Un macchiato freddo con latte scremata e in bicchiere, per cortesia. Siempre me ha sorprendido la enorme variedad que permite la preparación de un café y esta se manifiesta con todo su esplendor en cada bar en Italia. Uno puede pedir un café con leche o sin leche, con leche fría o caliente, leche con crema o sin crema, en taza fría, taza caliente o en vaso de vidrio. Además, el café puede ser ristretto o lungo, es decir con poca o mucha agua y, cuando se dice café, se piensa automáticamente en el expreso. El café puede ser también descafeinado y esto representa una variación adicional que ensancha el universo de posibles combinaciones.
Algo similar sucede en el caso de los helados, donde las opciones de gustos en algunos lugares superan el imaginable y, desde hace algunos años, se ofrecen helados veganos, sin leche y sin azúcar y/o helados sin leche o sin azúcar separadamente o sin gluten. A menudo me divierto, preguntando a las personas afuera de una heladería que gustos han elegido y por qué. Yo personalmente prefiero el helado de cacao puro y sin azúcar, que en algunos lugares lo preparan crudo y en otros con leche de arroz o de soja. También me agradan los helados de fruta sin azúcar, que son como un smoothie frío, cremoso y natural.
En lo que concierne el mercado, estamos dispuestos a aceptar una variación ilimitada en los gustos, pero esto no es el caso con las costumbres sociales o las preferencias sexuales. Hoy, mientras manejaba en Bélgica, escuchaba un programa en francés en la radio, que hablaba de las nuevas tendencias en las «relaciones de parejas» y el concepto que usaban era polyamour, es decir relaciones abiertas, donde está permitida la promiscuidad.
Por otro lado, los datos estadísticos muestran que la viva media de los matrimonios es siempre más breve, el porcentaje de divorcio siempre más alto y la causa de separación, en muchos casos, es la «traición y la incompatibilidad». El concepto de una persona para toda la vida es ya «un atavismo» y también el hecho que la persona tenga que ser, por definición, del sexo opuesto.
Pero esta variedad, diversidad de gustos y preferencias o promiscuidad, no es aceptada con la misma facilidad, con que aceptamos la variación en el café y en los helados. Y muchos insisten, negando la realidad, que el matrimonio tiene que ser entre dos personas de sexo opuesto y para toda la vida, es decir como un menú sin opciones, un no-menú en un mundo donde la elección y variedad es la regla.
Recuerdo que, cuando vivía en Dinamarca, la cantidad de productos lácteos era enorme y existían varios tipos de leche. Muchos daneses, después de una larga estadía en el extranjero, al llegar al aeropuerto en Copenhague, bebían un vaso de leche fresca porque no hay nada mejor que la leche danesa, decían ellos y yo los asegundaba. Los italianos hacen lo mismo con el café, pero por el momento no he conocido a ninguno que después de unos años o meses de relaciones promiscuas, insista en volver con el viejo amor «de siempre», como si fuese el único posible al mundo. Y esto lo digo siendo monógamo tolerante.
Dejémonos de hipocresías y aceptemos las cosas como son. Este es el aspecto simpático de la vida, ya que las cosas no son simples y, si lo son, varían tanto que son casi irreconocibles entre ellas. Al parecer, aceptar la diversidad tiene una serie de implicaciones que no hemos aceptado y una de estas es vivir y dejar vivir, ya que no existe una única receta para satisfacer a todos; y otra, muy sana, es no imponer nuestras limitaciones a otras personas, sólo porque son las nuestras.
Un ristretto in tazza fredda, per cortesia.