Es incuestionable que la realidad actual del diseño de interiores está alterada por la recesión económica, pero también por otros motivos. La gente utiliza poco los servicios de los interioristas, principalmente en el ámbito doméstico. Sin embargo, y a pesar de la recesión, la existencia cada vez más numerosa de buenos profesionales hace que la implantación del interiorismo vaya ganando terreno en el sector público: comercio, hotelería, restaurantes…, pero con planteamientos que conviene revisar.
Los diseñadores de interiores están involucrados en ello. El objetivo de esta profesión creativa es incrementar su presencia en la sociedad y conseguir mejoras substanciales de calidad de vida. Quieren generar confianza para que el interiorismo no esté bajo sospecha y saben que para conseguirlo es preciso resolver los problemas de todo tipo que se dan en cada caso concreto. También saben que no deben dejarse influir por el impacto negativo de la crisis y asumen que estamos en otra realidad, que pide miradas y planteamientos nuevos, capaces de llegar a más gente. El crecimiento desenfrenado llevó a la crisis, de la cual, sin duda, ya hemos salido y se ha instalado una nueva era que ofrece oportunidades sólo a quien sabe adaptar sus propios paradigmas.
El interiorismo, entre otras cosas, es invención. Y la invención se da – siempre ha sido así – principalmente en tiempos difíciles. Los tiempos fáciles acaban por banalizar las actitudes, en cambio, ante las dificultades surgen actitudes proactivas basadas en valores meditados, que reinventan a partir de las nuevas realidades. Trabajar atendiendo la realidad que se presenta en cada situación, hacer aquello que es pertinente en cada caso, es la forma de lograr resultados consistentes. En cambio, hacerlo con actitud regresiva, impulsada por circunstancias adversas - muy frecuentes - conduce claramente al fracaso.
Si en lugar de dejarse llevar por comprensibles estados de ánimo negativos, nos convencemos que cuando proyectamos convertimos nuestra actitud en forma, será más fácil romper paradigmas obsoletos y acertar en la toma de decisiones. En tiempos de recesión, si nos interesa que el buen interiorismo llegue al mayor número de personas, habrá que barrer determinismos caducos y en su lugar implantar expresiones que entiendan lo que la gente necesita aunque no lo sepa.
Existe un bombardeo de tonterías que algunos medios especializados elevan a categoría cuando sólo son vulgaridades incapaces de soportar un juicio medianamente riguroso. Por otro lado, muchos creen que para hacer un buen proyecto se necesita un cliente con mentalidad abierta dispuesto a invertir mucho dinero. Lo primero, una mentalidad abierta, es fundamental, pero si además el cliente ha de estar dispuesto a invertir mucho dinero, las escuelas de diseño ya pueden ir cerrando puertas, pues las demandas de este tipo serán inferiores a la oferta. Actualmente, ni la tendenciosa influencia de los medios ni la sola eficacia del dinero son bazas necesarias para ampliar la presencia del interiorismo; es suficiente una mentalidad poco elitista y una actitud de servicio implicada en resolver las verdaderas necesidades de la mayoría, sin prejuicios.
Hace falta imaginación, sensatez, realismo y que muchos diseñadores abandonen su ego. Al fin y al cabo, el diseño que mejora la vida no es el que dispone los materiales, muebles y objetos más caros, sino el que hace propuestas avanzadas, portadoras reales de calidad de vida, gracias a un profundo conocimiento de la realidad a resolver y a la creación de atmósferas espaciales estimulantes.
Casi siempre, el interés principal de un proyecto está en los intangibles capaces de darle valor añadido. No se palpan y no se sabe bien que son, pero elevan la capacidad sensorial del proyecto. Tampoco hay que descuidar una cuestión fundamental: el proyecto ha de resultar psicológicamente útil a la personalidad de sus usuarios. Estos, tienen derecho a estar en plena sintonía con los espacios diseñados. Dice Peter Zumthor: “todo ha de encontrar su justificación en el uso”. Para él, es lo primordial.
Rechazar determinismos previos, resolver necesidades auténticas, evitar imposturas y sucedáneos, ignorar rémoras impuestas por costumbres desfasadas, rehuir apariencias, representaciones y tópicos, dar entrada a ideas frescas, convencer de las ventajas de las soluciones ingeniosas... Todo ello, resuelto sin ignorar las posibilidades económicas del cliente y ejerciendo una labor didáctica que le ayude a descubrir las ventajas de un diseño bien pensado, es, seguramente, el único medio de llegar a un mayor número de personas, en los tiempos que corren.
Termino resaltando una frase que salió en la prensa y llamó mi atención. Curiosamente, la escribió una interiorista. Dice: “¿Si la prosperidad era falsa, como sabemos que la crisis es auténtica?”. Lo cierto es que estamos en una nueva era, por si acaso adaptémonos a ella.