Yo he venido aquí a hablar de limonada. Otro artículo más sobre esta mágica bebida leonesa hecha a base de vino, que espero, no pase desapercibido.
Somos muchos los que tratamos de exhibir este magnífico brebaje procedente de la Edad Media a través de la palabra pero, creedme, nunca os haréis una idea de su calidad sin probarla. Su historia, su proceso de elaboración y sus consecuencias son dignos de conocer.
Así que, adelante.
Cristianos vs. Judios
Hitler fue el gran protagonista de la Historia en buscar excusas para matar, pero ya mucho tiempo atrás el racismo (y el morro que se pisaban algunos), creó el odio necesario para exterminar a personas sin motivo.
Un ejemplo, los cristianos de León. El señor Suero de Quiñones, allá por el siglo XIV tenía una deuda pendiente con un prestamista judío de la ciudad. Como era un hombre de renombre, decidió que no quería pagarla y animó a todo un pueblo para que matasen a los judíos y así escaquearse del pago. Esto sucedió, precisamente, Jueves y Viernes Santo. Y diréis, ¿qué tiene esto que ver con una bebida? Pues mucho. Fue en esos días cuando los cristianos debían abstenerse de tomar alcohol por el tema de la Semana Santa, pero como buenos leoneses, eso era ardua tarea y pensaron en maquillar un poco el vino. Inventaron la limonada y la llamaron “bebida alcohólica suave”. Y he aquí la relación: tras matar a los judíos, fueron a celebrar su victoria a las tabernas bebiendo dicha discreta bebida… De ahí el término que se utiliza hoy en día cuando se va de limonadas: “vamos a matar judíos”.
Dulcemente engañadora
Como esos caballeros que se venden bien a las damas mediante su labia, su dulzura y su “entrar poco a poco”, así es la limonada…
Su proceso de elaboración es minucioso y hay que hacerla con verdadero mimo y paciencia. Elegimos un buen vino, como por ejemplo cualquiera de la comarca del Bierzo, a poder ser Mencía. Cuanto mayor sea la calidad del vino, mejor será la limonada.
Y luego elegimos las frutas. Cada cual puede proponer lo que le apetezca y aquello que considere que le dará un toque más especial: zumo de naranja, de limón, higos, uvas pasas, canela, granos de café… Ya sabéis, con el tiempo todo varía, pero siempre sin perder la línea tradicional.
Es importante que la pócima macere el tiempo necesario, que suele ser de unos diez días. Se embotella y se mete en frío. Esto es realmente importante, pues una limonada “calentorra” pierde todo el sentido.
El resultado
Dicen que hay que beber tantas limonadas desde el Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección como años tenía Jesucristo, mínimo. O sea, al menos treinta y tres limonadas en cuatro días, lo cual conlleva poder catar los estilos de cada casa (hoy en día de cada bar) y atenerse a una bonita resaca bastante más trágica que la de cualquier otra bebida alcohólica, pues el nivel de azúcar es tremendo. Pero merece la pena, en serio.
Son muchos los que proponen tener esta bebida de venta al público todo el año, pero en realidad, creo, perdería esa magia de la que hablaba al principio y esas ganas irresistibles de que llegue la fecha. Como todo, en pequeñas dosis se disfruta mucho más.