En esta ocasión empezaré el artículo como comienzan muchas películas de sobremesa: “Este artículo está basado en hechos reales…”, aunque en estas líneas la identidad del protagonista no se ha desdibujado para que sea anónimo, porque el personaje soy yo misma, y el lugar donde se desarrollan los acontecimientos no es una ciudad cualquiera, sino un pequeño pueblo del valle del río Salazar, en el Pirineo navarro.
Tras un año de duro trabajo, mi cabeza y mi cuerpo necesitaban un descanso, una pausa para respirar, para desintoxicarse de tanta responsabilidad, seriedad, compromisos… ¿Qué mejor que retirarme a una casa rural en un lugar perdido entre montañas?, pensé. Buscaría un lugar donde poder pasear. Dicho y hecho: el lugar elegido fue Ustés.
Comencé mis paseos por el valle con cierta ansia, como si tuviera que respirar todo el aire puro que fuera posible, como si hubiera de llegar hasta el final, como si tuviera que apurarme para ganar tiempo… Definitivamente, no era aquello lo que estaba buscando. Advertí que no estaba paseando, que estaba huyendo de mi vida, intentando no encontrarme conmigo misma, con mi soledad y con mis pensamientos. Mi cabeza estaba más preocupada por el camino que había recorrido que por la desconocida senda que se abría ante mí.
Sin embargo, esa inquietud fue dando paso, día tras día, a una amable placidez, a una sensación nueva de quietud, de ganas de disfrutar el camino y de mirar hacia adelante.
Tras varios paseos a primera hora de la mañana, con una sensación reconfortante de frío en mi piel, aprendí a disfrutar de este delicioso placer que me inundaba con intensos aromas a tierra mojada, madera… naturaleza pura.
El paseo te ayuda a despojarte de todo lo que en nuestra sociedad es tan importante, y solo necesitas el cielo sobre tu cabeza y el suelo bajo tus pies, nada más. Cuando comprendes que es tan escaso tu equipaje, comienzas a observar y a disfrutar tu cuerpo: escuchas tus pisadas; te detienes y respiras tan hondo como puedes sin que nadie te mire como si estuvieras loco; aprendes que caminar por el medio de la senda es un lujo. Descubres con sorpresa que tus brazos son expertos bailarines que danzan al ritmo de tus caderas y de tus pies. Dejas que los cálidos rayos de sol arrullen tu piel, y que el aire se cuele revoltoso en tus pulmones y sientes, solo entonces, que eres una mota de polvo en el universo… o que el universo está a tus pies. Tú decides.
Tras estas primeras jornadas de viaje por tu cuerpo, los paseos te descubren al fin su secreto: sin darte cuenta, casi sin advertirlo, te transportan a un lugar que tal vez visitas poco: tu interior.
Los largos paseos muestran que el camino no es una huida hacia adelante, sino el principio de un futuro, de una vida, de una idea o, tal vez, de un sentimiento. El punto de partida de algo que puede ser, de una esperanza que puede despertar, de una ilusión que tal vez se haga realidad. Quizá sean el comienzo de un nuevo camino en tu vida.
Y recuerda estas palabras antes de emprender tu próximo paseo: la soledad de tus pasos es un regalo, disfrútala.