismo ordenó construir.
Para ello se ha organizado una instalación sintética y relevante protagonizada por Carlos III, cazador de Francisco de Goya. Una obra que ha sido restaurada recientemente con el apoyo de la Fundación Iberdrola España y que se presenta por primera vez al público en todo su esplendor. Esta pintura no ha tenido la consideración y valoración de otras obras del artista, ya que fue considerada copia y obra menor desde su llegada al Museo en 1847, aunque sí se catalogó como de la mano del pintor desde 1900.
Sin embargo, la limpieza de sus barnices oxidados ha revelado una pintura en perfecto estado de conservación y de una calidad realmente excepcional. Su técnica evidencia un retrato pintado ante el modelo por la precisión, variedad y riqueza de las pinceladas, los matices de color y las exquisitas transparencias que transmiten poderosamente la personalidad del rey. Además, su procedencia directa de la colección real apoya que fuera éste uno de los primeros retratos del monarca pintados por Goya. Así, técnica y procedencia desvirtúan ahora la idea establecida desde antiguo y recogida hasta en la bibliografía más reciente de que Goya no lo hizo del natural y de que siguió el modelo acuñado por Antón Rafael Mengs en su excepcional retrato de hacia 1765, como podrá constatarse en esta muestra.
La figura del rey se une en esta instalación a varias medallas que revelan la elaboración de su efigie dinástica, desde el período italiano hasta el reinado español, y a un grupo de pinturas y estampas que le muestran desde el prometedor heredero que era ya desde su infancia hasta la creación del retrato oficial por Mengs o la interpretación final de Goya. Este último, con su visión del rey como cazador, hace entroncar al monarca con sus antecesores de la casa de Austria, especialmente con los retratos de Felipe IV, del infante don Fernando y del príncipe Baltasar Carlos como cazadores de Velázquez. Sin embargo, la transformación que Goya impone a la imagen regia es portentosa por su nuevo y penetrante naturalismo, por la cercanía al espectador/súbdito y por la inclusión de su figura en un paisaje áspero que no deja resquicio al convencionalismo del agradable bosque de verde vegetación y poblado de ciervos de retratos de artistas anteriores, incluido Mengs. En Goya, el amplio paisaje visto desde arriba, abrupto, seco, recorrido por un breve riachuelo en cascada y cerrado al fondo por altas montañas, abren el camino a una nueva interpretación de la realeza poco antes del estallido, en 1789, de la Revolución Francesa.