Menorca, la isla “menor” –“minor” que dirían los antiguos conquistadores romanos– del archipiélago balear, ha sido un punto geopolíticamente estratégico del Mediterráneo occidental a lo largo de la historia europea. De su relevancia dan fe los años, especialmente los del siglo XVIII, en que su territorio escenificó conquistas y reconquistas protagonizadas por destacados marinos ingleses y militares de rango franceses, y más de siete décadas de gobernación británica. El aparente retiro de la primera plana que vive en la actualidad lo refrenda su declaración por la UNESCO como Reserva de la Biosfera desde el año 1993. La apacible tranquilidad de su ambiente y medio ambiente, la exuberancia original y la diversidad mantenida de su naturaleza virginal (verbigracia el Parc Natural de S'Albufera des Grau), convierten sus apenas 200 km de litoral y 700 km2 de extensión en una especie de paraíso escondido en el que, además de los tesoros que constituyen sus playas, calas y caletas, existe un importante patrimonio turístico, por cultural y gastronómico, para descubrir y por disfrutar; un patrimonio único, por añadidura, bien dotado de infraestructuras y establecimientos de nivel.
La piedra y el tiempo
La piedra es elemento fundamental en la vida menorquina. La cultura de la piedra a través de sus afamados “talayots” –fundamentalmente atalayas defensivas de vigilancia y construcciones ceremoniales– surge hace más de tres mil años, durante la Edad del Hierro. Esta serie de torres y poblados (La Naveta Des Tudons, el edificio más antiguo de Europa; Torre d'en Galmés, el poblado prehistórico más relevante; Torralba d'en Salord, con la taula más importante; Talatí de Dalt; Poblado de Trepucó, la taula de mayor extensión…) y edificaciones sacramentales (Necrópolis de Cala Morell, con más de una decena de cuevas visitables) constituyen la Cultura Talayótica, una cuidada herencia de orígenes prehistóricos que establece el punto de partida de un recorrido por la semblanza biográfica de Menorca.
En este punto de pétreo ensimismamiento, dado que Menorca es una isla llena de grutas y acantilados, podemos citar como alternativa destacada la visita a la legendaria Cova d’en Xoroi, un extraordinario mirador natural en el sur de la Isla. Esta cueva, hoy día habilitada también como enclave lúdico, tanto diurno como nocturno, de la urbanización de Cala en Porter, resulta simplemente perfecta para tomar un aperitivo disfrutando de una panorámica espectacular, con sus terrazas a diferentes niveles, o para sumergirse en su ambiente Chill Out, barra down tempo music de alta coctelería y discoteca, conciertos en directo, DJ’s performances, festivals & parties…
Tras este singular receso, continuamos nuestra visita a Menorca inspirándonos en su historia. Las civilizaciones clásicas (fenicios, griegos, cartagineses, romanos) instauraron ya derechos de conquista y lazos comerciales, convirtiendo a Mahón un siglo antes de nuestra era en un importante punto estratégico de Occidente. La prosperidad de Jamma (Ciudadela) y Portus Magonis (Mahón), en definitiva de la isla de Menorca, efectúa así un recorrido paralelo e indisolublemente unido a las continuas conquistas, saqueos y colonizaciones de las que fue objeto. Bandidos arrianos del norte de África de la época paleocristiana, el Imperio Bizantino, la dominación árabe, la Reconquista y la Corona de Aragón, las sangrientas “razzias” moras, matanzas y asedios de piratas turcos en el XVI (como el saqueo de Mahón por parte del mismísimo Barbarroja y el latrocinio de Ciutadella por su coetáneo Piali) concluyen con la construcción de importantes elementos de arquitectura militar defensiva. Este aspecto determinará también en siglos sucesivos la fisonomía urbana de las ciudades más importantes de la isla. Su legado monumental es sencillamente espectacular. Así, por ejemplo, en Ciudadela, además de un paseo por Ciutadella Antiga o por el mercado municipal (siglo XIX) de la Plaça des Mercat, sin olvidar la Catedral gótica del siglo XIV, encontramos la Torre de San Nicolás (Castell de Sant Nicolau) o el Bastió de Sa Font (actual Museo Municipal del siglo XVII), a los que se unen posteriormente edificios de gran valor como el palacio restaurado Palau Can Saura y el Ajuntament (antiguo Palacio del Gobernador). El Fuerte de San Felipe en la entrada del Puerto de Mahón con sus impresionantes galerías subterráneas, que llegó a ser considerada la mayor fortaleza de Europa, o la Mola (Fortaleza de Isabel II) y su reconversión en afamada prisión militar, añaden valor histórico al paseo turístico por la capital menorquina. La excursión turística por Mahón, desde Port Mahón, base naval de la Armada Inglesa en el siglo XVIII, al puerto pesquero de Es Castell (fundado por los ingleses como Georgetown, donde hoy se degustan los mejores pescados frescos del Mediterráneo), el antiguo Hospital de la Illa del Rei, la Mansión colonial del Almirante Collingwood, la casa de Lady Hamilton o las mismísimas Destilerías Xoriguer (con su magnífica ginebra artesanal estilo London Gin), configuran un punto de encuentro ideal con el siguiente capítulo histórico.
El siglo XVIII es el de la conquista, posterior y puntual pérdida a manos de franceses y españoles y ulterior reconquista de la isla por el Imperio Británico. Es prácticamente un siglo de gobierno inglés –hasta la firma del Tratado de Amiens en 1802, cuando Menorca se devuelve definitivamente a España– y marca una influencia y pauta cultural, incluso gastronómica, definitiva. Un periodo de paz y buen gobierno, de inversión urbanística en infraestructuras, en el que el Puerto de Mahón volvió a adquirir relevancia comercial, además, o derivada, de su correspondiente importancia militar. Esta proyección de la cultura y personalidad británicas, de la impronta “georgian”, se extiende hasta nuestros días en la más positiva de sus versiones, como corresponde a todo tipo de mestizaje cultural constructivo. Pongamos como ejemplo, a nivel de restauración y hospedaje selecto, de esta simbiosis cultural hispano-británica e intersecular, al hotel rural y restaurante Son Granot, un establecimiento de atmósfera y ambientación colonial situado en la carretera al Fuerte de San Felipe, íntimo y romántico.
Geografía turística
Además de la piedra, el viento y el mar son los elementos que caracterizan desde tiempos memorablemente inmemoriales, que incluso se pierden en la historia, a esta isla tranquila en la que habitan poco más de 90.000 personas y que consiguió abstraerse de la urbanización masiva e irracional sufrida en las últimas décadas en nuestro país. Es una isla bañada, en todos los sentidos, por la calidez del Mare Nostrum. Es una tierra de pescadores y marinos, de comandantes, almirantes y campesinos. Menorca es una isla de gentes amables y de carácter rural, que mantiene también como patrimonio etnológico y etnográfico a la estirpe centenaria del campesino menorquín, el payés, y a todos los usos, labores, costumbres y trabajos campestres, agrarios, gastronómicos y pecuarios, con un paisaje arquitectónico singular protagonizado los “llocs”, la tradicional vivienda familiar de sus lugareños rurales.
Apenas 45 kilómetros (unos tres cuartos de hora por carretera) separan a los dos principales núcleos de población de Menorca: Ciudadela (Ciutadella, la antigua metrópolis) y Mahón (Maó, la actual capital). Pueden considerarse a su vez como puntos de referencia, que establecen una médula vital en torno a la que se vertebra, de noroeste a sureste, el resto de poblaciones y territorios turísticos; o como puntos de destino y partida, indistinta y respectivamente, recorriendo el litoral insular. Desde este eje, encontramos los ocho municipios que componen administrativamente la isla de Menorca, es decir: Maó o Mahón (más sus pedanías de Sant Climent y Llucmaçanes), Es Castell, Sant Lluís, Alaior, Es Migjorn Gran, Es Mercadal (más su anejo de Fornells), Ferreries y Ciutadella. En definitiva, ocho pequeñas circunscripciones, que, sin embargo, abarrotan un mapa colmado de pequeñas playas y calas paradisiacas, henchido de un paisaje y paisanaje natural y de interior absolutamente privilegiado. La relación, por cantidad y calidad, abruma. Los entendidos nos recomiendan las transparentes aguas azul turquesa de la inmaculada Cala Turqueta, la bermellona Cala Pregonda, la nudista y cristalina Cala Macarelleta, las arenas blancas de la Cala en Porter escoltada por acantilados y que ya habíamos citado para hablar de Cova d’en Xoroi, la secreta y recoleta cala de Es Talaier, La Vall, Cala Morell, Son Saura, Cala Blanca… Y además de estas, todas las que queramos y más; más familiares y concurridas, más pequeñas y ocultas, más o menos dotadas de servicios…
No sabemos por donde empezar. Así que, como en la escena de la novela Ilusiones de Richard Bach, ponemos la hormiguita encima del mapa a caminar y su libre albedrío nos ha llevado a Binibèquer Vell, la parte vieja de Binibeca, un entrañable, recreado y precioso pueblecito de pescadores con sus casitas blancas enmarcadas por puertas y ventanas azules del sureste menorquín, situado a escasos ocho kilómetros de Mahón. Es sólo un ejemplo al que se unen una interminable relación de núcleos naturales que encuentran su mayor virtud en su propia naturaleza virginal. Claro que si la hormiguita se hubiera encaminado a la costa norte, entonces seguro que habría recalado en el no menos entrañable pueblo, también de pescadores, de Fornells.
Lo mismo que existimos aquellos que disfrutamos sobremanera al encontrar paz y felicidad en un paraje apartado y natural, para aquellos que gustan de la comunión popular masiva en celebraciones festivas, hay que decir que Menorca comparte con sus islas hermanas del archipiélago balear ese gusto por la celebración bulliciosa en sus principales manifestaciones de cultura autóctona. Entre las fiestas de sus pueblos, fruto asimismo de la influencia del periodo de dominio moro, adquiere un protagonista singular la noble figura animal del caballo. Las Fiestas de San Juan en Ciudadela así lo demuestran; y las de Es Mercadal, Fornells, Alaior, Ferrerías, San Luis, Mahón… Son, sencillamente, espectaculares. Estos acontecimientos se celebran principalmente en los meses estivales, de junio a septiembre, pero aparte ya existe un completo circuito turístico para disfrutar durante todo el año de rutas y espectáculos ecuestres, así como de las famosas carreras de trotones los fines de semana en los hipódromos de Mahón y Ciudadela.
Siguiendo con cosas de animales y fiestas, la matanza del cerdo y elaboración de embutidos artesanales es otra de sus más ancestrales, además de sabrosas, celebraciones. Así, por ejemplo, alrededor del ámbito matanciero, en Menorca, además de contar con el nombre distintivo de 'porquetjades menorquines', se elabora también su embutido autóctono, carn-i-xulla. Es la excusa perfecta para hacer una parada gastronómica en el camino.