Una frase, un color, un paisaje, el barullo de la calle, olores a comida, caras, miradas... Todo eso se junta en la coctelera de nuestros recuerdos y el resultado es una sensación. Todos los lugares nos dejan una, aunque no todos con la misma intensidad. La India es es la clase de sitios que se te graban a fuego en los sentidos. Puede no gustarte, pero, definitivamente, dejará un poso imborrable en tus recuerdos. Imágenes que, por hermosas o por desagradables, se quedarán para siempre dentro de ti. Este país es capaz de lo mejor y de lo peor. Su gente es así también. Pueden demostrar sensibilidad y calidez como pocas culturas en el mundo, iniciando conversaciones contigo de gran intimidad en un vagón de tren, sobre tu familia o la suya, sobre tus planes de futuro o incluso sobre religión. Son sonrientes e inquietante y discretamente directos. Pero también pueden mostrar un lado irracional y cruel, aplicando una inadmisible estructura de castas, permitiendo una evidente discriminación a la mujer o aceptando con impunidad una pobreza imperdonable.
Recorrer la India en profundidad es absurdo si no inviertes meses para asimilarlo. Generalizar es, por tanto, injusto porque este país está en continua evolución y es tan diverso como extenso. Porque sus contrastes entre modernidad y tradición, entre sus diferentes subculturas y costumbres, son innumerables y su complejidad es infinita. No se puede describir una sola India.
Dos ejemplos del norte
Una buena manera de empezar una aventura en la India podría ser el norte. Recorrer el camino que separa Varanasi (o Benarés) de Nueva Delhi será suficiente para hacernos una primera idea de la riqueza que ofrece el país. Los escasos 800 kilómetros que separan la capital de la ciudad sagrada de Varanasi es una ínfima porción de lo que nos podríamos encontrar en el resto del país. Sin embargo, ejemplifica la exuberancia y heterogeneidad que un viaje a este lugar puede ofrecernos.
Nueva Delhi parece querer intimidarnos al llegar. Es imposible abstraerse de la omnipresente mendicidad, incluso en el mismo aeropuerto, y es duro para el que no está acostumbrado a estas altas dosis de realidad. La ciudad es caótica y terrosa en la época seca y prodiga grandiosidad, como toda buena capital. Eso sí, al estilo indio. Coches que de forma inverosímil se sortean unos a otros, guiados por un lenguaje incomprensible de bocinas y gritos, transeúntes que con fe inconsciente cruzan las calles dejándose esquivar por coches, animales y otros transeúntes, polvo, calor, más animales... Esta es la tónica general de una urbe india. Y entre el caos, como de la nada, surge la belleza. No solo la belleza de esas indias de ojos grandes y profundos o de los niños sonrientes que ataviados con mil colores tratan de llamar tu atención. Nueva Delhi tiene perlas como el Fuerte Rojo, palacio que desmerece comparado con otros tantos del país, pero que aún así impresiona por sus dimensiones y su arquitectura. Sería imperdonable no visitar la mezquita más grande del país, Jama Masjid o Mezquita del Viernes, que además de importancia arquitectónica cuenta con un valor sociocultural todavía mayor al ser punto de reunión para muchos musulmanes de la ciudad.
Para tomar el pulso a la vida cotidiana de la capital hay que pasear necesariamente por Chandni Chowk. Esta gran avenida que parte del Fuerte Rojo es la espina dorsal de la Vieja Delhi y no da un respiro, como tampoco lo da la concurrida calle de tiendas del Barrio de Paharganj o la zona de compras Connaught Place salpicada de muestras de decadente arquitectura victoriana colonial.
Si nos aventuramos a viajar en el más famoso de los medios de transporte de la India, el tren, y nos dirigimos al sureste, el mejor de los destinos sería Varanasi. El recorrido hasta esta ciudad sagrada regala estampas impagables del rural indio, con sus mujeres adornando el campo de alegres saris y los vendedores subiéndose y apeándose en las estaciones abarrotadas para vender toda suerte de productos. Una estación en la India puede ser de lo más estresante con lo que el viajero se puede encontrar. El flujo de gente es incontrolable y parece imposible que alguien pueda llevar un control de los trenes que entran y salen y mucho menos de las personas que van dentro. Aún así, como sucede con el tráfico, uno tiene que tener fe, confiar en que todo saldrá bien y al final, sin saber cómo, uno acabará milagrosamente llegando a su destino. El tren es, sin duda, una de las experiencias más recomendables si quieres sentir realmente la esencia del país.
Varanasi. Una de las siete ciudades sagradas del hinduismo, marcada por lo que significa para la India el río Ganges y que se encuentra en el estado de Uttar Pradesh. A día de hoy continúa siendo un lugar de peregrinación para los hindúes y la espiritualidad está por todos lados. También es una ciudad bulliciosa y caótica, pero aún así, al ser más pequeña y tener tanta importancia para los creyentes, el aire que se respira es completamente diferente. Lo primero que querremos hacer al llegar es salir en busca del Ganges y visitar los Ghats donde los lugareños pasan las horas. Pero lo inteligente es esperar pacientemente a la salida del sol. Para disfrutar del mejor escenario en el Ganges hay que levantarse con el alba y recorrer en barca el río, siguiendo uno a uno los ghats donde los varanasis se reúnen para hacer la abluciones matutinas, hablar de sus cosas, refrescarse y despedir a sus muertos. La estampa al amanecer es inigualable, pero sin duda lo más impactante es el Manikarnika Ghat. La relación de los indios con la muerte es mucho más natural que la que tenemos en Occidente. En este ghat, un paréntesis oscuro y lúgubre entre la alegría y tranquilidad que desprenden el resto de ghats, las familias despiden a sus allegados y los queman, afrontando el momento de una forma dura pero realista y madura. La sacudida que recibes en este lugar es indescriptible y será una de esas sensaciones que nunca desaparecerán de tu memoria cuando recuerdes este viaje.
Por lo demás, otros muchos lugares de Varanasi valen la pena, como el Templo Dorado, rodeado de callejuelas atestadas de gente y de fuertes medidas de seguridad debido a los atentados, el Templo de los Monos, la Mezquita de Gyanvapi o Universidad Hindú de Benarés.
Podríamos deshacer el camino de nuevo hacia Nueva Delhi y hacer parada en ciudades como la ciudad palaciega y mucho más pequeña de Orchha, Khajuraho, increíble lugar donde se encuentra el mayor conjunto de templos hinduistas del país, famosos por sus esculturas eróticas, o la archiconocida Agra, donde el Taj Mahal eclipsa todo lo demás. Pero el objetivo de este artículo no es el de ser una guía de viaje, sino un recorrido por las impresiones y sensaciones inolvidables que provoca este país, para bien y para mal.