A veces cuento las horas para el mañana y me arrepiento de algunas ya pasadas. Pienso otra vez y reconsidero que el presente es ahora, así que mejor aprovecharlo. ¿No lo creen?".
Muchas cosas me han incitado a hacerle una visita a Mónaco, me gustan las aventuras, es algo que ya está claro. Me atraen las cosas exquisitas, la elegancia y el misterio. ¿Qué mejor lugar que la Costa Azul para encontrar eso y más?
No se dejen engañar por lo pequeño de este principado, su encanto viene de allí. Algo que se saborea lentamente y que, aunque no abarca mucho territorio, de alguna manera irradia un aura especial, una atrayente imagen seductora que te hace querer siempre más.
El día estaba suave y soleado, miré el cielo despejado y el azul del Mediterráneo se reflejaba en mis gafas oscuras y de sofisticada montura. Todo mi atuendo iba en sintonía con la ocasión, mi vestido blanco impecable con cristales a ambos lados centellaban con los rayos del sol y mi cabello recogido en un moño me hacía sentir imponente y segura.
Mi primera parada fue el casino de Montecarlo. Dentro esperaba a mi anfitrión, mientras admiraba sus magníficos frescos y esculturas alrededor de las mesas de juego. Un hombre con una elegante capa negra se me acercó y de manera muy sobria me entregó un sobre y, sin decir palabra alguna, se alejó como si nunca hubiera existido. Dentro había una llave y una nota que decía "Hotel de Paris". Es alli donde debia hacer mi siguiente parada.
Un Rolls Royce del año 1935 era mi transporte y me sentí por un instante como una actriz de cine. Desde mi asiento en la parte trasera del coche me deleité con el Palacio Grimaldi, la catedral de Mónaco y las maravillosas vistas al mar de tan encantadora ciudad en la Riviera francesa.
Quería conocerlo todo, quería absorber cada aroma, cada momento; pero ya el lugar había sido escogido y mi coche se detuvo a sus puertas. El prestigioso hotel era un lujoso palacio de estilo Belle Epoque en el corazón del barrio de Montecarlo. Mientras me bajaba algo nerviosa, el valet me indicó que me esperaba alguien importante en las bodegas de vino a unos cincuenta pies bajo tierra.
- Sé que perdiste todo…- dijo una voz en la oscuridad.
- Es un año nuevo, puedo volver a empezar- respodi segura, por alguna razón quería continuar, todo termina cuando ya no hay nada que hacer- Tengo tanto que dar, tantas cosas de mí que aún no conozco - finalice.
- El tiempo es algo complicado, es silencioso y muchas veces no lo tomamos en cuenta, pero está allí, de eso tienes que estar segura.-su voz era suave como la seda.
- Mis oportunidades las aprovecharé al máximo, y si no las veo las encontraré.
- Tú misma haces el camino y al mismo tiempo el camino te hace a ti.
Sacó algo de su bolsillo y lo colocó sobre un barril. Se dio la vuelta y en las sombras su silueta desapareció.
Mi estadía en Mónaco iba a ser corta pero innegablemente cautivadora. Una parte de mi sentía que volvería a deleitarme con sus aguas celestes, deliciosa grastronomía monegasca e intoxicante glamour.
Ese diamante azul que apretaba con recelo en mi mano era mi nueva clave, empezaba el año con una nueva oportunidad. Mi viaje continuaba, la cuestión era a donde iba a terminar.
Las mareas pueden ser traicioneras, pero yo no soy cualquier tipo de viajera, como ya os habéis dado cuenta. El mundo no es tan grande para todo aquel que observa intensamente, busca incansablemente y encuentra la aventura que incendia el corazón.