A William Shakespeare le hubiera encantado ser testigo del Brexit, pues su trama no careció de amistad y deslealtad, verdades y mentiras, decepción y traición. El primer ministro de Gran Bretaña, David Cameron, inventa un referendum como artimaña para lograr más poder de la Unión Europea (UE) y unificar al Partido Conservador, pero termina fuera del bloque y frente a la posible secesión de Escocia y con problemas con Irlanda del Norte.
Su amigo Boris Johnson, devenido euroescéptico para convertirse en primer ministro, lo traiciona, pero este tampoco compite por el cargo porque, a su vez, lo traiciona su amigo Michael Gove.
Pero el Brexit causó otro daño colateral, el líder del Partido Laborista, pues la mayoría de los legisladores le pidieron la renuncia a Jeremy Corbyn, quien la niega arguyendo que la mayoría de los miembros de la agrupación están con él. Pero entonces, ¿acaso los parlamentarios no representan al electorado? Esa lista fue elaborada por el principal actor del Brexit, Nigel Farage, quien ahora anunció que se retira de la política. La revolución se come a sus padres fundadores.
El Brexit ofrece una extraña demostración del sistema político británico, considerado en el mundo como el mejor ejemplo de democracia parlamentaria.
Un referendum no es la base del sistema parlamentario, con elecciones basadas en los partidos y una fuerte identidad e historia. Los electores laboristas votan a su partido. Pero un referendum es una cuestión transversal, y en la consulta sobre el Brexit, una de cada tres personas votaron en contra de la posición de los sindicatos y de su partido, quedarse en la UE.
Lo mismo ocurrió en el campo conservador. Por lo menos el 35 por ciento de los electores votaron contra la campaña de Cameron de permanecer en la UE. La gente se expresó en las urnas según lo que creía que era su identidad. Así, Londres y otros ciudadanos cosmopolitas eligieron quedarse. En las zonas rurales, que se sintieron marginadas, se volcaron masivamente al Brexit.
Pero volviendo al referendum, es una herramienta de la democracia, así que veamos cuáles fueron los argumentos a favor del Brexit y que hicieron que 17 millones de personas votaran por abandonar la UE; fueron falsos, como reconocieron sus propios promotores Nigel Farage y Boris Johnson.
El argumento de que el Reino Unido le daba a Bruselas 350 millones de libras por semana y que ese monto se destinaría al sistema nacional de salud fue falso. La contribución neta de ese país a la UE son 150 millones de libras al año, el monto neto lo que el Reino Unido recibe del bloque. El silencio de Bruselas al respecto fue un grave error.
El otro argumento de que el Reino Unido recuperaría “su independencia”, como señaló Johnson en su último discurso, así como el control de sus fronteras en lo que respecta a los ciudadanos no europeos, fue claramente falso. Cualquier acuerdo parcial con la UE que mantenga las exportaciones británicas a Europa sin impuestos aduaneros, las que representan un 44 por ciento del total, implicará la libre circulación de ciudadanos europeos, 180.000 en 2015, de los 330.000 registrados.
Además, Gran Bretaña ya tiene el control de sus fronteras. Para que fuera creíble, los diarios, a propósito los verdaderos ganadores del Brexit, lanzaron una campaña diciendo que 70 millones de turcos podrían invadir el país, la gran falsedad.
Turquía no forma parte de la UE, y con que un solo miembro vote en contra, como lo hizo Alemania, es imposible su ingreso al bloque. Si bien la canciller (jefa de gobierno) Angela Merkel le pidió al presidente turco Recep Tayyip Erdogan ayuda para frenar el flujo de migrantes, encomendando a la UE que le pagara 3.000 millones de euros, nunca le prometió el ingreso.
Al momento de la votación, el 45 por ciento de los votantes creyó que eso era inminente. Los diarios también anunciaron que tras el Brexit, los delincuentes y terroristas serían inmediatamente deportados a sus países de origen, claramente una medida arbitraria.
También fue un fraude asegurar que todos los subsidios procedentes de la UE se sustituirían con fondos estatales. Por ejemplo, el 63 por ciento de los electores de Ebbw Vale, en Gales, votaron por el Brexit. Con 18.000 habitantes yun 40 por ciento de la población económicamente activa desempleada, su único ingreso real eran los fondos para el desarrollo de la UE.
Ebbw Vale recibió 420 millones de euros para el desarrollo industrial, 40,5 millones para un instituto profesional con 29.000 estudiantes, 36 millones para una nueva línea de tren, 96 millones para mejorar la caminería y 14,7 millones que recibían los ciudadanos por distintos conceptos. Había muy pocos inmigrantes.
La UE le prometió a Gales 2.200 millones de euros para 2020, ¿los reemplazará ahora el Estado?
De hecho, el referendum creó un grave problema intergeneracional. Casi el 70 por ciento de las personas mayores de 55 años prefirieron el Brexit, a diferencia del 75 por ciento de los menores de 25, que optaron por quedarse, aunque solo votó el 50 por ciento de ellos, menos que el 68 por ciento de los mayores. Así, estos últimos decidieron el futuro de los más jóvenes.
La duda es, con personas mal informadas y manipuladas por una campaña llena de miedo y mentiras, ¿es un referendun que pregunta “si” o “no” un instrumento de la democracia?
Pero las cosas son más complicadas. Vivimos en una época de postideologías y pospartidos. Estar a la izquierda o a la derecha es cada vez más irrelevante. Sin ideologías, descartadas con la caída del muro de Berlín, la política se ha vuelto solo un acto administrativo, donde las diferencias desaparecen.
Esa situación afecta a los partidos. Ya pasó la época en que contaban con un gran número de afiliados y con una juventud vibrante. Ahora solo son movimientos de opiniones, que movilizan a la ciudadanía para votar en una campaña puntual, diseñada por especialistas en mercadeo y en otros instrumentos de comunicación de masas, se reemplazaron los debates sobre visiones y valores. Eso cuesta más dinero que voluntarios, y políticos corruptos, como es cada vez más evidente.
Y lo más importante, Internet y las nuevas tecnologías cambiaron la forma en que las personas se relacionan con la política. El vínculo entre los partidos y los votantes ya no es directo, como era en la época de la radio y la televisión.
Veamos las últimas elecciones importantes en Europa: las de las alcaldías en Italia. Una ola de jóvenes sin experiencia reemplazaron a la generación mayor.
Una investigación en Roma de Pragma Sociometrica concluyó que el 36 por ciento de las personas consultadas recurrieron a la televisión como principal instrumento de información, pero el 26 por ciento se volcó a Internet. Los amigos y los familiares solo representaron el cinco por ciento. Y para decidir el voto, el 46 por ciento recurrió a Internet para optar por Virginia Raggi, la joven alcaldesa de Roma, y solo el 18 por ciento usaron Internet y optaron por el candidato de más edad, Roberto Giachetti (Partido Democrático y Partido Radical Transnacional).
Alrededor de un 58 por ciento de los votantes prefieren el diálogo con los candidatos por medio de Internet, el 48 por ciento optan por los vídeos, el 33 por ciento, por Facebook y, por último, el 30 por ciento por las fotografías. Claramente, las grandes concentraciones populares que llenaban las plazas públicas son cosa del pasado.
El sitio de Internet estadounidense Vox Technology publicó el artículo “Cómo Internet destruye la política”, que arguye que Amazon diezmó las librerías, iTunes y Pandora, con su música en línea, desarraigaron el poder de los sellos musicales, y en materia de transporte, Uber se convirtió en el monopolio del taxi, y ahora le toca al sistema político.
La red de redes reduce progresivamente el poder del sistema tradicional de información, y menciona al candidato Bernie Sanders, en Estados Unidos, como ejemplo. Ningún medio de comunicación ni gurú progresista, como Paul Krugman, estaban a favor de sus políticas, consideradas poco realistas.
Sin embargo, Sanders es inmune a esa campaña, ¿por qué?, porque sus partidarios no leen los diarios, sino que están en Internet y crearon un nuevo círculo, inmune al sistema tradicional de información, donde Hillary Rodham Clinton arrasa.
Según una encuesta del diario El País de Madrid, el impacto del Brexit en las elecciones españolas hizo que la ciudadanía no tomara riesgos, reforzó al gobernante Partido Popular, a pesar de una serie de casos de corrupción, y redujo el interés en Podemos, la alternativa de izquierda.
En cambio, en Francia, Marine Le Pen, la dirigente de extrema derecha, convocó a una conferencia de prensa para informar que ella sí celebraba el Brexit, al igual que el holandés Geert Wilders y el estadounidense Donald Trump y otros líderes de partidos xenófobos, nacionalistas y populistas, que crecen en todas partes.
De hecho, ya llegaron al poder en Polonia, Hungría y Eslovaquia, y si el Brexit tiene un efecto dominó, como temen muchos analistas, el futuro no ayudará a la democracia. Muchos de ellos ya reclaman referendos nacionales.
Pronto tendremos un inesperado observatorio: las elecciones austríacas, donde la extrema derecha perdió por solo 30.000 votos, pero tendrán que repetirse tras ser anuladas por irregularidades.
Esta vez la victoria debe ser más clara. Si la extrema derecha gana, tendrá un fuerte impacto en los próximos comicios en Francia y Alemania. Y luego, el destino de Europa como proyecto político quedará sellado.
¿Podrá la élite política tradicional aprender una lección de la realidad y cambiar austeridad por crecimiento, bancos como prioridad para los jóvenes, regresar al debate de ideas y visiones, de valores e ideales?
¿O no tendrá más alternativa que observar su deceso seguro, repitiéndose las discusiones bizantinas sobre el sexo de los ángeles, mientras los turcos entraban en Constantinopla?